El fallo que legitima la violencia discursiva del presidente contra un niño autista

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La Justicia desestimó el pedido de la familia de Ian Moche, el niño autista atacado por Javier Milei en redes sociales, y ratificó que la “libertad de expresión” del mandatario está por encima del derecho de las infancias. La madre de Ian denunció la complicidad de un séquito político que multiplica la violencia.

El caso de Ian Moche debería ser un límite ético indiscutible. Un niño autista, convertido en blanco de burlas y ataques por parte de un presidente que, incapaz de asumir la responsabilidad de sus actos, se ampara en la “libertad de expresión” como excusa para no borrar un simple retweet. Y, sin embargo, la Justicia argentina acaba de dictar que ese agravio no constituye un ataque ni vulnera los derechos de la infancia. Un fallo que suena a burla, que desnuda una Justicia cómplice y que confirma lo que muchos vienen señalando: el verdadero poder de Javier Milei no reside únicamente en su investidura presidencial, sino en un entramado de jueces, funcionarios y seguidores que lo blindan mientras la violencia se normaliza.

La madre de Ian, Marlene Spesso, lo explicó con una claridad dolorosa en diálogo con la AM 750: “Si salía a favor, Ian iba a creer en la justicia; si no, sería una injusta justicia”. La frase de su hijo condensa el golpe simbólico que significa este fallo para miles de familias que esperaban que, al menos en este caso, el Poder Judicial pusiera un freno al desmadre discursivo de Milei. Pero no. El juez Alberto Osvaldo Recondo decidió que la libertad de expresión del presidente está por encima de un menor de edad y que el derecho de las infancias puede ser relativizado cuando se trata de proteger al mandatario de ultraderecha.

Lo doloroso es que el pedido era mínimo, casi elemental: que Milei eliminara un retweet. Ni siquiera se reclamaba una disculpa pública ni un resarcimiento, apenas un gesto simbólico que reconociera el daño. Pero incluso eso le resultó demasiado. El presidente alegó que Ian, en su rol de activista, debía “aceptar el debate”. Una excusa brutal: poner a un niño autista en pie de igualdad con un jefe de Estado que moviliza millones de seguidores para denigrarlo. Esa es la lógica perversa que el fallo judicial acaba de convalidar.

La madre fue categórica: lo que más le duele a Ian no es solo el retweet de Milei, sino lo que viene detrás. Porque lo que sigue después del gesto presidencial es un aluvión de odio, como el mensaje repugnante que un diputado libertario, Agustín Romo, se permitió retuitear: “la tenés adentro autista boludo y tu vieja también”. ¿Quién puede considerar gracioso insultar de ese modo a un chico con autismo? ¿Qué clase de sistema político produce dirigentes que celebran la crueldad contra un niño?

Marlene Spesso no esquivó la respuesta: “Lo peor que tiene su presidente no es su violencia, sino su séquito”. Ese séquito de diputados, trolls y fanáticos que amplifican cada gesto presidencial, que reproducen el odio y lo normalizan, que creen que la impunidad es eterna. Ese séquito que Milei alimenta porque le sirve como escudo y como brazo armado de su guerra cultural. Y que, como bien advirtió otra madre, se está dejando ver con una crudeza que asusta: “La gente necesita ver quiénes son”.

Lo más inquietante del fallo de Recondo es su argumentación. Según el juez, no corresponde considerar la publicación de Milei como un ataque a la honra o reputación del menor, ni tampoco se afectó el principio del interés superior del niño. Es decir, para el magistrado, un presidente que se burla de un niño autista no atenta contra sus derechos. La pregunta inevitable es: ¿qué más tendría que pasar para que la Justicia se digne a reconocer el daño? ¿Acaso hace falta que las agresiones dejen secuelas irreversibles para que se comprenda lo obvio?

La decisión judicial deja en claro que en la Argentina de Milei la libertad de expresión no es un derecho para todos, sino un privilegio para los poderosos. Porque mientras al presidente se le concede el derecho de humillar a un niño, a las víctimas se les niega siquiera el amparo mínimo de que esa humillación no siga circulando. Se trata de una libertad de expresión asimétrica, diseñada para garantizar la impunidad del poder y para desproteger a quienes menos voz tienen.

El trasfondo político es evidente. Milei no solo se resiste a borrar un retweet porque lo considera un acto menor. Lo hace porque necesita reafirmar que nadie puede obligarlo a retroceder, ni siquiera frente al dolor de un niño. Es parte de su estrategia de confrontación permanente, de la puesta en escena de un liderazgo que confunde crueldad con fortaleza. Y el fallo de la Justicia le da la razón, legitimando su violencia como si se tratara de un ejercicio legítimo de libertad.

Pero más allá de la figura presidencial, lo que este episodio desnuda es un sistema que tolera —y hasta premia— la violencia contra los más vulnerables. Porque un país en el que un juez decide que insultar a un niño autista no vulnera sus derechos es un país donde los derechos de la infancia valen menos que el ego de un mandatario. Y eso, guste o no, debería ser intolerable.

Este no es un caso aislado, sino un síntoma. Es el síntoma de un gobierno que ha hecho de la provocación una forma de gestión, que necesita enemigos para existir y que no duda en señalar a los más débiles como blanco de su odio. Y es también el síntoma de una Justicia complaciente, que se esconde detrás de tecnicismos para justificar lo injustificable.

La pregunta que queda flotando es brutal: ¿qué mensaje le da este fallo a la sociedad? Que insultar a un niño es aceptable si lo hace el presidente. Que los derechos de la infancia pueden ser subordinados al poder político. Que la libertad de expresión es un escudo para la violencia y no una herramienta para ampliar la democracia. Que el odio, en definitiva, puede institucionalizarse.

Lo que está en juego no es solo la dignidad de Ian Moche, sino el pacto social que define qué cosas son tolerables y cuáles no. Y en este caso, el mensaje es claro: bajo el gobierno de Javier Milei y con la complicidad de una parte de la Justicia, hasta la crueldad contra un niño puede ser celebrada como un triunfo. Esa es la verdadera tragedia.

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