Aerolíneas: El gremio de pilotos denuncia una maniobra de vaciamiento que paraliza la flota y erosiona la conectividad aérea

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Mientras se multiplican las concesiones a competidores privados, crece la sospecha de un desguace planificado de la línea de bandera. Con 18 aeronaves fuera de servicio y slots cedidos a Flybondi, Aerolíneas Argentinas enfrenta un escenario límite. Pilotos acusan a la gestión de Javier Milei de operar un desmantelamiento encubierto que amenaza no solo a la empresa sino a la soberanía aérea del país.

En la Argentina de Milei, todo parece tener precio, incluso aquello que durante décadas supimos defender como patrimonio colectivo. Y si hay una bandera que flamea con orgullo en el cielo argentino, ésa es la de Aerolíneas Argentinas. Hoy, sin embargo, la línea de bandera está al borde de un abismo que no es casual ni fruto de errores técnicos: es el resultado de decisiones políticas que buscan desangrarla lentamente hasta volverla inservible. Así lo denuncia, con datos duros y sin rodeos, el gremio de pilotos APLA, que ha decidido romper el silencio ante una situación que huele a vaciamiento planificado.

Nada ilustra mejor el descalabro que el número escalofriante que revelaron los pilotos: dieciocho aviones de la flota están fuera de servicio. Dieciocho. No es un desperfecto aislado ni una mala racha mecánica. Es la mitad de la flota nacional que permanece varada, mientras los cielos se llenan de competidores low cost que, de pronto, encuentran pista libre y slots disponibles. El gremio pone el dedo en la llaga: algunas aeronaves están detenidas por retrasos en el mantenimiento, otras directamente preservadas porque, oh casualidad, no hay turnos para sus chequeos obligatorios. No se trata de una serie de casualidades desafortunadas, sino de lo que los pilotos describen como una «parálisis operativa planificada y consentida». Y en este país, sabemos que cuando se planifica la parálisis, el paso siguiente es la venta por monedas o la desaparición definitiva.

El gobierno de Milei ha sido claro en su intención de recortar el Estado, pero lo que sucede con Aerolíneas va más allá de un ajuste. Huele a sabotaje interno. Mientras los aviones propios se amontonan en tierra, Aerolíneas prioriza tareas técnicas para otras compañías y, para mayor indignación, cede slots de mantenimiento a Flybondi, su competidora directa. En términos futboleros, sería como si River le prestara su cancha y a sus kinesiólogos a Boca justo antes del superclásico. Y, mientras tanto, Aerolíneas sigue pagando los leasings de aviones que no vuelan. Un negocio redondo… pero para otros.

La denuncia de APLA es un mazazo. Hablan de vaciamiento progresivo, de desmantelamiento encubierto y de decisiones malintencionadas que debilitan la operación y perjudican la conectividad del país. Y ahí está el verdadero drama: no se trata solo de aviones varados ni de balances contables. Se trata de soberanía. Se trata de un Estado que, en nombre de la eficiencia y el mercado, está dispuesto a rifar su línea aérea nacional, dejando a pueblos enteros sin conexión aérea, expulsando pasajeros a empresas privadas que, por supuesto, no cubren rutas deficitarias ni sostienen vuelos a destinos secundarios. Porque la lógica privada es clara: solo vuela donde hay ganancia.

Hoy Aerolíneas ostenta menos del 50% del mercado en las rutas principales de cabotaje. Un dato que eriza la piel, sobre todo si recordamos que fue precisamente el Estado el que rescató a la empresa de la ruina en 2008, tras años de desinversión y manejos turbios por parte de capitales privados. ¿Será que estamos condenados a repetir la historia? ¿Será que, mientras se nos habla de déficit cero y de “casta”, se cocina en las sombras un nuevo traspaso de riqueza pública a manos privadas?

Pablo Biró, secretario general de APLA, es conocido por su tono vehemente y su frontalidad. Esta vez no se ha guardado nada. “Como pilotos, no vamos a naturalizar el vaciamiento progresivo ni el desmantelamiento encubierto de la compañía”, lanzó, visiblemente hastiado. Sus palabras no son retórica vacía: denuncian un plan para debilitar la empresa y entregarla servida en bandeja a la competencia, que se frota las manos con cada slot que Aerolíneas cede, con cada pasajero que deja de volar en la línea estatal.

La indignación de los pilotos tiene raíces profundas. En cada avión que se queda en tierra se pierden rutas, frecuencias y, sobre todo, se pierde la confianza de los pasajeros. Porque Aerolíneas no es solo una empresa: es símbolo, es conectividad, es la garantía de que, vivas donde vivas, puedas subirte a un avión y llegar a cualquier rincón del país. Que no quede duda: esto es un ataque a la integridad territorial y económica de la Argentina, disfrazado de “optimización de recursos”.

Mientras tanto, desde los escritorios oficiales se insiste en que todo es parte de un proceso de “racionalización”. Pero los hechos son testarudos. No hay racionalidad alguna en dejar 18 aviones en tierra mientras se pagan leasing inútiles y se derivan recursos técnicos a la competencia. No hay racionalidad en ceder mercados estratégicos. Lo que hay es un proyecto ideológico que desprecia lo público y que, en nombre de la libertad de mercado, está entregando los cielos argentinos a intereses privados.

Hay que decirlo con todas las letras: lo que está en juego no es solamente el futuro de una empresa, sino el futuro de nuestra soberanía. Aerolíneas Argentinas es una pieza clave para mantener conectadas provincias enteras, para sostener el turismo, para garantizar que no haya ciudadanos de primera y de segunda según su lugar de residencia. Es, además, un símbolo cultural y político que trasciende gobiernos. Que un sindicato de pilotos, que podría optar por el silencio cómodo, salga a denunciar este estado de situación es una señal de alarma que no podemos ignorar.

En la Argentina de Milei, la palabra “privatización” se ha convertido en sinónimo de modernidad, casi en una religión. Pero detrás del discurso libertario, se esconde lo de siempre: negocios para pocos, concentración de poder y pérdida de autonomía nacional. Hoy le toca a Aerolíneas. Mañana, quién sabe. Lo cierto es que 18 aviones varados son más que máquinas detenidas: son la fotografía más descarnada de un país que, paso a paso, está dejando de volar por sus propios medios.

Porque si dejamos caer a Aerolíneas, no solo perdemos aviones. Perdemos territorio. Perdemos integración. Perdemos historia. Y lo más peligroso: nos resignamos a ser pasajeros de segunda en nuestro propio país.

Fuentes:

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