Mientras el cabo Guerrero sigue en funciones y la ministra Bullrich reprime con impunidad, la causa judicial por el ataque a Pablo Grillo permanece estancada. Las imágenes de la cámara del fotógrafo desnudan el brutal operativo represivo del 12 de marzo, mientras su familia exige respuestas que la Justicia parece no querer dar.
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Pablo Grillo fue herido de un disparo de gas lacrimógeno directo a la cabeza por un gendarme durante la represión de la marcha del 12 de marzo. La última foto que logró tomar, revelada ahora, muestra el instante exacto antes del impacto. A cuatro meses del ataque, el agresor no fue llamado a indagatoria y continúa activo en la fuerza. La inacción judicial, la autocomplacencia de la Gendarmería y el silencio político forman una red de impunidad que expone las sombras más densas del aparato represivo del gobierno de Javier Milei.
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Hay imágenes que no sólo capturan un momento. Lo congelan para siempre, lo inmortalizan, lo incrustan en la retina social como una prueba irrefutable. La última foto que Pablo Grillo tomó antes de caer desplomado por el impacto de un cartucho de gas lacrimógeno disparado directo a su cráneo, no es una imagen más. Es, como escribió su pariente y especialista en fotoperiodismo Cora Gamarnik, una denuncia muda pero ensordecedora. Una prueba concreta contra una represión ilegal que no sólo dejó a un fotógrafo al borde de la muerte, sino que sigue cubriéndose con el manto oscuro de la impunidad institucional.
En esa fotografía, se ve una estructura de madera quemada, parte del escenario caótico de aquella jornada de marzo. Sobre ella, una muesca: la marca del proyectil que, apenas milisegundos después, impactaría en la cabeza de Pablo. No hay margen de duda. No hay interpretación posible que la desactive. Esa imagen no fue publicada por azar. Fue rescatada de su cámara por el equipo del Mapa de la Policía, incorporada a la causa judicial, y publicada este domingo por Gamarnik para volver a gritar lo que ya es insoportable callar: sabemos quién disparó, sabemos quién mandó a disparar, y sabemos que la responsabilidad escala hasta lo más alto del Ministerio de Seguridad.
Pero la respuesta institucional es el mutismo. El silencio cómodo de una Justicia que se hace la desentendida, como si el paso del tiempo diluyera responsabilidades. Cuatro meses. Ese es el tiempo que pasó desde que el cabo de la Gendarmería Héctor Guerrero le disparó a Pablo Grillo, violando todos los protocolos de uso de armas «menos letales», y aún no ha sido llamado a declarar. No sólo eso: sigue en funciones, como si nada hubiese pasado, como si el hecho fuera parte de una ficción, y no de la brutal realidad que quedó registrada en decenas de imágenes y videos.
El padre de Pablo, Fabián Grillo, lo dice con desesperación que ya mutó en rabia: «No entendemos por qué todavía no lo llamaron a indagar». ¿Qué esperan? ¿Que el caso se enfríe? ¿Que la opinión pública olvide? ¿O acaso es una estrategia deliberada de encubrimiento, un pacto tácito entre los poderes del Estado para garantizar que la cadena de mando no sea tocada? La causa está a cargo de la jueza María Servini y el fiscal Eduardo Taiano. ¿Qué más necesitan para actuar? ¿No alcanza con la evidencia fotográfica, los videos, los testimonios, el arma secuestrada, los cartuchos incautados?
La Gendarmería, lejos de asumir responsabilidad, escribió su propia novela de los hechos. En su informe interno, atribuyó el disparo a un «hecho fortuito» y responsabilizó a Pablo por “ponerse en la línea de fuego”. Un relato cínico, descarado, que busca trasladar la culpa a la víctima y encubrir a un cabo que disparó sin respetar el protocolo: en lugar de hacerlo hacia el cielo, en un ángulo de 45°, lo hizo directo, a la cabeza de un manifestante. No es una interpretación. Es un hecho. Así fue asesinado Carlos Fuentealba en 2007, y así casi matan a Pablo Grillo en 2025.
Pero mientras la Justicia duerme y la Gendarmería se autoexculpa, Pablo lucha. Su recuperación avanza en el Hospital de Rehabilitación Manuel Rocca, con una entereza que conmueve. Está de buen ánimo, sigue el tratamiento, espera la colocación de una prótesis craneal. Se aferra a la vida, al fútbol, a los amigos. Aunque no recuerda el momento del disparo, sabe que estuvo ahí, sabe que fue víctima de una represión salvaje. Lo recuerda todo menos el instante en que, literalmente, se apagó la luz.
En contraposición al parate judicial, la solidaridad no cesa. Su barrio, Remedios de Escalada, organiza actividades semanales, festivales mensuales, actos frente al Congreso. Reporteros gráficos y colectivos de derechos humanos exigen justicia. Cora Gamarnik lo sintetiza con crudeza: «La opinión pública no tiene que pensar que esto ya pasó. Pablo sigue en recuperación, el gendarme sigue sin ser juzgado y Bullrich sigue reprimiendo».
Porque sí, en el fondo del asunto hay una verdad más cruda. No se trata de un gendarme que actuó por su cuenta. El disparo de Guerrero no fue un exabrupto individual, sino la ejecución concreta de una lógica de Estado que criminaliza la protesta, que ataca a los que registran lo que el poder quiere ocultar, que silencia con gases y palos lo que no puede refutar con argumentos. Patricia Bullrich, ministra de Seguridad, no es una mera observadora: es parte de la cadena de responsabilidad. Ella diseñó ese operativo. Ella justificó esa violencia. Y bajo su mando, Pablo Grillo fue herido de muerte.
Hay una reconstrucción pendiente. Literalmente. La Justicia debe fijar una fecha para reproducir el disparo con el arma secuestrada y los cartuchos incautados. Pero también hay una reconstrucción simbólica que aún no empieza: la de la verdad, la de la memoria, la de la responsabilidad política.
Porque cada día que pasa sin justicia, el mensaje es claro: se puede disparar a la cabeza, se puede reprimir con saña, se puede intentar matar a un reportero gráfico y quedar impune. Es un mensaje de disciplinamiento social. Un mensaje de miedo. Y frente a eso, sólo queda resistir, visibilizar, señalar, incomodar.
La foto de Pablo no es sólo una imagen. Es un disparo de verdad, de memoria, de dignidad. Que todavía resuena. Que no será olvidado.
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