No es lo mismo caer con la bandera propia que morir bajo el fuego enemigo combatiendo por una causa ajena. Y, sin embargo, la línea entre héroe y mercenario suele borrarse en el relato oficial. Por eso es preciso decirlo con todas las letras: Emmanuel “Coca” Vilte no era un soldado argentino. Era un mercenario argentino, enrolado en el ejército ucraniano, que perdió la vida en medio de una guerra que no es la nuestra. Murió en Pokrovsk, alcanzado por un dron Shahed ruso. Su historia, aunque envuelta en dramatismo humano, no es la de un patriota defendiendo su tierra. Es la historia de un hombre que eligió vender su fuerza y su vida a una causa que, por mucho que hoy se quiera romantizar, responde también a intereses geopolíticos ajenos.
Vilte tenía 39 años y, según se reconstruye, se unió a la resistencia ucraniana en junio de 2022, junto a otros dos argentinos conocidos como “el Pirata” y “el Pela”. Los tres participaron de la célebre contraofensiva de Kiev que ese mismo año logró recuperar zonas clave del este ucraniano. Las crónicas de guerra suelen vendernos imágenes de soldados heroicos en trincheras, pero la verdad se cuela en las palabras de Vilte, cuando en una entrevista confesó el miedo imposible de ahuyentar: “Estando acá mismo tenés miedo porque no sabés si te puede caer una bomba o algo, el miedo no se puede controlar”. Palabras brutales que desnudan la realidad de los que combaten en guerras que no les pertenecen.
Debemos recordar, porque parece que los medios hegemónicos de comunicación no lo saben o por alguna extraña razón ignoran, el soldado argentino es aquel que derrama su sangre defendiendo su territorio. Los heroicos soldados de la independencia o los amados héroes de Malvinas son nuestros ejemplos. Los bien llamados soldados de la patria.
Ahora bien, Vilte, entre 2022 y 2024, transcurrió su vida casi por completo en el frente europeo. En ese lapso, se casó con una mujer ucraniana, tuvo una hija y cargó sobre sus hombros hospitalizaciones, operaciones y heridas de guerra. Fue, según sus compañeros, pieza clave en la formación y manejo de drones FPV y kamikaze, herramientas fundamentales para la defensa ucraniana. Pero la frialdad de los datos no debe tapar la pregunta incómoda: ¿qué hace un argentino jugándose la vida a miles de kilómetros de su patria, bajo bandera extranjera, en un conflicto armado entre potencias?
Aquí es donde el Gobierno argentino debería decir algo, aunque sea incómodo, aunque incomode incluso a su propia narrativa de alineamiento geopolítico. Porque no es casual que, bajo el gobierno de Javier Milei, la Argentina se muestre cada vez más integrada a la agenda militar y diplomática de los Estados Unidos y sus aliados, particularmente en el tablero europeo. En ese marco, la figura de argentinos enrolados en el ejército ucraniano aparece convenientemente transformada en la de “soldados de la libertad”. Una épica que enmudece las zonas grises de estos combatientes, y que pretende hacernos creer que defienden nuestros valores. Pero la verdad es mucho más cruda: luchan en un ejército extranjero y, por definición, eso es ser mercenario. Aunque duela, aunque quede feo decirlo en un comunicado de prensa.
Que nadie se confunda: Vilte, como tantos otros, tuvo seguramente motivaciones personales para elegir la guerra. Quizás buscó sentido, adrenalina, redención, dinero o, simplemente, escapar de una realidad que lo asfixiaba. Y, en el camino, encontró familia, heridas, camaradería y finalmente la muerte. Es humano sentir pena por su destino. Es imposible no estremecerse ante la imagen de un dron ruso encontrando su posición y destruyéndolo, dejando huérfana a una niña que apenas empieza a comprender el mundo. Pero no es menos cierto que Vilte empuñaba armas por un gobierno extranjero y que murió cumpliendo órdenes militares de un país que no es el suyo.
El relato oficial –y también gran parte de los grandes medios– prefiere contar estas historias bajo el manto heroico. Se habla de sacrificio, de valentía, de lucha por la libertad. Es una narrativa eficaz para la propaganda de guerra, pero peligrosa para la verdad. Porque naturaliza que jóvenes argentinos puedan morir en conflictos ajenos, como si fuera una obligación moral. Porque deja la puerta abierta para que nuestro país termine, cada vez más, atado a intereses que no son los propios.
Javier Milei, tan entusiasmado en encuadrarse bajo el ala de la OTAN, debería responder si la Argentina avala o no la participación de sus ciudadanos en guerras extranjeras. ¿Estamos dispuestos a que nuestros compatriotas mueran en Ucrania? ¿Vamos a aplaudirlos como héroes mientras empuñan fusiles pagados por gobiernos que nada tienen que ver con nuestra soberanía? O, peor aún, ¿vamos a transformarlos en fichas útiles de una narrativa occidental que nos usa como piezas descartables en el gran ajedrez global?
No se trata de negar el drama humano de Vilte. Su historia, por momentos, parece el guion de una película bélica contemporánea: un hombre del Cono Sur que, en medio de la guerra más cruda que vive Europa en décadas, se convierte en operador de drones kamikaze, se casa, tiene una hija y finalmente cae bajo un ataque aéreo de precisión. Pero no debemos permitir que el drama humano tape la realidad política. Emmanuel Vilte no murió por la patria argentina. No murió defendiendo a los suyos. Murió en uniforme extranjero, por una causa extranjera, en una guerra que no nos pertenece.
Y es ahí donde se enciende la alarma. Porque lo que está en juego no es solo la vida de un mercenario argentino, sino el lugar que el gobierno de Javier Milei está eligiendo para la Argentina en el concierto internacional. Hoy es Ucrania, mañana podría ser cualquier otro frente de batalla. Y cada vez que un compatriota cae bajo una bomba rusa, china o iraní, debemos preguntarnos: ¿estamos seguros de que ese es el camino que queremos recorrer?
Vilte, el “Coca”, descansa ahora bajo tierra extranjera. Su hija crecerá en un país devastado, sin padre y con una historia que, para muchos, será contada en clave de heroísmo. Pero la verdad, la incómoda verdad, es que no fue un soldado argentino. Fue un mercenario argentino, que eligió una guerra que no era la suya y murió por ella. Y, mientras tanto, el Gobierno de Javier Milei sigue aplaudiendo desde lejos, alimentando la fantasía de que morir por Ucrania es también morir por la libertad. Una idea tan peligrosa como falsa.
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