El jefe político en las sombras del gobierno de Javier Milei se asocia con el empresario salteño para consolidar su influencia en las listas libertarias, mientras los escándalos de coimas y las disputas internas sacuden al oficialismo.
La sociedad entre Eduardo “Lule” Menem y Alfredo Olmedo trasciende lo político: se materializa en emprendimientos hoteleros en La Rioja y en la construcción de listas electorales que desafían a Gustavo Sáenz en Salta, marcando cómo los negocios privados se entrelazan con la maquinaria del poder libertario.
El verdadero armado político del gobierno de Javier Milei no se teje en los despachos oficiales, sino en la red de influencias que Eduardo “Lule” Menem maneja con precisión quirúrgica. Lejos de ser un operador secundario, el riojano consolidó un rol central en las candidaturas de La Libertad Avanza en todo el país. La más reciente demostración de su poder se da en Salta, donde el empresario agropecuario Alfredo Olmedo, conocido por su icónica campera amarilla, selló con él una alianza que mezcla política y negocios.
Olmedo, quien supo capitalizar su figura mediática para entrar a la arena electoral, logró monopolizar la lista libertaria en su provincia. Aunque Emilia Orozco encabece la nómina, fue Olmedo quien la impulsó en política y quien garantizó el acuerdo con Lule. La clave de esta relación es clara: el riojano controla la lapicera que define candidatos, como ya lo demostró en Buenos Aires Sebastián Pareja, otro operador del oficialismo. Lo que viene es más poder, porque después de diciembre su influencia crecerá todavía más.
El vínculo se selló con un negocio que habla por sí solo. Olmedo le abrió las puertas a Lule en uno de sus emprendimientos más rentables: el Naindo Park Hotel en La Rioja, un establecimiento de lujo ubicado a una cuadra de la casa de gobierno provincial. La habitación doble cuesta cerca de 100 dólares, un precio que recuerda a destinos internacionales como Dubai y que revela que no se trata de un simple proyecto turístico, sino de un emblema de la fusión entre política y negocios en tiempos libertarios.
El problema para Milei es que este avance ocurre en paralelo a las sombras que rodean a Lule. Las denuncias de coimas, que lo involucran directamente, llevaron al presidente a presionar a periodistas afines para que reclamaran públicamente la salida del riojano. Pero Milei no se anima a enfrentarlo de frente, porque sabe que su hermana Karina protege al operador con celo. El resultado es un doble discurso: mientras Milei se presenta como adalid contra la casta, sus alfiles consolidan negocios y alianzas que son pura política tradicional.
En Salta, la movida libertaria ya agitó las aguas. El gobernador Gustavo Sáenz, que no logró acordar con los libertarios, enfrenta un escenario incierto. Su lista, encabezada por Flavia Royón —ex secretaria de Energía de los gobiernos de Alberto Fernández y del propio Milei— y acompañada por Ignacio Jarsun, presidente de la empresa provincial de agua, aparece debilitada. El ingreso de José Manuel Urtubey, en un rol que en Salta leen como “kirchnerista”, le suma presión. Sáenz confía en el peso de los intendentes para sostener su boleta, pero nadie descarta que el terreno se incline a favor del armado libertario.
Lo que queda en evidencia es que la política del gobierno no se limita a discursos de austeridad ni a promesas de cambio. El poder real se cocina en los pactos entre Lule y empresarios como Olmedo, en hoteles de lujo y en listas cerradas que responden más a negocios compartidos que a proyectos colectivos. Es una foto clara del oficialismo: mientras se ajusta a los trabajadores y a la universidad pública, el círculo íntimo multiplica sus emprendimientos privados bajo el amparo del Estado.
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