La investigación por la supuesta criptoestafa $Libra amenaza con trepar hasta el corazón del poder: Gregorio Dalbón reclama la indagatoria del presidente Javier Milei y su hermana Karina, denunciando un entramado de estafas millonarias, maniobras bursátiles fulminantes y oscuros lazos entre funcionarios y financistas internacionales.
Si alguien pensó que el furor cripto era apenas un asunto de geeks o de especuladores de Twitter, el caso $Libra acaba de demostrar lo contrario. No se trata solo de tokens volando de centavos a dólares en segundos, ni de gráficos verdes y rojos bailando en las pantallas. Esto es poder, dinero, y —cada vez parece más claro— política en su forma más cruda y peligrosa. La denuncia que retumba en los tribunales federales de Comodoro Py es, por momentos, una mezcla de thriller financiero y drama institucional. Gregorio Dalbón, abogado de verbo afilado y presencia constante en causas de alto voltaje, acaba de meter el dedo en una llaga que roza nada menos que al presidente Javier Milei y a su hermana Karina, la influyente secretaria general de la Presidencia. Y no lo hace en términos livianos ni especulativos: lo hace exigiendo la indagatoria de ambos, además de la inmediata detención de los supuestos cerebros financieros detrás de la maniobra: Mauricio Novelli y el estadounidense Hayden Davis.
Según el escrito de Dalbón, la operación fue de una sofisticación que, en el mundo cripto, sería digna de manual. Davis, ingeniero y experto en blockchain, habría diseñado la “arquitectura técnica” del token $Libra, mientras Novelli se encargaba de urdir la estrategia de marketing y de captar incautos inversores, seducidos por la promesa de multiplicar su dinero casi por arte de magia. Pero el corazón del escándalo late en otro lado: el papel de la familia presidencial. Dalbón no se anda con rodeos. Afirma que Karina Milei brindó “respaldo político e institucional”, mientras que su hermano, el mismísimo Javier, “promocionó el token desde su cuenta oficial de X”, contribuyendo así a dotar de legitimidad a lo que, según el denunciante, fue una monumental estafa.
El efecto fue inmediato. Bastó que Milei hiciera el tuit fatídico el 30 de enero de 2025 para que el token $Libra saltara de u$s0,50 a casi u$s5 en pocos minutos. Una suba que, a los ojos de cualquier inversor experimentado, huele más a bomba especulativa que a negocio legítimo. “Dicha alza artificial generó una ola de compras por parte del público, inducido por la legitimidad que implica la palabra presidencial”, dice Dalbón, en un párrafo tan lapidario como revelador de la dimensión política del asunto. Porque no estamos ante un influencer cualquiera haciendo un canje con criptomonedas. Estamos hablando del Presidente de la Nación tuiteando sobre un activo financiero que, horas después, desploma su cotización, dejando a miles con las billeteras vacías y a pocos, muy pocos, con millones en ganancias.
La denuncia se apoya, además, en datos demoledores. Fernando Molina, ingeniero y especialista en rastreo on-chain, aportó pruebas clave para seguir el rastro digital del dinero. Tras la confesión de Davis de haber devuelto cinco millones de dólares a David Portnoy —uno de los damnificados más ruidosos del caso—, Molina pudo identificar la wallet personal del estadounidense. Desde allí, se descubrieron movimientos gigantescos: apenas dos semanas antes del famoso tuit de Milei, Davis transfirió u$s507.500 hacia otra dirección, usando Bitget como intermediaria. Es decir, justo antes de la explosión mediática y bursátil, se movían fichas millonarias en la sombra, lo cual alimenta las sospechas de que la suba de precio fue orquestada para un posterior retiro de ganancias, dejando el tendal de pequeños ahorristas en ruina.
Dalbón, fiel a su estilo combativo, no se priva de describir este esquema como “una maniobra de estafa de altísima sofisticación, con consecuencias patrimoniales y políticas de enorme gravedad”. No exagera: en el terreno político, el impacto es potencialmente devastador. Porque si se llegara a comprobar la participación —o al menos la anuencia— de Milei y su hermana, estaríamos hablando de un presidente en ejercicio vinculado a un esquema de pump & dump, una maniobra clásica en el ecosistema cripto pero con ribetes escandalosos si implica el uso del aparato estatal para dotar de confianza a una inversión fraudulenta.
Para Dalbón, la detención de Davis y Novelli no es un capricho. Insiste en que ambos tienen “serio riesgo de fuga y entorpecimiento de la investigación”, y más aún en el caso de Davis, ciudadano estadounidense, para quien ya pidió la emisión de la notificación roja de Interpol con miras a su extradición. Porque si algo ha enseñado la saga cripto global es que, una vez que el dinero se mueve a wallets anónimas o a paraísos fiscales, es casi imposible recuperarlo. Y si los responsables se esfuman, la justicia queda corriendo detrás de fantasmas digitales. La película se repite: Davis, quien supo sentarse en reuniones con funcionarios del Poder Ejecutivo semanas antes del lanzamiento de $Libra, podría evaporarse en algún rincón de Miami o Singapur, mientras los damnificados se quedan mirando la pantalla vacía de su exchange.
El gobierno de Javier Milei, que ha hecho del “mercado” y la “libertad económica” sus banderas más rimbombantes, enfrenta ahora la peor ironía: quedar bajo sospecha de haber amparado —y hasta fogoneado— un mecanismo propio de la especulación más salvaje. Y aquí es donde la historia se vuelve casi insoportable para un presidente que se presenta como un cruzado anticasta y enemigo de los privilegios. Porque si se confirma que la Casa Rosada fue parte del engranaje que infló artificialmente el valor de un token, estaremos ante un verdadero fraude político y ético. No es solo una cuestión penal: es una mancha indeleble en el discurso de la pureza libertaria.
Nada está definido aún. La jueza María Servini tiene ahora la responsabilidad de decidir si hace lugar o no al pedido de Dalbón. Pero lo que ya es innegable es que el caso $Libra amenaza con trepar a las cumbres del poder. Y lo hace con una mezcla explosiva de dinero virtual, redes sociales, influencia política y la ilusión —siempre tan humana— de hacerse rico en un abrir y cerrar de ojos. Una ilusión que, como tantas veces en Argentina, acaba en el peor de los desenlaces: fraude, bronca y, sobre todo, desconfianza. Mientras tanto, los pequeños ahorristas que confiaron en la palabra presidencial siguen contando sus pérdidas. Y se preguntan, con amargura, si alguna vez habrá justicia para ellos.
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