Con votaciones históricas y maniobras desesperadas, el Senado convirtió en ley aumentos jubilatorios y emergencias sociales, mientras los gobernadores desataron una ofensiva federal que amenaza el relato del superávit y deja a Javier Milei aislado, furioso y decidido a vetar lo que pueda.
El Congreso puso freno a la lógica de recortes del Gobierno y aprobó, con contundentes mayorías, leyes clave para jubilados, personas con discapacidad y provincias. Milei reaccionó con acusaciones de “golpe institucional” y prepara nuevos vetos, revelando el temblor de un poder que prometía ser de hierro.
No hay discurso que aguante la realidad, por más memes libertarios o cadenas de insultos que el Presidente descargue en redes sociales. El Senado, ese escenario que Javier Milei detesta y al que acusa de “nido de ratas”, le propinó la mayor derrota política desde que asumió, con una serie de leyes aprobadas que se clavan como estacas en el corazón de su narrativa: que la motosierra es la única salvación de la Argentina. El Congreso, lejos de ser un obstáculo abstracto, irrumpió como límite concreto al poder presidencial, porque detrás de cada cifra de ajuste hay personas de carne y hueso, hartas de ver su dignidad reducida a una ecuación fiscal.
Las imágenes del recinto, colmado de senadores opositores y algunos oficialistas rebeldes, contrastan con la soledad de Milei anunciando vetos desde un atril en la Bolsa de Comercio, mientras en la calle se congregaban colectivos de personas con discapacidad y jubilados que exigían algo tan elemental como poder comer o recibir prestaciones básicas. Esa postal resume el momento político: un Congreso firme, y un Gobierno cada vez más encerrado en su propio relato de guerra contra todo.
Fue una sesión tensa, donde la Casa Rosada jugó a fondo para reventar el quórum. Patricia Bullrich ordenó un operativo policial digno de estado de sitio para intimidar a los manifestantes. Mientras tanto, el bloque libertario, dirigido por Ezequiel Atauche —un Espert versión Senado—, se dedicó a paralizar comisiones, impugnar sesiones y repetir como loros que la autoconvocatoria era inválida. Una jugada desesperada que terminó en el ridículo cuando, tras un sospechoso corte de sistema, los senadores debieron votar a viva voz el aumento para jubilados. Más simbólico, imposible: la caída del sistema tecnológico reflejaba, casi como metáfora, la caída de un sistema político que se creía invulnerable.
Pero el Congreso no sólo se limitó a subir jubilaciones. Declaró, por unanimidad, la emergencia en discapacidad, un tema ante el cual hasta Luis Juez —habitual histrión del PRO— confesó quebrarse emocionalmente en el recinto. “Nuestros hijos son invisibles”, clamó, mientras la senadora Fernández Sagasti subrayaba que no se trata de limosnas, sino de derechos humanos. Esa es la piedra en el zapato del Gobierno: su mirada economicista, que reduce hasta la discapacidad a un asunto “entre privados” o a simples números en una planilla de Excel. La política, esta vez, le recordó que los derechos no son negociables.
La ofensiva incluyó también la insistencia sobre la ayuda a Bahía Blanca, arrasada por el desastre climático. Milei había vetado la emergencia alegando que ya había girado fondos suficientes. El Senado le contestó con 51 votos afirmativos que el Congreso tiene atribuciones constitucionales para insistir, aunque ahora la pulseada se trasladará a Diputados. Y ese es otro dato que desnuda la fragilidad de la estrategia libertaria: el veto presidencial no es el final del camino, y la oposición ya huele sangre.
Pero lo que terminó de hacer temblar los cimientos de la Casa Rosada fue la rebelión federal que se venía cocinando en silencio. Los gobernadores, cansados de bancar el costo político de los recortes mientras Milei se jacta de un superávit ficticio, avanzaron con proyectos para modificar el reparto de los ATN —ese salvavidas financiero para las provincias— y coparticipar el Impuesto a los Combustibles. Que hayan conseguido 56 votos a favor y solo uno en contra revela hasta qué punto se resquebraja el bloque que, en diciembre, soñaba con hacerle coronita a la motosierra presidencial.
No es menor el cálculo político: Milei puede gritar todo lo que quiera sobre “la casta”, pero sin fondos, los gobernadores no pagan sueldos, no mantienen hospitales, ni controlan la calle. Y los libertarios lo saben. Por eso, aunque el Presidente amenace con vetar, lo cierto es que la rebelión provincial desbarata la fábula del superávit sostenido a puro ajuste. “El superávit no se va a caer con estos proyectos. Ya se cayó y se sostuvo en las provincias, universidades, jubilados y los más vulnerables”, disparó Fernando Salino desde el Senado, blanqueando la verdad incómoda que el Gobierno no quiere admitir: que Milei sólo cuida el rojo fiscal exprimiendo a los más débiles.
Y es que detrás de cada número del Excel hay un rostro, una historia. Como el de las personas con discapacidad que ven cómo se evaporan las prestaciones o el de los jubilados que cobran haberes miserables mientras escuchan en la tele que todo es “exitoso”. O el de las provincias que deben elegir entre pagar sueldos o sostener hospitales. Esa es la grieta real que el Gobierno no puede tapar con insultos ni con trolls.
Milei respondió con su único recurso conocido: la amenaza. Anunció vetos en cadena, trató de ilegitimar las sesiones y habló de un supuesto “golpe institucional”. El concepto roza lo delirante, pero revela la desesperación de un Gobierno que no sabe moverse fuera de su propio guion. Porque, si algo dejó claro el Senado, es que existe un límite político a la motosierra. Y que ese límite no está escrito en ningún paper de Caputo ni en ninguna fórmula matemática, sino en la dignidad de millones que ya no aguantan más recortes.
Ahora la pelea se traslada a Diputados. El Gobierno todavía puede vetar, y no sería raro que lo haga. Pero el clima cambió. Ya no hay obediencia ciega ni miedo. Hay gobernadores defendiendo recursos, hay bloques opositores dispuestos a insistir, y hay una ciudadanía que empieza a perderle el temor al látigo libertario. Milei, que llegó prometiendo arrasar con todo, está cada vez más solo. Y mientras el Presidente juega al Twitter y los libertarios abandonan recintos para no “legitimar sesiones”, el Senado acaba de recordarle una verdad vieja como la democracia: ningún poder es absoluto. Ni siquiera el que cree tener la motosierra en la mano.
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