Maximiliano Bondarenko: el candidato libertario que vive en un predio usurpado al Estado y comparte lote con un expolicía golpista

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Mientras Javier Milei agita el discurso contra los «planeros», los «usurpadores» y los movimientos sociales, uno de sus candidatos más cercanos en el conurbano sur ocupa ilegalmente un terreno en Glew. La historia de Maximiliano Bondarenko desnuda la hipocresía estructural del mileísmo: quienes dicen venir a poner orden se nutren del caos que simulan combatir.

Maximiliano Bondarenko se presenta como un abanderado del cambio, como tantos libertarios que repiten de memoria el libreto de la casta, el mérito y la república mancillada. Desde su tribuna partidaria de La Libertad Avanza promete limpieza institucional, mano dura y fin del desorden. Sin embargo, la realidad que habita dice exactamente lo contrario. Bondarenko, candidato libertario en Almirante Brown, vive como okupa en una parcela tomada dentro de un predio estatal usurpado en Glew, en el sur del conurbano bonaerense.

En un predio de 40 hectáreas que pertenece a la Administración de Infraestructuras Ferroviarias (ADIF) y cuya posesión está ilegalmente fraccionada desde 2020, Bondarenko no solo reside, sino que además comparte lote con el expolicía Manuel Ortíz Valenzuela. Este último fue noticia nacional por haber convocado a través de redes sociales un intento de «alzamiento patriótico» contra el gobierno de Axel Kicillof, con una narrativa que rozaba la sedición. Lejos de rechazar ese llamado o tomar distancia, Bondarenko compartió publicaciones de Valenzuela en sus redes sociales y difundió sin tapujos sus videos con proclamas golpistas.

No se trata de una anécdota aislada. Es el síntoma de una patología política cada vez más evidente: la doble vara del mileísmo. Mientras Milei y sus funcionarios atacan a quienes ocupan tierras por necesidad, criminalizan a los movimientos sociales y repiten hasta el hartazgo que el orden es un valor supremo, sus propios referentes usufructúan parcelas tomadas sin titulación, sin autorización y en abierta contradicción con el discurso que agitan frente a las cámaras.

Bondarenko no vive solo en ese lugar. Su familia —padres, hermanos, pareja, hijos— ocupa otras parcelas dentro del mismo predio, donde se montaron construcciones precarias. La toma en Glew, ubicada entre el arroyo San Francisco y el barrio Santa Ana, creció de manera acelerada durante la pandemia. Aunque se levantaron denuncias judiciales, los loteos continuaron sin freno. Allí, el candidato libertario construyó su casa, sin servicios esenciales, pero con la bandera de La Libertad Avanza flameando en la entrada.

¿Qué dice este hecho sobre el proyecto político que encarna Milei? ¿Qué clase de república propone el mileísmo si sus dirigentes no respetan ni el más elemental derecho de propiedad que ellos mismos elevan a dogma? La respuesta no es solo teórica. Es brutalmente concreta. Mientras se criminaliza la pobreza y se estigmatiza a quienes ocupan tierras por fuera del mercado inmobiliario formal, se naturaliza que los propios punteros libertarios hagan lo mismo, amparados en su cercanía al poder.

El caso de Bondarenko es particularmente revelador porque no es un dirigente cualquiera. Fue candidato a concejal, apoderado de listas y vocero informal de Javier Milei en medios locales. Su exposición pública no es nueva ni casual. Sin embargo, hasta ahora ha logrado evitar la rendición de cuentas. En su versión del mundo, él no es un usurpador, sino un “ciudadano libre” que desafía al Estado opresor. La típica narrativa del nuevo reaccionarismo de derecha, que justifica su anomia con ropaje ideológico.

Pero el Estado al que Bondarenko desprecia es el mismo del que ocupa terrenos. Y la legalidad que invoca en cada discurso es la misma que viola cada día al habitar un predio sin papeles, sin habilitación ni registro. No es un accidente ni un caso de necesidad: es una toma ideológica, sostenida por el cinismo de quien se sabe impune. Lo que en un humilde vecino sería objeto de persecución judicial y mediática, en él se transforma en acto de rebeldía libertaria.

Más inquietante aún es su asociación con Ortíz Valenzuela, el exagente de la Policía bonaerense retirado que llamó en abril a tomar comisarías, cerrar rutas y desconocer al gobierno provincial. Valenzuela, según revelan sus propios videos, proponía un alzamiento cívico-militar para destituir al gobierno elegido democráticamente. Lo hizo con un tono mesiánico, vestido con uniforme policial y acompañado de un discurso que rozaba lo delirante. Y sin embargo, no fue un loco suelto: fue un actor político promovido, difundido y compartido por dirigentes de La Libertad Avanza como Bondarenko.

El silencio del mileísmo sobre este tema es atronador. No hay repudio, no hay sanción, no hay expulsión del espacio. Solo complicidad. ¿Qué diría Milei si un referente de Unión por la Patria viviera en una toma y compartiera lote con un policía golpista? ¿Cuántas horas de cadena nacional libertaria se emitirían para denunciarlo? Pero si el protagonista es de su riñón, el caso desaparece del radar. Y con él, cualquier atisbo de coherencia ideológica.

La trama de Glew es una radiografía incómoda del presente argentino. Nos muestra que detrás del ruido libertario, hay negocios, hay ocupaciones, hay toma de tierras. Que los que claman por el orden no vienen a ordenar nada, sino a usufructuar el desorden que les conviene. Y que el discurso moralizante de la derecha no resiste ni cinco minutos de investigación seria.

Lo de Bondarenko no es un hecho menor ni un caso aislado. Es una muestra de cómo el mileísmo ha logrado capturar la bronca social con promesas de limpieza mientras opera con las mismas lógicas que dice combatir. En la Argentina de Milei, el orden es para los otros, la ley es para los débiles, y la toma de tierras, si es de los propios, no solo se tolera, sino que se celebra.

El futuro que se nos propone no es de libertad, sino de arbitrariedad. Un país en el que los poderosos pueden vivir como okupas mientras le exigen sacrificios a los que nada tienen. Un país en el que un candidato puede violar la ley mientras predica con la Constitución bajo el brazo. Y un país en el que los discursos de cambio son apenas una coartada para legitimar la misma miseria que se dice combatir.

Fuente:
https://www.pagina12.com.ar/846830-maximiliano-bondarenko-el-candidato-libertario-que-vive-como

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