Durante años se repitió la versión de que Néstor Kirchner fue candidato “testimonial” en 2009 y nunca asumió su banca. Sin embargo, los registros oficiales demuestran lo contrario: juró, legisló, votó y presidió comisiones hasta su fallecimiento en 2010.
La historia reciente argentina acumula mitos que, a fuerza de repetición mediática y política, se transforman en recuerdos distorsionados. Uno de los más persistentes es el que afirma que Néstor Kirchner fue candidato testimonial en 2009. Pero los hechos, los documentos y las imágenes demuestran que no solo asumió como diputado nacional, sino que ejerció activamente el cargo hasta el final de su vida.
Hay un mito que se niega a morir, una de esas distorsiones colectivas que los psicólogos llaman efecto Mandela: la supuesta “candidatura testimonial” de Néstor Kirchner en 2009. Según esa versión, el expresidente habría encabezado la lista de diputados por la provincia de Buenos Aires solo para reforzar al Frente para la Victoria en medio de la crisis política posterior al conflicto con el campo, sin intención real de asumir. Pero la historia y los documentos oficiales dicen otra cosa.
Néstor Kirchner fue efectivamente candidato a diputado nacional por el Frente para la Victoria en las elecciones legislativas del 28 de junio de 2009. Obtuvo cerca del 32% de los votos, apenas dos puntos por debajo del empresario Francisco de Narváez, que encabezaba la lista de Unión PRO junto a Felipe Solá. Aunque el oficialismo sufrió una derrota, Kirchner logró su banca. Y, contrariamente al relato opositor, asumió su cargo el 4 de diciembre de 2009, en la sesión preparatoria de la Cámara de Diputados, junto a los legisladores electos ese año.
Desde ese momento, ejerció su mandato hasta el 27 de octubre de 2010, día de su fallecimiento. No fue un diputado “ausente”, como pretendieron instalar algunos sectores opositores. Participó de sesiones, votó proyectos clave —como la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual en 2009— y presidió la Comisión de Energía. Su nombre figura en el Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados y en el Boletín Oficial, donde consta su juramento. También hay registros fotográficos y audiovisuales de su presencia en el recinto, incluyendo la sesión del 22 de diciembre de 2009, donde intervino en votaciones.
El mito de la “candidatura testimonial” tiene un origen claro: la campaña electoral de 2009. En medio de la crisis que siguió al conflicto con las patronales agropecuarias, Cristina Fernández de Kirchner decidió poner al propio Néstor al frente de la lista bonaerense para fortalecer al Frente para la Victoria. La movida encendió las alarmas de la oposición, que buscó convertir esa estrategia política en un escándalo moral. Daniel Scioli, Francisco de Narváez y otros referentes opositores lo acusaron de “usar su figura para tirar del carro”, insinuando que jamás asumiría el cargo.
La idea de la “candidatura testimonial” —un término que aludía a candidatos que se presentan para captar votos pero sin intención de ejercer— fue entonces una etiqueta de campaña, no una descripción de la realidad. De hecho, esa figura no tiene existencia legal: la ley electoral argentina no contempla las “candidaturas testimoniales” como categoría. La expresión fue una invención mediática para reforzar la narrativa de la oposición y desgastar la figura de Kirchner.
Con el paso del tiempo, esa acusación se transformó en una verdad alternativa, reforzada por lo que los psicólogos denominan efecto Mandela: recuerdos falsos compartidos por un grupo social. Así como muchos juran haber visto morir a Mandela en prisión —cuando en realidad fue presidente—, parte del electorado argentino cree recordar que Néstor Kirchner nunca asumió su banca. Pero esa memoria es engañosa.
Las pruebas son contundentes. En el acta de asunción del 4 de diciembre de 2009, Néstor Kirchner figura entre los diputados que prestaron juramento. En los registros de votación, aparece participando de debates y votaciones durante 2010. Incluso su obituario oficial lo menciona expresamente como “diputado nacional en ejercicio” al momento de su muerte. La información es pública y verificable.
¿Por qué, entonces, persiste el mito? Por varias razones. Primero, porque la maquinaria de propaganda opositora de aquel tiempo repitió hasta el cansancio la acusación, logrando que quedara instalada en el sentido común. Segundo, porque la muerte repentina de Kirchner en 2010 interrumpió su labor legislativa, dejando en el aire la sensación de que no había ejercido plenamente. Y tercero, porque otros casos reales de candidaturas testimoniales, tanto en Argentina como en el exterior, contribuyeron a la confusión.
Por ejemplo, en 2015 Daniel Scioli fue candidato a intendente de Tigre sin intención de asumir, y en Venezuela, Hugo Chávez postuló a algunos dirigentes que nunca ocuparon sus cargos. Esa mezcla de ejemplos reales y acusaciones falsas generó una narrativa confusa en el imaginario público.
El “efecto Mandela” aplicado a la política tiene un poder insidioso. Toma un hecho parcialmente verdadero —la acusación de 2009— y lo cristaliza como recuerdo colectivo, aunque los documentos lo desmientan. Lo paradójico es que Néstor Kirchner fue uno de los diputados más activos de su bloque durante su breve paso por el Congreso. Participó en el debate de leyes estratégicas y mantuvo su protagonismo político mientras impulsaba la creación de la Unasur, organismo que presidió simultáneamente.
Las imágenes de archivo lo muestran sentado en su banca, conversando con legisladores, levantando la mano en votaciones. Lejos de ser un “testimonio electoral”, su rol fue parte de una estrategia de continuidad política tras dejar la Presidencia.
El mito sobre su “no asunción” no resiste el archivo, pero sobrevive gracias a la dinámica de la desinformación contemporánea: una mentira simple y emocional siempre tiene más impacto que un dato frío y verificable. Y en tiempos de redes sociales, donde los titulares viajan más rápido que las verificaciones, los errores se amplifican y se transforman en recuerdos colectivos falsos.
En definitiva, Néstor Kirchner no fue un “candidato testimonial”. Fue un dirigente que asumió, legisló, votó y trabajó desde su banca. Y el hecho de que hoy sea necesario recordarlo demuestra cómo la memoria pública puede ser manipulada por intereses políticos que prefieren el mito a la historia.
Revisar estos datos no es solo una cuestión de precisión histórica: es también una defensa del rigor democrático frente a la distorsión mediática. La verdad está en los registros parlamentarios, en los videos de las sesiones, en las actas oficiales. Todo lo demás es propaganda reciclada.
Quizás sea hora de archivar definitivamente ese falso recuerdo. Porque la historia reciente argentina ya tiene suficientes mitos como para seguir sumando uno más.



















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