Milei «le soltó la mano» al Gordo Dan y no se hace cargo del ataque contra Luis Juez y su hija

Compartí esta nota en tus redes

El Presidente eligió minimizar los agravios contra Luis Juez y su hija, desligándose del militante libertario Daniel “Gordo Dan” Parisini y reduciendo su figura a “uno más de 12 millones de seguidores”. En plena crisis política y tras la derrota en Buenos Aires, Javier Milei se desmarcó de un escándalo que golpea a su gobierno. Su negativa a condenar el ataque revela la naturalización del odio en su militancia digital y la fragilidad de su conducción.

Javier Milei volvió a mostrarse incapaz de asumir responsabilidades políticas frente a un hecho que lo involucra de lleno. Tras el repudiable ataque del militante libertario Daniel “Gordo Dan” Parisini contra el senador Luis Juez y su hija con discapacidad, el Presidente eligió despegarse con una frase que expone su estrategia de evasión: “No me tengo que hacer cargo de lo que dicen mis seguidores”.

La declaración fue realizada durante una entrevista con La Voz en Vivo, en medio de su visita a la Bolsa de Comercio de Córdoba. Allí, el mandatario intentó minimizar la polémica, relativizando la figura del influencer y reduciéndolo a un anónimo dentro de sus “12 millones de seguidores”. El mensaje fue claro: Milei no está dispuesto a pagar el costo político de disciplinar a una militancia que opera con discursos de odio en su nombre.

El trasfondo del escándalo es contundente. Parisini, un activo propagandista libertario en redes sociales, atacó con saña al senador Juez luego de que éste acompañara la ley de emergencia en el sector. Pero lo más grave fue que dirigió sus burlas contra su hija con discapacidad, un límite moral que generó repudio transversal y que terminó por instalar un enorme costo político al oficialismo, justo en la previa de la derrota electoral bonaerense.

Consultado sobre el tema, Milei intentó maquillar el silencio con un gesto ambiguo: “Con Juez tengo una gran relación, él sabe de mi compromiso con la discapacidad”. La frase, lejos de reparar el daño, reforzó la imagen de un Presidente que no se atreve a condenar de manera firme los ataques de su propio espacio. Su defensa se completó con un razonamiento tan liviano como peligroso: “¿Cree que me tengo que hacer cargo de lo que dicen 12 millones de seguidores? Es ridículo”.

El episodio desnuda la contradicción del liderazgo libertario. Por un lado, Milei necesita contener a su militancia más radicalizada, que en buena medida sostiene su campaña permanente a través de las redes sociales. Por el otro, cuando esos mismos referentes cruzan límites inaceptables, el Presidente opta por desentenderse, como si su palabra no tuviera peso en la conducta de quienes actúan bajo sus banderas.

La decisión de “soltarle la mano” al Gordo Dan no se traduce en un acto de autoridad, sino en un intento desesperado por salvar su propia imagen en un contexto adverso. La ausencia de una condena categórica abre un vacío que habilita la continuidad de prácticas violentas y degradantes en la arena política. Hoy fue Parisini, mañana puede ser cualquier otro militante que, protegido por el anonimato de las redes, extienda la frontera del odio un paso más.

Milei no solo expone su debilidad como conductor de un espacio que se le escapa de las manos. También muestra que su gobierno está dispuesto a tolerar e incluso naturalizar el hostigamiento y la violencia simbólica como parte de su dinámica política. Y en esa elección peligrosa, lo que queda en evidencia no es solo la falta de límites de un sector, sino la irresponsabilidad de un Presidente que prefiere la evasión antes que el compromiso ético.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *