El modelo aperturista del Gobierno profundiza despidos, quiebras y desindustrialización acelerada.
La foto de un edificio a medio terminar en Belgrano tomada en febrero de 2025 resume lo que hoy atraviesa el país: obras paralizadas, empresas que no pueden sostenerse y una economía real que se desmorona. Tal como reconstruye la periodista Mar Centenera desde Buenos Aires para El País, la Argentina de Javier Milei vive un proceso de desindustrialización vertiginoso, donde 28 empresas bajan la persiana cada día, producto de un combo explosivo: caída brutal del consumo, importaciones sin control, créditos inaccesibles y un tipo de cambio artificial que encarece producir y exportar.
El caso más simbólico —pero lejos de ser el único— es el cierre de Whirlpool en Pilar. La multinacional estadounidense había desembarcado apenas tres años atrás con promesas de producción de alta tecnología y un plan exportador agresivo. Invirtió 50 millones de dólares y planeó fabricar 300.000 lavarropas de última generación al año. Hoy, todo eso quedó demolido: la compañía anunció el despido de 220 trabajadores, una muestra dolorosa del derrumbe industrial. Centenera reconstruye cómo la empresa explica que los “altos costos argentinos” tornaron inviable exportar el 70% de lo producido. La apertura total de importaciones licuó el margen local: los precios de electrodomésticos cayeron 20%, según NielsenIQ, y la planta dejó de ser competitiva.
Como describe El País, Whirlpool no abandona el país: se queda, pero ya no para fabricar, sino para vender productos importados. Una postal perfecta del nuevo modelo: Argentina vuelve a ser un mercado, no un país productor.
La lista de cierres que desgrana la crónica de Centenera golpea por su amplitud y velocidad. Una fábrica de cacerolas como Essen, un fabricante de muebles como Color Living, una histórica productora de generadores eléctricos como DBT-Cramaco en Santa Fe… Ninguna actividad está a salvo. No existen “sectores ganadores”: todos pierden, todos retroceden, todos se achican.
Según un informe del Centro de Economía Política Argentina citado por El País en base a datos de la Superintendencia de Riesgos del Trabajo, 17.063 empresas más cerraron que las que abrieron durante los primeros 20 meses de Milei. El saldo: 236.845 empleos destruidos. Es un país que se apaga a una velocidad inédita.
Las ramas más afectadas son dos pilares históricos de la economía real: la construcción y la industria manufacturera. Ambas siguen entre 22% y 9% por debajo del nivel de actividad previo a la asunción del Gobierno, después del golpe que significó en 2024 la parálisis de la obra pública y la recesión inducida por el recorte feroz del gasto estatal. La recuperación parcial del primer semestre de 2025 no alcanzó para frenar el colapso empresarial. Incluso, como recuerda Centenera, se dispararon los Procesos Preventivos de Crisis, un mecanismo por el que las empresas piden auxilio para evitar despidos masivos. Entre enero y octubre se registraron 143 PPC, la cifra más alta desde los últimos dos años de Mauricio Macri.
El paralelismo con los años ’90 es inevitable. La periodista de El País retoma la comparación: Menem abrió la economía y la Argentina vivió una ola de cierres industriales que dejó cicatrices profundas. Con Milei, la historia se repite. Y, una vez más, bajo la misma premisa: competir con productos importados a precios imposibles.
El propio titular de la UIA, Martín Rappallini, citado por Centenera, reconoce que la competitividad argentina está diezmada. Producir en el país es entre 25% y 30% más caro que en Brasil, debido a la presión impositiva, la falta de infraestructura y un marco laboral que los empresarios consideran rígido. Pero la industria no pide solamente desregulación: advierte que sin reglas claras, sin tipo de cambio competitivo y sin estímulo a la demanda interna, abrir la economía de manera irrestricta equivale a firmar un certificado de defunción masiva.
Los datos del Indec también refuerzan el drama: en septiembre de 2025 la capacidad instalada de la industria fue del 61,1%, un número tan bajo que roza el registrado en plena pandemia. Fábricas trabajando a media máquina o incluso menos. Empresas que no pueden cubrir costos fijos. Salarios pulverizados que derrumban ventas. Un cóctel letal.
El caso del sector textil es, como expone Centenera, directamente catastrófico. Trabaja al 44,4% de su capacidad, cinco puntos menos que un año atrás y casi quince por debajo de finales de 2023. Y lo peor: enfrenta la competencia brutal de ropa importada desde China, que ingresa con intermediarios o directamente vía plataformas como Temu y Shein. “Competencia desleal”, advierte Rappallini. Productos que entran sin pagar impuestos, mientras miles de talleres y pymes cierran o reducen personal. Según la cámara ProTejer, ya se perdieron 15.000 empleos formales.
Es la imagen más clara del modelo Milei: miles de familias quedan sin trabajo para que algunos puedan comprar remeras baratas por internet. Un ahorro inmediato que se transforma en angustia social a mediano plazo.
La reforma laboral y la reforma impositiva que el Gobierno anuncia para la segunda mitad de su mandato son señaladas por Centenera como el próximo capítulo. El Gobierno promete que serán el salvavidas para mejorar la competitividad. Pero la periodista concluye con una advertencia: sin mejora en el poder adquisitivo, sin repunte del mercado interno, la industria difícilmente tendrá a quién venderle. Las fábricas no cierran por capricho; cierran porque no venden, y no venden porque la población está empobrecida.
La crónica de El País funciona casi como un mapa del colapso productivo. Mientras Milei sostiene un tipo de cambio atrasado para mostrar desinflación, encarece cada día más producir. Mientras celebra importaciones baratas, destruye miles de empleos industriales. Mientras promete desarrollo, el país retrocede tres décadas. La Argentina industrial, la que genera trabajo y arraigo territorial, está hoy en terapia intensiva. Y, según la nota periodística de Centenera, la velocidad de destrucción no sólo no se detiene: se acelera.
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