La reciente gestión económica de Javier Milei refleja una repetición de errores históricos: endeudamiento acelerado, fuga de capitales y un discurso que contrasta con la realidad financiera del país, mientras la ciudadanía enfrenta la incertidumbre de un futuro económico cada vez más frágil.
En apenas dos días, el gobierno gastó más de mil millones de dólares, financiando una fuga de divisas que recuerda a los episodios más críticos del pasado. Mientras tanto, la apuesta a nuevos préstamos internacionales cuestiona la sostenibilidad del plan económico de Milei y profundiza la desconfianza social.
El gobierno de Javier Milei parece transitar el camino que tantos otros líderes argentinos evitaron… o al menos deberían haber aprendido a no repetir. Según denuncian voces expertas y críticas recientes, en apenas dos días, el Ejecutivo se despachó con el uso de más de mil millones de dólares, en operaciones que favorecen la fuga de capitales y el carry trade, mientras asegura que “defiende el peso”. La contradicción es evidente: la retórica oficial no coincide con los movimientos financieros que impactan directamente en la economía real.
Cristina Fernández de Kirchner, desde su cuenta de X, lo sintetizó con claridad: el país está viendo cómo se repiten errores que ya marcaron épocas de vaciamiento y endeudamiento. Los préstamos obtenidos del Fondo Monetario Internacional, Banco Mundial y BID no solo no se destinan a inversión productiva, sino que alimentan la salida de dólares baratos, beneficiando a quienes manejan la especulación financiera, mientras la población sigue cargando con la incertidumbre y la inflación.
La historia reciente argentina ofrece ejemplos concretos de lo que puede suceder cuando se prioriza el beneficio financiero de unos pocos por sobre la estabilidad del país. Entre 2001 y 2012, los gobiernos anteriores dejaron al país en manos del caos financiero: corralitos, megacanjes y deudas crecientes. En ese contexto, la crítica a la gestión de Milei se hace más fuerte: no solo repite patrones de endeudamiento masivo, sino que lo hace con la rapidez de quien juega sin mirar las consecuencias.
El caso de la solicitud de un nuevo préstamo a Estados Unidos resume el riesgo: se trata de fondos que podrían profundizar la dependencia externa, sin ofrecer garantías de crecimiento económico sostenible. Mientras tanto, la narrativa oficial sigue insistiendo en un relato que parece desfasado de la realidad cotidiana de los argentinos: una inflación persistente, un poder adquisitivo en caída y un país que lucha por mantenerse a flote en el escenario global.
Además, los episodios de corrupción y coimas denunciados dentro del círculo cercano del gobierno agregan un ingrediente adicional de desconfianza. La referencia a familiares de funcionarios involucrados en negocios cuestionables genera un impacto directo en la percepción social de la política económica y moral del Ejecutivo. El efecto no es solo simbólico: erosiona la credibilidad institucional y alimenta la sensación de que se privilegian intereses privados sobre los colectivos.
Lo que está en juego va más allá de las cifras y los balances oficiales: se trata de la confianza de los ciudadanos, de la seguridad de sus ahorros y de la capacidad del país para sostener un desarrollo económico estable. Milei, con sus decisiones y discursos, parece haber olvidado las lecciones del pasado reciente, replicando errores que ya demostraron ser dañinos. La pregunta que flota en el aire es clara y urgente: ¿podrá Argentina evitar el colapso financiero, o estamos repitiendo, con ligeras variantes, un ciclo de endeudamiento y fuga que nos aleja cada vez más de la estabilidad?
En suma, la gestión económica de Milei combina decisiones de alto riesgo, comunicación confusa y antecedentes de corrupción dentro de su entorno, generando una mezcla explosiva para un país que ya sufrió demasiado. Mientras la sociedad observa, la incertidumbre crece, y las voces críticas se multiplican: no es un juego de números, sino la vida financiera de millones de argentinos la que está en juego.
CFK: «¡Che Milei! ¡Que olor a default!…»





















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