El ejercito Israelí mató a cuatro periodistas al atacar la ciudad Gaza

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En un nuevo capítulo de la violencia en la Franja de Gaza, un bombardeo israelí terminó con la vida de cuatro periodistas de Al Jazeera, incluidos dos corresponsales y dos camarógrafos. La denuncia de un ataque intencional contra la prensa vuelve a encender el debate sobre la libertad de informar en zonas de guerra y la manipulación del relato oficial.

En la vorágine de la guerra, donde las bombas hablan más alto que las palabras, la noticia que llega desde Gaza duele y desconcierta. Cuatro periodistas de Al Jazeera, entre ellos el reconocido corresponsal Anas al-Sharif, murieron este domingo tras un bombardeo israelí que impactó contra una carpa de prensa en Ciudad de Gaza. No se trataba de un lugar oculto, ni de una posición camuflada. Era una carpa identificada como punto de trabajo periodístico, un espacio donde la única “arma” eran las cámaras y los micrófonos.

Al Jazeera, uno de los pocos medios internacionales que mantiene corresponsales permanentes en la zona, no tardó en denunciar lo ocurrido como un ataque dirigido contra la prensa. Según el propio hospital Al Shifa, citado por la cadena, la muerte de al-Sharif y de sus tres compañeros no fue un daño colateral, sino el resultado de un bombardeo preciso. Sin embargo, el Ejército israelí contestó con una versión radicalmente opuesta y acusó a al-Sharif de ser “un miembro activo de Hamas”, incluso jefe de una célula responsable de promover ataques con cohetes contra civiles israelíes.

Esa respuesta, repetida como mantra cada vez que un periodista resulta muerto en conflictos armados, plantea un dilema que va mucho más allá de la disputa entre versiones. Porque cuando un gobierno o un ejército decide desacreditar al muerto, lo que está en juego no es solo la reputación del periodista, sino el derecho de las sociedades a conocer la verdad. Y es ahí donde el silencio se vuelve cómplice.

Para Al Jazeera, las acusaciones israelíes no son más que una maniobra para justificar lo injustificable. El canal insiste en que sus trabajadores estaban en plena cobertura informativa, haciendo su trabajo en un espacio marcado como prensa. Lo que está en discusión no es solo un hecho puntual, sino una tendencia alarmante: el hostigamiento sistemático a los equipos de prensa en Gaza. La cadena qatarí, que ha denunciado en repetidas ocasiones ataques contra sus periodistas, vuelve a exigir garantías para poder informar sin que la muerte sea un riesgo calculado.

La figura de Anas al-Sharif agrega peso a la tragedia. No era un improvisado ni un recién llegado. Su trabajo desde la Franja de Gaza había ganado reconocimiento internacional, justamente por cubrir un conflicto que otros medios habían abandonado por la peligrosidad extrema. En una guerra donde la información es un campo de batalla tan importante como el frente militar, eliminar a quienes documentan los hechos puede ser tan eficaz como silenciar las sirenas de alarma.

La versión israelí, por más enfática que sea, no despeja las dudas. Si realmente existían pruebas de que al-Sharif era parte de Hamas, ¿por qué esas acusaciones aparecen inmediatamente después de su muerte y no antes? La oportunidad política de esa narrativa es demasiado conveniente como para no despertar sospechas. El problema, como siempre, es que los muertos no pueden defenderse, y la disputa por la verdad queda atrapada entre comunicados oficiales y testimonios que rara vez llegan intactos al resto del mundo.

La cobertura de Al Jazeera en Gaza no solo ha sido incómoda para Israel, también para las potencias que lo respaldan. Mostrar el impacto real de los bombardeos, documentar la devastación y poner rostro a las víctimas rompe con el relato aséptico que algunos gobiernos intentan instalar. Es aquí donde el episodio conecta con una problemática más amplia: cuando el poder político busca monopolizar la verdad, el periodismo libre se convierte en un objetivo militar.

Mientras las bombas siguen cayendo, las versiones oficiales se multiplican y las muertes se acumulan, el periodismo queda atrapado en un fuego cruzado que no distingue entre soldados y reporteros. Que una carpa de prensa sea alcanzada por un misil, en pleno centro de Ciudad de Gaza, no puede explicarse solo como un error técnico. Hay errores que se repiten demasiado como para seguir llamándolos accidentes.

El asesinato de estos cuatro periodistas no es solo un golpe a la libertad de expresión, es un mensaje. Y aunque Israel lo niegue, ese mensaje resuena en cada rincón donde informar se ha convertido en un acto de valentía casi suicida. Gaza, con su cielo cubierto de drones y aviones, es hoy un laboratorio de guerra donde las leyes internacionales parecen papel mojado. Y, como tantas veces, el costo lo pagan quienes se atreven a contar lo que pasa.

En medio de la tragedia, el silencio de ciertos gobiernos y organismos internacionales resulta ensordecedor. Las condenas formales, cuando llegan, se pierden en el ruido de otras noticias y en la comodidad de mirar hacia otro lado. Mientras tanto, el gobierno argentino de Javier Milei, que ha mostrado un alineamiento explícito con las posiciones más duras del escenario internacional, guarda un silencio que no es neutral. En un contexto donde las democracias deberían defender a ultranza la libertad de prensa, callar ante el asesinato de periodistas equivale a legitimar la violencia que los mata.

No se trata solo de una cuestión moral. El periodismo libre es uno de los pilares de cualquier sociedad que pretenda llamarse democrática. Si aceptamos que un ejército pueda acusar sin pruebas a un periodista muerto para justificar su muerte, entonces aceptamos que la verdad sea un lujo reservado a los que detentan el poder. Y eso, en cualquier idioma, se llama censura por la fuerza.

La muerte de Anas al-Sharif y sus tres colegas debería encender todas las alarmas. No solo por lo que significa para Gaza, sino por lo que revela sobre el rumbo que están tomando los conflictos modernos: guerras donde matar la información es tan importante como ganar terreno. Y en esa lógica perversa, la carpa de prensa destruida en Ciudad de Gaza no es un daño colateral; es la prueba más cruda de que la verdad, cuando molesta, se intenta borrar a cañonazos.

Fuente: https://noticiasargentinas.com/internacionales/mueren-cuatro-periodistas-de-al-jazeera-en-gaza-tras-un-bombardeo-israeli_a68991f3ea65a4aef1589b8ea

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