Mariano Fazio, el argentino número dos del Opus Dei, imputado por reducir a 43 mujeres a la servidumbre durante décadas

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El vicario auxiliar del Opus Dei en Roma suma acusaciones por reducción a la servidumbre de menores vulnerables. ¿Fue enviado a frenar a Francisco… o a encubrir abusos? La Justicia argentina imputó a Mariano Fazio por liderar una red de mujeres menores de edad reducidas a servidumbre durante décadas. Su ascenso en el Opus Dei y su traslado a Roma en 2014 —justo cuando Francisco se perfilaba como reformista— ahora luce bajo sospecha. Este artículo, basado en las investigaciones judiciales y testimonios recogidos, analiza cómo una institución religiosa de peso podría haber agotado sus maniobras internas antes de enfrentarse a la transparencia pública.

Desde su arribo como vicario auxiliar en Roma, Mariano Fazio fue visto como el brazo derecho del prelado central del Opus Dei, Fernando Ocáriz, y el techo inmediato del poder jerárquico de la congregación. Sin embargo, la resolución judicial del 11 de junio de 2025 reveló un ecosistema oscuro: 43 mujeres, captadas en su adolescencia bajo la promesa de un “hogar educativo”, fueron sometidas a trabajos domésticos sin remuneración, adoctrinamiento coercitivo y aislamiento emocional. ¿Qué fue primero: el plan eclesiástico para “controlar a Francisco” o el encubrimiento sistemático de la esclavitud interna?

La causa, iniciada por la Procuraduría contra la Trata en 2022, combinó denuncias de manipulación y amenazas –“ir de la Obra era como salir… una muerte súbita”– con un régimen de tareas impuestas por varones de la prelatura. Trabajan los fiscales Eduardo Taiano, María Alejandra Mángano y Marcelo Colombo en arrojar luz sobre prácticas enquistadas que no son anecdóticas: ocurrían en Argentina y en otros países con víctimas reducidas a empleadas domésticas de por vida.

Durante los primeros pasos de la investigación, Fazio estaba relegado, pero en abril de este año el testimonio clave —a través de cámara Gesell— dejó en claro que no se trataba solo de una red local. Una de las víctimas afirmó haber servido “directamente a Fazio”, lo que disparó su imputación. Hasta entonces, su traslado a Roma en 2014 fue interpretado como una jugada interna: Echevarría, entonces prelado, lo llevó a la capital para blindarse ante la llegada de Francisco, cuyo perfil reformista incomodaba seriamente a las alas más conservadoras del Opus Dei.

¿Por qué esa maniobra? El papado de Francisco recortaba atribuciones, reconfiguraba estatutos y debilitaba el poder fuerte que habían obtenido bajo Juan Pablo II. Pero si bien la estrategia pudo haber sido política, sobrevuela la posibilidad de que Fazio operara como pieza indispensable en una maquinaria que buscaba mantener ocultas prácticas abusivas. Sustituirlo del epicentro porteño lo exonera… públicamente, pero también lo aísla del escrutinio inmediato. Y hoy, paradójicamente, desde Roma se convierte en una figura aún más resistente al juicio transparente.

No se trata de un hecho aislado: los otros exvicarios regionales, de distintos períodos, ya estaban imputados. Ellos compartían la misma estructura que ahora exhibe fallas estructurales. En ese contexto, suena más que alarmante el silencio institucional y el recurso al traslado geográfico como escudo de impunidad.

La causa es un espejo en el que se refleja la tensión de la Iglesia con Francisco: entre apertura y control, entre cara pública de reforma y cara oculta de rigidez doctrinal y encubrimiento. La imputación formal no solo pone a Fazio en el banquillo penal, sino que destapa la grieta entre su discurso moral y las prácticas encuadradas en un delito que la sociedad no está dispuesta a tolerar: la trata de menores por servidumbre.

El Opus Dei, que niega categóricamente las acusaciones y minimiza las demandas como “reclamos por aportes laborales”, se enfrenta ahora a una crisis insoslayable. Su reacción no pudo ser más reveladora: una defensa que se ampara en la presunción de inocencia y en la acusación de intenciones monetarias. Pero frente al testimonio desgarrador de jóvenes que pensaron en terminar con su vida, esas explicaciones quedan rasgadas por la exposición de una realidad que no admite parches retóricos.

Si la expectativa era ocultarlo “a cargo de la reforma” por fuera del foco vaticano, hoy Fazio se hunde en la contradicción de ser figura de obediencia institucional y a la vez símbolo de una estructura criminal. El traslado a Roma no alcanzó para tapar grietas que ahora emergen en toda su dimensión: la manipulación, el adoctrinamiento, la extorsión emocional y la reducción de libertad.

El caso expone una pregunta urgente: ¿cómo siguen operando las redes internas del Opus Dei cuando están bajo el radar del Vaticano y de la Justicia? La imputación de Fazio es apenas la punta de un iceberg que evidencia que la cautela no es suficiente; lo que hace falta es transparencia, rendición de cuentas y un cambio profundo más allá del maquillaje reformista. Porque mientras sus apellidos, títulos y cargos sean blindajes, las víctimas seguirán siendo invisibles.

Fuentes:

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