La caída histórica en la vacunación, el rebrote en Buenos Aires y una jornada antivacunas autorizada por Martín Menem reavivan un riesgo epidemiológico que ya encendió las alarmas en Chile y en toda la región.
El sarampión, enfermedad que Argentina había eliminado hace más de dos décadas, reaparece con fuerza en 2025 en un escenario donde confluyen la baja cobertura de la vacuna triple viral, la circulación regional del virus y la validación institucional del negacionismo científico. El brote expone las consecuencias de un Estado debilitado, políticas sanitarias fragmentadas y discursos irresponsables que erosionan la confianza pública en la vacunación.
El sarampión no vuelve solo: vuelve cuando una sociedad baja la guardia. La Argentina de 2025 es el escenario perfecto para ese retorno indeseado. La vacunación infantil cayó a niveles inéditos en treinta años, las campañas públicas quedaron relegadas a esfuerzos focalizados y la desinformación sanitaria —hasta hace poco confinada a los márgenes digitales— encontró eco dentro del propio Congreso de la Nación. El resultado es el que los epidemiólogos anticiparon durante meses: un brote que comenzó como un puñado de casos importados y hoy representa una amenaza real para miles de niños, especialmente los menores de cinco años y los inmunocomprometidos.
Según datos del Ministerio de Salud, hasta julio se habían registrado 2.477 casos sospechosos de enfermedad febril exantemática, de los cuales 34 fueron confirmados como sarampión, con un pico en las semanas epidemiológicas 12 y 13. La provincia de Buenos Aires concentró la mayoría: 21 casos hasta noviembre. Con el cierre temporal del brote el 5 de ese mes, parecía que la situación estaba bajo control. Pero apenas dos semanas después, el 25 de noviembre, se confirmaron cuatro nuevos casos, obligando a reinstalar la alerta epidemiológica nacional y provincial. El virus mostró que no se había ido: solo esperaba la oportunidad.
Esa oportunidad tiene una explicación concreta: la caída estrepitosa de la vacunación. La triple viral, que protege contra sarampión, rubéola y paperas, requiere dos dosis, a los 12 meses y a los 5 años. Durante casi todo el período 2015-2019, la cobertura rondó el 90%. En 2024 cayó a un 46,7%, una cifra que ningún país con control epidemiológico puede permitirse. Y ninguna provincia argentina alcanza hoy el 95% necesario para garantizar la inmunidad colectiva. Dicho sin rodeos: en Argentina, el sarampión encuentra más personas susceptibles que en cualquier momento de las últimas dos décadas.
La reintroducción del virus vino, como suele ocurrir, por la vía del turismo. En noviembre, un grupo de visitantes uruguayos contagiados en Bolivia recorrió distintos puntos del país. Se trató de casos importados, pero llegaron a un territorio donde casi la mitad de los niños no tienen la primera dosis al día. La Sociedad Argentina de Pediatría (SAP) y organizaciones como SAVE advirtieron que este escenario es de altísimo riesgo: el sarampión es tan contagioso que una sola persona puede infectar a nueve de cada diez no vacunados. Y, a diferencia de otras enfermedades virales, no tiene tratamiento específico; sólo existe la prevención.
Mientras Argentina lidia con su propio brote, la situación continental agrava el panorama. La Organización Panamericana de la Salud (OPS) informó más de 10.000 casos y 18 muertes por sarampión en las Américas en 2025, un aumento del 34% respecto de 2024. Diez países se vieron afectados, entre ellos Argentina, Brasil, Bolivia y Paraguay. El rebrote no es un fenómeno aislado: es la consecuencia de la caída coordinada en las coberturas vacunales tras la pandemia, en paralelo con la expansión de discursos conspirativos que erosionan décadas de confianza pública.
La respuesta local llegó desde mayo con una campaña focalizada en el Área Metropolitana de Buenos Aires. Se aplicaron miles de dosis extras, incluyendo la llamada “dosis 0” —para niños de entre 6 y 11 meses—, destinada a proteger más temprano a los bebés en contextos de alta circulación viral. Solo en Buenos Aires se colocaron 47.981 dosis 0 y 155.616 adicionales a distintos grupos etarios. La SAP fue contundente: “Vacunarse protege individual y colectivamente; el negacionismo es un riesgo epidemiológico”.
La preocupación cruzó los Andes. El 1 de diciembre, Chile activó una alerta epidemiológica para reforzar controles fronterizos, testeos y campañas internas. La ministra Camila Vallejo recordó un dato clave: “Hemos presenciado aumentos en los casos de sarampión en Argentina. Reforzaremos el sistema de vigilancia para evitar que llegue a nuestro país. No caigan en campañas antivacunas: las vacunas salvan vidas”. Chile mantiene coberturas superiores al 90%, pero sabe —como toda autoridad sanitaria seria— que el virus no reconoce límites geopolíticos. Con el flujo turístico del verano austral, cualquier relajamiento puede derivar en transmisión interna.
Pero mientras el sistema de salud intenta contener el brote, un episodio político encendió aún más la polémica. El 27 de noviembre, el presidente de la Cámara de Diputados, Martín Menem, autorizó en el Anexo A del Congreso una jornada antivacunas que llevó como título “¿Qué contienen realmente las vacunas?”. Duró más de seis horas y reunió a exponentes de la pseudociencia, entre ellos Oscar Botta, referente de “Médicos por la Verdad”, con una charla que volvía a vincular “vacunas de calendario y autismo” —un mito desacreditado hace más de veinte años—, y Viviana Lens, que presentó una exposición titulada “Sangre de vacunados al microscopio”.
El punto más insólito lo protagonizó José Daniel Fabián, conocido como “el hombre imán”, quien afirmó que los objetos metálicos se adhieren a su cuerpo desde que recibió las vacunas contra la COVID-19. No es la primera vez que realiza este truco, basado en técnicas físicas elementales, pero su presencia en un evento oficial empujó la jornada al terreno del grotesco. Lo que podría haber sido un episodio menor en un salón de convenciones se convirtió en un escándalo institucional: la validación, desde uno de los poderes del Estado, de teorías conspirativas que ponen en riesgo la salud pública.
La reacción científica fue inmediata. Sociedades médicas como la SAP, SADI, SADIP y SAVE enviaron un petitorio a Menem exigiendo cancelar la actividad. Denunciaron “desinformación sanitaria incompatible con la salud pública” y advirtieron que esta clase de eventos alimenta la vacilación vacunal justo cuando el país enfrenta varios brotes simultáneos. Legisladores como Pablo Yedlin y Mónica Fein calificaron la jornada como “circo ridículo”, una expresión que se volvió tendencia en redes sociales. Desde el PRO, partido al que pertenece la organizadora Marilú Quiróz, se despegaron con rapidez, llamándolo “acto bizarro” y aclarando que sus posiciones son contrarias al negacionismo.
Quiróz, en cambio, sostuvo otra postura: defendió la actividad como “puntapié” para revisar la obligatoriedad de las vacunas en Argentina. Su intento de instalar el debate fue leído como una señal de alarma por especialistas y comunicadores. El periodista Pablo Duggan fue directo: “Menem abrió la puerta a que los chicos no se vacunen, se enfermen y mueran”. Puede sonar duro, pero es el tipo de advertencia que se vuelve necesaria cuando los riesgos son concretos. Argentina ya registró este año 600 casos de coqueluche y siete muertes infantiles. No hay margen para errores.
La crisis del sarampión exhibe un problema que excede este brote puntual: la desprotección creciente de la salud pública en un contexto económico y político que erosiona políticas sanitarias básicas. La vacunación, que debería ser un pilar incuestionable, se convierte en un campo de disputa ideológica donde la evidencia se relativiza y lo opinable reemplaza a lo verificable. El resultado no es abstracto ni filosófico: es epidemiológico.
La recomendación final es clara, sencilla y urgente: revisar el carnet de vacunación y aplicarse las dosis correspondientes. El Ministerio de Salud mantiene actualizada la información en argentina.gob.ar/salud/sarampion. Las vacunas del calendario son gratuitas en todos los centros de salud y hospitales públicos del país. En un contexto donde la desinformación gana terreno y la política juega con fuego, la vacunación se vuelve el único dique real para frenar al virus.
No hay grieta posible contra una enfermedad que puede causar neumonía, encefalitis o incluso ceguera. El sarampión ya no es un recuerdo del pasado: es un riesgo presente. Y lo único que puede evitar que se convierta en tragedia es exactamente lo que algunos eligieron cuestionar: la ciencia, la prevención y la responsabilidad colectiva.



















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