Javier Milei niega la pobreza con una frase cruel e infantil: “La calle estaría llena de cadáveres”

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El Presidente relativizó la angustia social con una frase que indigna: negó la crisis económica y descalificó a quienes denuncian la pobreza y los bajos salarios, apelando a una retórica provocadora que banaliza el sufrimiento de millones.

Durante un acto de la Fundación Faro en Puerto Madero, Javier Milei minimizó la imposibilidad de llegar a fin de mes con un razonamiento pueril y ofensivo: “Si fuera cierta, ustedes tendrían que caminar por la calle y estaría llena de cadáveres”. La frase expone no sólo su falta de sensibilidad social, sino una peligrosa desconexión con la realidad argentina.

A oscuras y en tono mesiánico, Javier Milei volvió a hablar. Esta vez, el escenario fue un evento de la Fundación Faro en Puerto Madero, un lugar elegido a conciencia, lejos del barro del conurbano, de las villas, de los comedores populares y de la fila de jubilados esperando su turno en un banco. Allí, entre luces apagadas y miradas cómplices, el Presidente soltó una de las frases más crueles y cínicas de su mandato: «Si fuera cierta, ustedes tendrían que caminar por la calle y estaría llena de cadáveres».

No fue un error de interpretación. No fue una metáfora desafortunada. Fue la línea argumental con la que el jefe de Estado pretendió desacreditar el reclamo de millones de argentinos que ya no llegan a fin de mes. Lo dijo sin titubear, convencido, y con esa sonrisa socarrona que ya se ha vuelto marca registrada. Pero lo que para él es ironía libertaria, para millones es insulto. Porque mientras Milei se burla desde un atril, los datos duelen en la calle: hay familias que comen una vez al día, hay chicos que dejan la escuela para trabajar, hay jubilados que eligen entre medicamentos o comida. No, no hay cadáveres tirados en las veredas, pero hay cuerpos vivos con hambre, con frío, con miedo.

Reducir la discusión sobre la crisis económica a un grotesco silogismo de muerte o supervivencia no sólo es intelectualmente pobre: es perverso. No hace falta morir para estar en crisis. No hace falta estar en la morgue para estar destruido. Hay un país entero empobreciéndose a diario, enfrentando ajustes brutales, inflación persistente, pérdida del poder adquisitivo, caída del empleo registrado, reducción del consumo, cierre de pymes, y un Estado ausente que, en vez de responder, desprecia.

Pero Milei no se detuvo ahí. Calificó la queja por los ingresos insuficientes como «una pelotudez», reafirmando así su desprecio por cualquier forma de empatía o sensibilidad social. Dijo que tales afirmaciones eran “un insulto a los que hacen un esfuerzo por la vía honesta”. Como si pedir un salario digno fuera un acto deshonesto. Como si denunciar la pobreza fuera sinónimo de vagancia. Como si el pueblo estuviera obligado a agradecer cada migaja que cae del banquete libertario.

Y como en todo delirio que se respete, Milei necesitó construir un enemigo. En este caso, apuntó con artillería gruesa a quienes lo critican: “Esa vida, los kukas y el periodismo no la conocen”. Otra vez, el recurso fácil del maniqueísmo: nosotros los puros, ellos los corruptos; nosotros los iluminados, ellos los ciegos; nosotros los que entendemos, ellos los que repiten consignas. Nada nuevo. Pero siempre peligroso.

Porque no se trata sólo de lo que dice, sino de lo que habilita al decirlo. Cuando el Presidente niega la pobreza con sarcasmo, autoriza el desprecio. Cuando se ríe del hambre, valida la crueldad. Cuando acusa a los trabajadores de “pelotudos” por quejarse, blanquea la desigualdad como si fuera parte del orden natural de las cosas. Es una pedagogía del odio vestida de libertad. Y es profundamente peligrosa.

Lo más inquietante es que Milei no ignora lo que ocurre. No hay ingenuidad en su cinismo. Lo que hay es cálculo. Un cálculo que lo lleva a construir una narrativa de salvación a largo plazo, mientras desarma cada derecho en el presente. Por eso, en medio del show, pidió más tiempo para “sacar adelante al país”, proyectando una fantasía de desarrollo que, según sus propias palabras, podría demorar “30, 35 o 40 años”. Una vida entera. O más. Un país que espera la redención eterna, mientras sangra a diario.

Pero la esperanza no puede ser una hipoteca impaga. No puede ser una promesa vacía sostenida sobre la miseria. No puede construirse sobre la negación de lo evidente. Porque hay una verdad que grita por todas partes: la gente no llega a fin de mes. Esa frase que a Milei le parece sensiblera, es el resumen brutal de una realidad que no se ve desde Puerto Madero pero se palpa en cada barrio. Porque la crisis no se mide en cadáveres: se mide en la imposibilidad de acceder a lo básico. Y esa imposibilidad no es un “insulto a los que se esfuerzan”, sino la prueba de que, aunque muchos lo intentan con honestidad, el sistema —este sistema— los aplasta.

Javier Milei no es sólo un presidente con una economía de ajuste y motosierra. Es también un orador con una narrativa cruel, que usa la provocación como política de Estado. Su discurso no busca convencer, sino dividir. No intenta comprender, sino humillar. No propone soluciones, sino conflictos. El daño de sus palabras no se reduce a lo simbólico: tiene efectos concretos. Porque en una sociedad rota, cada palabra puede ser un cuchillo o un puente. Y elige lo primero, una y otra vez.

Las frases del Presidente ya no son “ocurrencias”, como se las llamó en campaña. Son declaraciones de principios. Son un reflejo de su concepción del mundo: un mundo en el que el que sufre es culpable, el que reclama es enemigo y el que duda, un estúpido.

Pero la Argentina real no necesita sarcasmo ni cinismo. Necesita respuestas. Necesita políticas públicas que abracen a los más postergados, no que los insulten. Necesita dirigentes que escuchen, no que desprecien. Necesita, sobre todo, un gobierno que entienda que estar vivos no es suficiente. Porque vivir no es apenas respirar: es tener dignidad.

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