Mientras la Casa Rosada intenta callar el eco del escándalo, la Justicia investiga a fondo el paso de una valija sin declarar que viajó en un vuelo oficial desde Estados Unidos. Una trama que combina secretos, actores ligados al trumpismo y el silencioso intento de proteger a quienes caminan cerca del poder libertario.
El poder suele tener sus propias aduanas, esas que filtran lo que entra y lo que sale, no sólo de los aeropuertos sino del relato público. Y en la Argentina de Javier Milei, la aduana parece haberse convertido en un colador de secretos incómodos. El escándalo de la valija que llegó al país sin control alguno, en un vuelo oficial procedente de Estados Unidos, es la más reciente postal de cómo un gobierno que promete transparencia y fin de privilegios se enreda, cada vez más, en las mismas viejas prácticas que decía venir a desterrar.
Todo empezó el 13 de junio, cuando el vuelo AR1091 aterrizó en Ezeiza, trayendo de regreso a la comitiva presidencial que acompañó a Javier Milei a Estados Unidos para participar de eventos con empresarios y figuras del ala más dura del Partido Republicano. Entre los pasajeros venía Karina Milei, la hermana y mano derecha presidencial, junto a Martín Menem, presidente de la Cámara de Diputados, y Eduardo “Lule” Menem, subsecretario de Gestión Institucional de la Secretaría General. Pero el verdadero protagonista del viaje fue un equipaje que nadie se animaba a mencionar.
La valija, según admitieron fuentes oficiales, no pasó por el control de la Aduana ni se realizó la correspondiente declaración. Esto no sería menor ni un simple “detalle administrativo”, como intentó minimizar el Gobierno. Porque no se trató de un bolso cualquiera, sino de un bulto que ingresó al país sin ninguna documentación que respaldara su contenido, lo cual encendió las alarmas de la Justicia. No es sólo la valija: es lo que podría haber adentro y lo que representa el hecho de que semejante irregularidad se encubra a ojos vista.
Lo más perturbador es que la protagonista detrás de ese equipaje es nada menos que Karina Milei, conocida puertas adentro como “El Jefe”, una figura que maneja los hilos más sensibles del poder libertario. Pero si la situación ya estaba cargada de tensión política, se tornó directamente explosiva al conocerse la identidad de quien transportó la valija: Gilda Goldaracena, una abogada argentina, devota militante trumpista, con nexos con sectores ultraconservadores norteamericanos, y con residencia en Miami. Según reveló Página/12, Goldaracena fue vista en la zona de la pista en Ezeiza recibiendo el bulto y llevándoselo, sin exhibir ninguna documentación que justificara el traslado ni ser sometida a los controles de rigor.
¿Quién es esta mujer que carga misteriosas valijas y circula con libertad en la zona restringida del aeropuerto? Goldaracena se presenta como una abogada “internacionalista” y se ufana de su proximidad a círculos trumpistas, incluso de sus contactos con empresarios ligados al Partido Republicano y a la prédica del “América Primero”. No es una figura cualquiera, sino una pieza de un rompecabezas que conecta a la Casa Blanca de Trump con el despacho presidencial de Javier Milei. Esa cercanía, más allá de lo ideológico, abre preguntas inquietantes sobre los intereses que podrían estar moviéndose en las sombras.

Mientras tanto, el Gobierno hizo todo lo posible por tapar el asunto. Manuel Adorni, vocero presidencial, fue consultado en conferencia de prensa sobre el escándalo y se negó a responder preguntas. Con un tartamudeo visible y evidente incomodidad, Adorni esquivó a los periodistas y buscó dar por cerrado el tema con vaguedades que, lejos de disipar las sospechas, las alimentaron. Su silencio es un testimonio brutal de la opacidad que atraviesa a la gestión libertaria, a contramano de su prédica de “gobierno abierto”.
El expediente judicial que investiga el caso está en manos del juez en lo Penal Económico Pablo Yadarola, quien interviene por presunta violación al Código Aduanero. La Aduana presentó una denuncia y solicitó que se determine quién ordenó el paso sin control y, sobre todo, qué contenía exactamente la valija. Lo que se sabe hasta ahora es que el bulto fue etiquetado como “material de ceremonial”, pero nadie exhibió documento alguno ni inventario de su contenido. ¿Material de ceremonial o cargamento con secretos políticos y financieros? La diferencia no es menor y podría tener consecuencias judiciales de alto voltaje.
Lo que indigna es que este caso revela, con crudeza, el doble discurso libertario. Mientras Javier Milei posa como el adalid de la “casta que se roba todo”, sus más íntimos colaboradores, incluyendo a su hermana, son protagonistas de maniobras que huelen a privilegios reservados sólo para quienes gozan del amparo del poder. ¿Acaso la Ley es para todos, menos para los libertarios que se creen dueños del Estado? Esa es la pregunta que sobrevuela los pasillos del Poder Judicial y los medios de comunicación.

El blindaje político es evidente. En la Casa Rosada hay absoluto hermetismo y temor a que la causa judicial escale y termine salpicando no sólo a Karina Milei sino a la estructura de poder que orbita alrededor del Presidente. El gobierno, que tanto habla de austeridad y república, se hunde cada vez más en la lógica del secreto y el manejo discrecional. Como bien apunta Página/12, lo grave no es sólo el contenido de la valija sino el mensaje institucional que deja el hecho de que un grupo reducido de funcionarios se sienta con derecho a violar las normas que deben cumplir todos los ciudadanos.
En la Argentina de Milei, las valijas misteriosas vuelven a ser símbolo de zonas grises donde la política y el poder económico se mezclan, sin control ni rendición de cuentas. Un déjà vu que recuerda, inevitablemente, a otros escándalos que mancharon gobiernos anteriores, aunque este Ejecutivo jure estar hecho de otra madera. Las imágenes de Goldaracena en la pista, con su valija en mano, se convirtieron en un emblema incómodo para una gestión que prometía derribar privilegios. Pero el relato se estrella contra la realidad: mientras la mayoría de los argentinos debe declarar hasta un perfume comprado en el free shop, el entorno presidencial parece moverse por carriles donde la ley es un estorbo, no una obligación.
Es imposible saber hoy si la causa penal llegará hasta sus últimas consecuencias o si, como tantas otras, naufragará en el lodazal de las internas políticas y las presiones del poder. Pero algo está claro: el gobierno de Javier Milei está mostrando que, detrás del marketing de motosierra y recortes, se esconde un núcleo duro de privilegios y secretos. Y esta valija, que viajó con más poder simbólico que kilos, es la prueba más contundente de que el “nuevo orden” libertario podría ser, apenas, el viejo orden de siempre, disfrazado de rebeldía.
En definitiva, la valija incómoda se convirtió en mucho más que un simple bulto: es la metáfora perfecta de un gobierno que, mientras promete limpiar la casta, parece dispuesto a encubrir sus propios fantasmas, aunque para ello deba pasar por arriba de las leyes, las instituciones y hasta de la confianza de quienes lo votaron creyendo que todo sería distinto.
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