El escándalo de las coimas en la Agencia Nacional de Discapacidad golpea el corazón del oficialismo y arrastra a Karina Milei al centro de la escena. A esto se suma la caída en los índices de confianza, derrotas legislativas y un clima social que estalla en plena campaña.
En Argentina, la política siempre tiene un componente de dramatismo que parece sacado de una novela de enredos, pero lo que está viviendo Javier Milei en estas últimas semanas supera cualquier guion de ficción. Un presidente que hace apenas unos meses se jactaba de haber domado la inflación y de mantener al dólar relativamente controlado, hoy se encuentra atrapado en una tormenta perfecta: escándalos de corrupción que tocan a su entorno más íntimo, desplome de su imagen pública y actos de campaña que terminan en violencia y caos.
La escena más brutal se dio en la provincia de Buenos Aires, donde Milei debió ser evacuado de urgencia luego de que manifestantes rodearan su comitiva y la lluvia de piedras hiciera imposible continuar con el acto. El mandatario, que atribuyó el ataque al kirchnerismo, buscó mostrarse desafiante, pero la realidad es que el episodio terminó de confirmar que el clima social está lejos de ser un campo fértil para su proyecto político. En lugar de aplausos, el Presidente cosechó insultos y proyectiles.
Este hecho no fue un episodio aislado, sino el punto cúlmine de semanas signadas por la filtración de unos audios devastadores para su gobierno. En esas grabaciones, Diego Spagnuolo, exdirector de la Agencia Nacional de Discapacidad, asegura que Karina Milei —hermana del Presidente y pieza clave en la toma de decisiones— recibía sobornos del tres por ciento en el pago de medicamentos. La gravedad de la acusación no solo está en la presunta corrupción, sino en el lugar en el que ubica a la figura más cercana al jefe de Estado, alguien que no tiene un cargo electivo, pero que ejerce un poder descomunal desde las sombras de la Casa Rosada.

Las encuestas, implacables, no tardaron en reflejar el impacto. Según datos de la Universidad Torcuato di Tella, el Índice de Confianza en el Gobierno cayó un 13,6% en apenas un mes, alcanzando su nivel más bajo desde que Milei asumió. Y si esto fuera poco, la consultora Trespuntoszero revela que más del 62% de los argentinos cree que los audios filtrados reflejan hechos graves de corrupción, mientras que apenas un tercio compra la versión oficialista de que se trata de una “operación política”. Lo más demoledor es que casi el 58% responsabiliza directamente al propio Presidente y un 59% apunta a su hermana Karina como la verdadera engrampada en la maniobra.
Lo que alguna vez se mostró como el capital más sólido de Milei, su popularidad personal, se está erosionando a una velocidad sorprendente. La misma encuesta indica que su imagen positiva cayó por debajo del 40% y lo ubica en el tercer puesto, detrás de Axel Kicillof y Cristina Fernández de Kirchner, dos opositores que hace apenas meses parecían debilitados. En otras palabras, Milei pasó de liderar el ranking a estar relegado, cargando además con la etiqueta de presidente impopular en pleno proceso electoral.
El daño no es solo simbólico. En el Congreso, la realidad golpea con fuerza. La Cámara Baja anuló el veto presidencial a una ley que declara la emergencia en discapacidad y asigna fondos al sector, mientras que el Senado rechazó sus decretos de ajuste y aprobó aumentos para salud y universidades. El analista Andrés Malamud lo sintetizó de forma lapidaria: de 34 votaciones legislativas, el oficialismo perdió 16 desde abril. Un récord que desnuda un gobierno sin capacidad de negociación ni muñeca política, condenado a acumular derrotas autoinfligidas.

En este contexto, el riesgo país volvió a dispararse hasta niveles que no se veían desde abril, complicando todavía más la posibilidad de conseguir financiamiento internacional para afrontar la deuda del próximo año. Los mercados, que al comienzo de su mandato le dieron un margen de confianza, ahora reaccionan con desconfianza creciente, interpretando que el gobierno libertario no solo está jaqueado políticamente, sino también en su viabilidad económica.
Milei intenta contrarrestar la tormenta con su estilo provocador y estridente. Mientras la justicia avanza con allanamientos y secuestros de teléfonos vinculados al caso Spagnuolo, él redobla la apuesta en campaña acusando a la oposición de preparar fraude electoral con boletas “en cadena” y compra de votos. En paralelo, se da el lujo de desviar la atención hacia su obsesión futbolera, criticando nuevamente a Juan Román Riquelme y hasta ironizando con que su elección como presidente de Boca fue obra de “un hincha de River”. Un discurso que en otro contexto podría sonar pintoresco, pero que hoy solo resalta la desconexión de un mandatario que parece hablar de todo menos de lo que realmente preocupa a los argentinos.
Porque las encuestas son claras: la corrupción aparece como el principal problema señalado por la población, incluso por encima de la pobreza, la inseguridad y el desempleo. Este dato golpea de lleno en la narrativa oficialista, que intentaba instalar que el ajuste era doloroso pero necesario, y que los sacrificios se justificaban con la promesa de un futuro mejor. Cuando la corrupción escala al primer lugar en las preocupaciones ciudadanas y además involucra directamente al círculo presidencial, la credibilidad del discurso se derrumba como un castillo de naipes.
La oposición aprovecha la debilidad, pero no hace falta demasiado esfuerzo: es el propio Milei quien alimenta la hoguera. Sus denuncias de conspiraciones, sus ataques verbales y sus comparaciones futbolísticas parecen un intento desesperado de correr el eje del escándalo, aunque lo único que logra es profundizar la imagen de un gobierno errático. Incluso entre sus propios votantes, la palabra que más se repite cuando se menciona el caso Spagnuolo es “corrupción”. Ni siquiera su base dura logra sostener el relato de la “opereta”.
Así, el Presidente que llegó con la promesa de arrasar con la “casta” hoy aparece enredado en los mismos vicios que denunciaba. El que decía combatir la corrupción ahora carga con encuestas que lo señalan como responsable de un caso que huele a negocio turbio con los más vulnerables. Y el que se presentaba como el abanderado de la libertad se muestra cada vez más acorralado por derrotas políticas, judiciales y sociales.
Las próximas elecciones, lejos de ser un trampolín para su reelección, se convirtieron en un examen que Milei llega con la materia reprobada. Ni los gritos ni las acusaciones de fraude alcanzan para revertir un humor social que ya lo castigó en las calles a piedrazos y en las encuestas con desplomes inéditos. Lo que era promesa se transformó en decepción y lo que era esperanza hoy parece naufragio. Milei, que hizo de la confrontación un estilo, ahora enfrenta la confrontación más difícil: la de un pueblo que empieza a darle la espalda.
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