La hermana del Presidente toma las riendas de la maquinaria digital que construyó Santiago Caputo y la muda al Palacio Libertad, en un movimiento que expone la centralización del poder y el blindaje comunicacional del oficialismo.
Detrás del relato de austeridad y transparencia, Karina Milei consolida una estructura de propaganda digital sin precedentes, desplazando incluso a los propios armadores del ecosistema libertario. La toma del búnker de trolls por parte de «El Jefe» muestra hasta qué punto el control político se ejerce desde las sombras.
Desde que Javier Milei llegó a la Casa Rosada, quedó claro que la figura de Karina Milei —su hermana, su sombra, su guía y, como él mismo la definió, “El Jefe”— no era decorativa. Pero ahora, ese liderazgo en la penumbra da un nuevo paso hacia la ocupación absoluta del poder. Según reveló La Política Online, Karina no solo ha asumido un rol central en la arquitectura política del gobierno, sino que también ha tomado el control de uno de los engranajes más sensibles: el aparato de trolls que Santiago Caputo había desarrollado para custodiar la imagen presidencial y atacar a los críticos del régimen libertario.
Este ejército digital —disfrazado de espontaneidad ciudadana— ha sido desde el primer minuto una herramienta crucial para disciplinar opositores, intimidar periodistas e instalar narrativas favorables al gobierno, incluso cuando los datos y la realidad empírica gritan lo contrario. El búnker desde el que operaban estos operadores digitales se encontraba bajo la órbita de Caputo, el consultor en comunicación más cercano a Javier Milei, y funcionaba desde una ubicación algo excéntrica: una vieja galería comercial en la zona de Retiro. Hasta ahora.
La novedad es que Karina Milei ordenó el traslado de ese núcleo operativo al Palacio Libertad, el edificio donde funciona la Secretaría General de la Presidencia, la misma que ella dirige. En términos simbólicos, el movimiento es elocuente: lo que era una estructura paralela y descentralizada, ahora pasa a estar bajo el ala directa del Estado. Lo que antes se cocinaba desde las sombras del marketing político, hoy se integra al aparato gubernamental como una suerte de Ministerio de la Posverdad no oficializado, pero altamente funcional.
Este paso es más que un simple traslado de oficinas. Es la confirmación de una mutación institucional peligrosa. Porque si ya era preocupante que el gobierno usara recursos y operadores para manipular la conversación pública, más inquietante es aún que ese dispositivo se oficialice de facto, incrustado en el corazón del poder. En lugar de corregir esta práctica, la eleva a política de Estado.
El círculo se cierra: Caputo fue desplazado, sus cuadros absorbidos, y Karina Milei asumió la jefatura plena del dispositivo digital. La razón no es menor. Según la misma fuente, el entorno presidencial ya no confiaba plenamente en Caputo. Su capacidad para manejar crisis comunicacionales fue puesta en duda después del fracaso en instalar algunas operaciones y del alto costo reputacional que tuvo el gobierno con sus ataques a la Universidad pública y otros sectores sociales.
Karina, que se mueve como una emperatriz sin título, habría decidido que era hora de tomar las riendas directamente. El control del relato es, en tiempos de redes sociales y de polarización extrema, tan importante como el control del Tesoro. Y ella lo sabe. Con este movimiento, se asegura que cada tuit, cada trending topic, cada operación de redes pase por su filtro, por su estrategia, por su aprobación.
Queda entonces al descubierto una paradoja brutal: mientras el presidente Milei recorta programas sociales, paraliza obras públicas y exige a los argentinos “sacrificio” en nombre del déficit cero, su hermana refuerza un aparato de propaganda con recursos del Estado. Porque aunque no haya cifras oficiales —ni las habrá—, el traslado al Palacio Libertad implica que ahora este ejército digital opera con la logística, la seguridad y los recursos de una dependencia pública.
Es una vieja receta con estética nueva. La construcción del enemigo, el blindaje presidencial, la saturación de redes sociales con mensajes repetitivos, memes y consignas diseñadas para viralizarse no son herramientas nuevas. Pero Karina Milei les dio institucionalidad. Con su estilo seco y hermético, administra ese poder sin transparencia, sin rendición de cuentas, sin control legislativo. Y sobre todo, sin disimulo.
¿Quiénes son los operadores que ahora se esconden detrás de la cuenta de un supuesto “ciudadano indignado”? ¿Desde qué oficinas del Palacio Libertad se coordina el ataque a diputados opositores o periodistas críticos? ¿Cuál es el presupuesto destinado a sostener esta estructura? Las preguntas son muchas, pero las respuestas son pocas o directamente inexistentes. Lo cierto es que el gobierno que vino a terminar con “la casta” terminó adoptando sus peores prácticas, pero con una eficiencia digital inédita.
Esta apropiación del aparato troll también pone de relieve la fragilidad del propio Caputo. Su rol de gurú de la comunicación ha quedado desdibujado. La lógica vertical y personalista del gobierno no tolera segundas figuras. En un modelo donde todo se concentra en un puñado de nombres —y en particular en una sola mujer—, los cuadros técnicos se vuelven descartables. Karina no delega. Karina manda.
El Palacio Libertad, ese edificio clásico y sobrio que en otros tiempos fue epicentro del protocolo y la gestión institucional, se convierte ahora en el cuartel general de una guerra digital que no busca debatir ideas sino destruir disidencias. A la lógica democrática del pluralismo, el gobierno de Milei le opone la lógica del algoritmo y del ataque programado.
La ciudadanía, mientras tanto, queda atrapada en una telaraña donde la frontera entre la verdad y la propaganda se vuelve cada vez más difusa. La narrativa libertaria necesita sostenerse como sea, porque sus resultados concretos están muy lejos de la épica prometida. Y en esa tarea, Karina Milei ha demostrado ser tan implacable como eficaz. No hay ministerio, no hay cámara legislativa, no hay partido que concentre tanto poder real como su despacho.
El desembarco del ejército digital en el Palacio Libertad no es una anécdota. Es un síntoma. De la concentración autoritaria del poder. De la instrumentalización del Estado para sostener un relato. De una democracia debilitada que tolera que desde el corazón mismo del poder se financien operaciones para silenciar voces. Karina Milei, sin ser electa ni interpelada por nadie, ya maneja más palancas de poder que cualquier ministro. Y ahora, además, controla el relato.






















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