El delirio de Milman: En plena crisis, el diputado propone declarar de “interés parlamentario” un terremoto en Kamchatka

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Con la población sumida en la pobreza, las universidades agonizando, la salud pública al borde del colapso y la represión estatal como norma, la Cámara de Diputados recibe una iniciativa de Gerardo Milman que roza el absurdo: expresar preocupación institucional por un fenómeno geológico ocurrido a miles de kilómetros de distancia.

La propuesta no es una sátira, aunque lo parezca. El diputado nacional Gerardo Milman, en pleno despliegue del ajuste más brutal desde el retorno de la democracia, presentó un proyecto de declaración para que la Honorable Cámara de Diputados de la Nación exprese su “preocupación institucional por el terremoto acontecido en la península de Kamchatka, Federación Rusa”. Sí, leyó bien: Kamchatka. Mientras millones de argentinos no saben si podrán poner un plato de comida sobre la mesa esta noche, Milman se desvela por un evento sísmico a más de 17.000 kilómetros de distancia.

No se trata de una tragedia humanitaria con víctimas argentinas, ni de un desastre que comprometa la seguridad nacional, ni siquiera de un hecho diplomático con implicancias regionales. Es, sencillamente, un movimiento telúrico registrado el 28 de julio de 2025 que —según la fuente oficial utilizada en el proyecto— tuvo una magnitud de 6.9 grados en la escala Richter, con epicentro a 257 kilómetros de Petropavlovsk-Kamchatsky. Una noticia breve, casi perdida en los cables internacionales, que Milman decidió elevar al plano de la “preocupación institucional” del Congreso argentino.

La declaración propuesta por el legislador no solo es desatinada por el contenido, sino por el contexto. Argentina vive un presente desgarrador: índices de pobreza que se disparan, indigencia creciente, despidos masivos en todos los sectores del Estado, paralización del sistema científico, abandono de las universidades públicas, colapso en hospitales, represión en las calles y un gobierno que se niega a asistir a los más vulnerables con alimentos o subsidios. En ese marco, el proyecto de Milman aparece como una burla obscena. Un gesto cínico que retrata, con una precisión casi quirúrgica, la frivolidad del oficialismo libertario y la desconexión total con la vida real de los argentinos.

¿Quién le habla al pueblo desde el recinto? ¿Quién pone sobre la mesa la destrucción sistemática del entramado social que está perpetrando la administración de Javier Milei? Sin embargo, ahí está Milman, obsesionado con la tectónica de placas rusa. Como si desde esa distancia geológica buscara una excusa para no mirar la grieta que se abre cada día más entre el pueblo argentino y una clase política que ha decidido mirar hacia otro lado.

El texto de la declaración no se priva de lo ridículo: repasa datos técnicos sobre el terremoto, menciona la región como “una zona sísmica activa” y concluye con una nota casi paródica: “resulta necesario expresar nuestra solidaridad y atención ante estos sucesos naturales que causan incertidumbre, temor y potenciales daños a la población y sus bienes materiales”. ¿Y qué hay del temor, la incertidumbre y los daños concretos que sufren a diario millones de compatriotas? ¿Dónde están las declaraciones de interés por las madres que se organizan en ollas populares, por los docentes que no pueden pagar el colectivo para ir a trabajar, por los científicos que ven cómo sus proyectos mueren en el abandono?

En cualquier república seria, este tipo de iniciativas serían sepultadas en el archivo parlamentario con un mínimo de pudor. Pero en la Argentina de Milei, donde la palabra “república” ha sido vaciada de contenido, donde se usa la libertad como coartada para desmantelar el Estado, el delirio se institucionaliza. Y Milman, que ya cuenta con un historial plagado de episodios polémicos, refuerza su lugar como uno de los símbolos del despropósito político de esta época.

No se puede tomar a la ligera este tipo de episodios. Son parte de una maquinaria de disociación colectiva. Cuando un legislador electo por el pueblo considera prioritario emitir un comunicado por un terremoto en Rusia, mientras millones de argentinos son empujados a la miseria más descarnada, lo que está en juego no es solo el sentido común, sino el sentido mismo de la representación democrática. El Congreso debería ser el espacio donde se escuchen las voces del pueblo, no un teatro de lo absurdo donde se juegan partidas de diplomacia imaginaria con países remotos.

El proyecto de Milman es, además, una muestra de cómo se utiliza el aparato legislativo para montar operaciones de marketing simbólico, vacías de contenido pero útiles para simular una actividad institucional que no tiene otro fin que justificar el sueldo y las dietas. En este caso, ni siquiera hay una motivación geopolítica, ni una línea de cooperación internacional, ni una conexión migratoria. Solo un acto de solemnidad impostada que genera más vergüenza que respeto.

Y lo más preocupante: mientras se redactan estas líneas, la iniciativa sigue en pie. No fue retirada. No fue condenada por sus pares. No fue objeto de un debate sobre prioridades. Esa inacción es, quizás, el gesto más elocuente de la decadencia política que atravesamos. Porque en un país donde se normaliza el hambre y la desigualdad, la indolencia de los representantes termina siendo mucho más dañina que cualquier terremoto.

Si algo está temblando en Argentina, no es la tierra. Es la democracia, es la justicia social, es la empatía. Y cuando un legislador elige mirar al otro lado del mundo en vez de atender la crisis que lo rodea, lo que cruje no es la corteza terrestre: es el contrato social. Y ese sí, está en peligro real.

Fuente: https://www4.hcdn.gob.ar/dependencias/dsecretaria/Periodo2025/PDF2025/TP2025/4088-D-2025.pdf

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