Una nueva denuncia sacude al oficialismo libertario: dirigentes de La Libertad Avanza acusan a la cúpula bonaerense de comercializar cargos políticos con otros sectores políticos, revelando audios comprometedores y prácticas de una obscenidad institucional sin precedentes.
Mientras el presidente Javier Milei se jacta de combatir la casta y promete una regeneración moral del sistema político, en la trastienda de su armado partidario se exhibe una podredumbre que nada tiene que envidiarle a los vicios que decía venir a destruir. Audios, documentos y testimonios comprometen a dos de sus principales operadores en la provincia de Buenos Aires, acusados de vender candidaturas a exdirigentes a cambio de dólares. La lógica de mercado aplicada a la política, sin principios, sin convicciones, sin vergüenza.
El discurso libertario que prometía dinamitar la casta se desmorona con cada revelación, como si las máscaras fueran cayendo a medida que se acercan las urnas. Lo que sucede en la provincia de Buenos Aires, epicentro electoral y político del país, es una radiografía perfecta del cinismo libertario: dirigentes de La Libertad Avanza denunciaron ante la Justicia a sus propios referentes por vender candidaturas al mejor postor. ¿El precio de un cargo público? Dólares. ¿Los compradores? Políticos ¿El resultado? Un escándalo que desnuda la hipocresía estructural del partido de gobierno.
La denuncia fue radicada en sede judicial por Cristian León, excandidato a intendente de Mar Chiquita, y la concejal Patricia Heltner, ambos parte de La Libertad Avanza hasta que decidieron exponer lo que definen como una “maniobra sistemática” de cooptación de las listas por parte de quienes controlan el armado provincial: Sebastián Pareja, hombre de confianza de Milei, y Alejandro Carrancio, diputado provincial y operador clave en la Quinta Sección Electoral.
Los denunciantes afirman tener en su poder documentos, testimonios y audios que probarían una práctica ilegal y, aún más grave, inmoral. En uno de los registros sonoros más comprometedores, el propio Carrancio reconoce la venta de candidaturas a cambio de dólares y menciona sin tapujos el uso de fondos públicos para financiar campañas. ¿Qué fue de aquella prédica austera que prometía cortar con la política de privilegios? ¿Dónde quedaron las promesas de transparencia y meritocracia? La evidencia parece indicar que, en los pasillos libertarios, la billetera pesa más que las ideas.
Cristian León no titubeó en señalar que la maniobra tiene un objetivo claro: correr a los referentes liberales auténticos para dejar lugar a exdirigentes, con el fin de conservar poder territorial dentro de los concejos deliberantes. Es decir, sostener estructuras de control local, sin importar el color ideológico de los ocupantes, mientras haya dinero de por medio. Esta estrategia, que en cualquier democracia sería considerada escandalosa, aquí se normaliza como parte del negocio político bajo el disfraz de libertad.
La gravedad del caso no termina en los audios. Según trascendió, otros concejales y militantes de La Libertad Avanza en la provincia ya se están contactando con León y Heltner para sumarse a la denuncia. La trama se expande, y con ella se profundiza la crisis interna de un espacio que llegó al poder prometiendo pureza ideológica, pero que demuestra, día tras día, que en su lógica de mercado también los principios están en oferta.
Este episodio, por sí solo, bastaría para encender todas las alarmas institucionales, pero en el contexto del gobierno de Javier Milei, adquiere un significado aún más preocupante. El presidente construyó su capital político a base de una narrativa que demonizaba a la política tradicional por corrupta, prebendaria y clientelar. Hoy, esa misma lógica es replicada por sus operadores, sólo que con una estética más “cool” y un discurso vacío de contenido. Nada nuevo bajo el sol, salvo que ahora la corrupción se envuelve en papel libertario y se vende con slogan de TikTok.
La venta de cargos, lejos de ser una novedad en la política argentina, alcanza con La Libertad Avanza una dimensión particularmente insultante. Porque no estamos hablando de un partido tradicional que admite su propia decadencia. Estamos hablando del espacio que llegó al poder prometiendo erradicar esas prácticas. El nivel de cinismo no sólo es desconcertante: es corrosivo para cualquier posibilidad de regeneración democrática. Si los que venían a limpiar el sistema resultan ser peores que los que estaban, ¿qué nos queda?
Además, el hecho de que se trate de exdirigentes quienes habrían comprado su lugar en las listas añade una capa de perversidad política que revela lo poco que importa la coherencia en este armado. Lo que interesa es ganar, llenar espacios, controlar territorios. Y si para eso hay que pactar con el diablo, se pacta. No por convicción, sino por precio. Así funciona el nuevo orden libertario: sin ideología, sin lealtades, sin escrúpulos.
El silencio de Javier Milei ante esta denuncia es tan ensordecedor como revelador. El presidente, que suele lanzar improperios a diestra y siniestra ante cualquier crítica, guarda ahora un silencio estratégico que no hace más que confirmar la veracidad del escándalo. Porque si la acusación fuera falsa, ¿no sería el primero en salir a desmentirla con su habitual virulencia tuitera? Su mutismo solo puede leerse como complicidad o, peor aún, como aceptación.
Resulta imprescindible que la Justicia avance con rapidez y firmeza en la investigación. No se trata de una interna partidaria más. Estamos ante una posible red de corrupción política dentro del partido gobernante, con operadores que manejan fondos, influencias y cargos como si se tratara de mercadería de supermercado. La democracia argentina no puede darse el lujo de mirar para otro lado. La gravedad del caso requiere respuestas institucionales, y también una reacción ciudadana que no tolere la impunidad disfrazada de renovación.
Mientras tanto, la imagen de La Libertad Avanza se resquebraja. Lo que alguna vez fue presentado como un movimiento regenerador, hoy aparece como una empresa electoral al servicio del oportunismo más burdo. La moral libertaria, tan exaltada en discursos y declaraciones, se revela como un cascarón vacío, una etiqueta marketinera que esconde viejas prácticas recicladas. El problema ya no es sólo lo que hacen. El problema es que lo hacen creyendo que nadie lo va a notar.
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