El Gobierno salió a despegarse de uno de sus más fervorosos militantes digitales tras un episodio que puso en evidencia la crueldad del aparato libertario en redes sociales. Guillermo Francos, jefe de Gabinete de Javier Milei, repudió el tuit del influencer oficialista Daniel Parisini, alias “El Gordo Dan”, quien había atacado de manera brutal al senador cordobés Luis Juez y a su hija con discapacidad. Lo calificó como una “barbaridad” y trató de marcar distancia al asegurar que el militante “no forma parte del gobierno”.
La maniobra de contención no es casual. Juez fue uno de los votos determinantes para voltear el veto presidencial a la Ley de Emergencia en Discapacidad, un golpe político y simbólico que todavía retumba en la Casa Rosada. Francos, consciente del costo de dejar pasar la agresión, llamó personalmente al senador para transmitirle disculpas y dejar constancia del repudio.
En declaraciones televisivas, el funcionario no dudó en remarcar la gravedad del hecho: “Lo repudio totalmente, me parece absolutamente fuera de lugar, me parece repudiable y creo que no puede aceptarse de ninguna manera ni la grosería, ni la forma en que se expresa, ni el fondo de la cuestión”.
El intento de despegar al militante no borra el trasfondo. Parisini es parte de la red de propaganda digital que sostiene a Milei y a su gobierno, con un estilo basado en la agresión, la descalificación y la violencia verbal. Francos intentó minimizarlo: “Él no tiene a nadie arriba de él, es una persona independiente, no forma parte del gobierno. Tuitea cosas, está a favor del gobierno del presidente Milei, pero no forma parte del gobierno”.
La reacción oficial llegó recién después de que Parisini borrara su mensaje, una acción que Francos interpretó como un gesto de arrepentimiento: “Se habrá dado cuenta de que había cometido una barbaridad”. Aun así, el episodio dejó al descubierto la dificultad del gobierno para controlar a sus propios voceros digitales, cuyo discurso de odio se convirtió en un arma política tan funcional como peligrosa.
El “Gordo Dan” es apenas un exponente de una maquinaria que Milei nunca desactivó, y que incluso alimenta, aunque públicamente intente desligarse de sus excesos. La pregunta es cuánto de ese odio sigue siendo tolerado —o incentivado— desde la cúspide del poder. Porque mientras se finge distancia, las redes libertarias continúan operando bajo la misma lógica: atacar, difamar y deshumanizar a cualquiera que se atreva a desafiar al presidente.
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