El líder de “Los Copitos”, involucrado en la causa por el intento de magnicidio contra Cristina Kirchner, reapareció en los medios con un pedido de disculpas dirigido a la expresidenta. Su versión de los hechos oscila entre la minimización, la victimización y un relato que expone más sombras que certezas.
Nicolás Carrizo, jefe de la llamada “banda de los copitos”, volvió a escena con un gesto tan inesperado como perturbador: le pidió “sinceras disculpas” a Cristina Fernández de Kirchner, la víctima del atentado que casi le cuesta la vida en septiembre de 2022. Lo hizo apenas días después de ser excarcelado, en medio de un proceso judicial que lo tuvo como imputado y lo sigue señalando como una figura incómoda dentro de la trama de un hecho que marcó un antes y un después en la política argentina contemporánea. Sus palabras no solo revelan contradicciones, sino que dejan al desnudo un clima de banalización de la violencia política que crece al calor de un gobierno que fomenta la intolerancia y el desprecio hacia el adversario.
Carrizo afirmó que desconocía los planes de Fernando Sabag Montiel y Brenda Uliarte, quienes sí enfrentan pedidos de condena altísimos: 19 años para él, unificados con causas previas, y 14 para ella, acusada de haber instigado y participado en la organización del atentado. Frente a este escenario, el líder de Los Copitos intenta ahora despegarse del núcleo más duro de la acusación, refugiándose en una narrativa que suena más a estrategia defensiva que a sincera reflexión. Según él, todo fue “un show con amigos” que terminó por “perjudicarlo” y que en sus chats filtrados dijo cosas que “no piensa realmente”. De ese modo, intenta relativizar conversaciones que lo vincularon directamente con la planificación y celebración del ataque frustrado contra la entonces vicepresidenta.
La frivolidad con la que Carrizo describe un intento de magnicidio —reducido a un mal chiste o a un acting entre conocidos— es en sí misma una muestra del deterioro cultural que atraviesa la política argentina. El hecho de que un acusado de participar, al menos en los márgenes, de un plan criminal de semejante magnitud, intente justificarlo con argumentos de sobremesa juvenil, no puede interpretarse de otra manera que como un desprecio absoluto por la democracia y sus reglas básicas de convivencia. Que ahora, desde un lugar de aparente arrepentimiento, diga que “si la ofendí, le pido disculpas” no borra la huella imborrable de ese instante en que Cristina Kirchner fue apuntada con un arma cargada a centímetros de su rostro.
Las declaraciones de Carrizo también dejan traslucir sus intentos de explicar las motivaciones de Sabag Montiel y Uliarte, como si su papel fuera el de un analista externo. Relató que a él nunca “le cerró” lo que hizo Sabag, porque se mostraba como una persona tranquila, incluso “agrandada”, pero nunca con perfil de violento. Y sobre Uliarte, deslizó que su vínculo sentimental con Sabag fue el motor de la obsesión que derivó en el ataque, mencionando incluso que ella había tenido relación con “El Presto”, un personaje de las redes sociales con alto voltaje ideológico. En esa línea, aseguró que Sabag actuó por la necesidad de impresionar a su pareja, intentando reducir un acto de violencia política a un asunto pasional, casi de telenovela oscura.
El pedido de excarcelación que finalmente prosperó para Carrizo fue avalado nada menos que por la fiscal Gabriela Baigún, quien coincidió con la defensa en que no se produjeron pruebas suficientes durante el debate oral para sostener la acusación en su contra. Su frase, pronunciada ante el Tribunal Oral Federal N°6, fue tan brutal como elocuente: “El propio imputado dijo que está preso por pelot…, y yo coincido”. Esa aceptación de que su rol en los hechos quedó, al menos judicialmente, en un limbo de responsabilidades, abrió la puerta a su salida de prisión mientras se aguarda el veredicto definitivo sobre su situación procesal. La fiscal incluso fue más allá y solicitó su absolución, una decisión que todavía deberá ser confirmada por los jueces.
Mientras tanto, el contraste con las penas que la fiscalía reclamó para los autores materiales del intento de magnicidio es escalofriante. Quince años para Sabag Montiel, unificados con otra condena para totalizar diecinueve, y catorce para Uliarte, la joven que se paseaba por canales de televisión defendiendo posturas reaccionarias y llamando a terminar con la política “a lo bruto”. El contraste deja claro que, aunque Carrizo logre salir de escena judicialmente, su papel simbólico dentro de Los Copitos lo seguirá persiguiendo como una marca de fuego. La excarcelación no borra ni el contexto ni el peso político de su figura.
La estrategia discursiva de Carrizo es doblemente inquietante porque combina dos elementos: por un lado, la búsqueda de victimización personal —“todo esto me perjudicó”— y, por el otro, una suerte de banalización del intento de asesinato que deja a la violencia política en el terreno de lo anecdótico. Pedir disculpas como si se tratara de un exabrupto menor en redes sociales y no de un atentado fallido contra una expresidenta no solo insulta a la inteligencia colectiva, sino que revela la naturalización de la agresión política que atraviesa el clima social argentino. Este discurso encuentra un terreno fértil en un gobierno como el de Javier Milei, que alimenta la intolerancia, relativiza la violencia y construye enemigos internos a través de su prédica diaria.
El caso Carrizo no se agota en su situación personal. Es un espejo de algo mucho más profundo: la fragilidad de las instituciones democráticas cuando la violencia deja de ser un límite. Y aquí la responsabilidad política es ineludible. La indiferencia del actual gobierno frente al intento de magnicidio, su falta de condena explícita y su actitud de minimizar el hecho como una anécdota del pasado, solo alimentan la impunidad y el olvido. En un país con una historia signada por la violencia política, los discursos de odio nunca son inocuos: germinan en sectores marginales, se organizan en bandas improvisadas como Los Copitos y terminan poniendo en riesgo la vida de dirigentes que representan millones de votos. Pretender que todo se resuelva con un “disculpame, no pienso eso” es un insulto a la democracia y a la memoria colectiva.
Nicolás Carrizo podrá caminar libremente por ahora, pero su nombre quedará ligado para siempre a uno de los episodios más graves de la democracia reciente. Su pedido de disculpas, lejos de cerrar una herida, la reabre con más fuerza. La excarcelación no debería confundirse con inocencia, ni la absolución con olvido. Porque si algo enseña este caso es que la violencia política no se combate con gestos vacíos, sino con justicia, memoria y un compromiso real de toda la sociedad por desterrar el odio como forma de acción política.
Fuente: https://www.pagina12.com.ar/852083-nicolas-carrizo-lider-de-los-copitos-le-pidio-sus-sinceras-d





















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