El Hospital Garrahan es, sin dudas, uno de los emblemas más poderosos del sistema de salud argentino. No sólo por su carácter de institución de excelencia médica, sino por su función social insustituible: atender, sin discriminar por procedencia ni condición social, a miles de niñas y niños de todo el país. Es ese rincón en el que, como bien describió la diputada Cecilia Moreau durante su intervención en la Cámara, “desaparecen las diferencias sociales” y el dolor de padres y madres, enfrentando la angustia por la salud de sus hijos, habla un mismo idioma. Sin embargo, hoy ese símbolo nacional está siendo sometido a un proceso de desfinanciamiento brutal, mientras el gobierno de Javier Milei, lejos de protegerlo, lo estigmatiza y lo maltrata.
Durante la sesión del 6 de agosto de 2025, Moreau encendió las alarmas. Con un discurso tan sentido como crítico, retrató el estado calamitoso que atraviesa el Garrahan. La imagen es desoladora: trabajadores esenciales, entre ellos médicos, enfermeras, técnicos y residentes, enfrentan sueldos por debajo de la línea de pobreza, reclaman condiciones laborales mínimas y, como respuesta, reciben acusaciones infames del Ejecutivo Nacional que los tilda de “ñoquis”. El desprecio por quienes cuidan la vida y la salud de las infancias no sólo es una muestra de ignorancia, es también un acto de crueldad política.
Lejos de casos aislados o situaciones menores, el Garrahan continúa produciendo hitos médicos de vanguardia. Hace apenas unos días, el equipo de las doctoras Arvio y Astudillo realizó un trasplante intrauterino inédito para tratar espina bífida en un feto. ¿Qué tipo de Estado desfinancia una institución capaz de semejante logro científico y humano? La respuesta no es técnica ni fiscal: es ideológica. Este gobierno no valora lo colectivo, lo público, lo que representa el bien común. Lo demuestra en cada medida que toma, en cada ajuste que aplica y en cada estigmatización que emite desde los micrófonos del poder.
Moreau fue categórica: “Nosotros estamos acá porque tenemos que ponerle un límite a algunas cosas”. Y no es una frase menor. Se trata de una advertencia, pero también de una demanda. La legisladora recordó que el Congreso fue elegido por el pueblo para representar un mandato popular que incluye, sin ambigüedades, la defensa de los derechos esenciales. Por eso impulsa un proyecto de ley que recomponga las residencias médicas, reconociendo a los residentes como médicos con pleno derecho, y no como recursos descartables, precarizados hasta la humillación.
Pero el gobierno de Milei va en sentido inverso. En lugar de jerarquizar a los profesionales de la salud, los precariza; en vez de garantizar el acceso a tratamientos complejos como quimioterapias o trasplantes infantiles, los convierte en privilegios inalcanzables; y ante el reclamo legítimo, responde con cinismo: “no hay plata”.
Moreau desarma esa excusa con claridad quirúrgica. No hay plata para el Garrahan, pero sí la hay —y en cantidades descomunales— para pagar intereses de una deuda ilegítima contraída por el mismo Luis “Toto” Caputo, hoy nuevamente al mando de la economía como si su pasado no existiera. En lo que queda del año, el gobierno de Milei prevé pagar al Fondo Monetario Internacional unos 1.600 millones de dólares. Eso representa más de diez veces el presupuesto anual del Garrahan. Entonces, lo que falta no es dinero, lo que falta son prioridades éticas.
Cada cirugía suspendida, cada medicamento recortado, cada guardia médica desbordada por falta de personal tiene una causa directa: el ajuste planificado, deliberado y ejecutado con frialdad. Y quienes lo padecen no son números en una planilla, son seres humanos. Médicos que además de curar, también deben pagar alquiler, llenar una heladera, sostener una familia. Pacientes que no son expedientes administrativos sino niños que podrían morir si no acceden a tiempo a un tratamiento. Madres y padres que ven en el Garrahan la única esperanza posible.
Y no se trata solo de un problema económico o sanitario, sino de una profunda crisis moral. Como lo expresó la diputada: “El gobierno está actuando con mucha crueldad”. Porque para sostener una narrativa de “austeridad heroica”, sacrifica las bases de un Estado que debería estar al servicio del pueblo. Porque para rendirle pleitesía a los organismos internacionales de crédito, deja libradas a su suerte a miles de familias que confían en hospitales públicos para seguir viviendo.
En este escenario, el Congreso se convierte en el último dique de contención. Quienes integran la Cámara no pueden seguir siendo cómplices pasivos del desguace sanitario. No es tiempo de indiferencias ni de cálculos electorales. La dignidad no se negocia y la salud pública tampoco. Cada paso atrás en el presupuesto del Garrahan es un paso más hacia un país donde la salud de las infancias se convierta en un lujo para pocos.
Para cerrar su intervención, Moreau trajo la voz de una madre, Abril, quien dijo: “El Garrahan está hecho de personas increíbles, que te escuchan, que quieren ayudarte, que te abrazan y que están formadas para curar enfermedades complejas. Con todo lo que hacen ahí no sobra nadie”. Es una frase simple, pero contiene toda la verdad que el gobierno se niega a ver: en el Garrahan no sobra nadie. Lo que sobra es insensibilidad desde la Casa Rosada.
Quienes se atreven a tocar el Garrahan, están tocando lo más sagrado: nuestras infancias. Y ante eso, la respuesta no puede ser otra que una defensa cerrada, apasionada y colectiva. Porque cuando un hospital pediátrico de excelencia es atacado, lo que está en juego no es sólo el presente, sino el futuro mismo del país.




















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