Los machitos cobardes de Renault: El acoso detrás de una reja y la valentía de decir basta

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La escena ocurrió en La Matanza, pero podría haber pasado en cualquier rincón del país donde la impunidad cotidiana del machismo se cree dueña del espacio público. Una mujer, cansada de escuchar guarangadas y comentarios violentos cada vez que esperaba el colectivo al lado de la reja de una concesionaria Renault, decidió hacer lo que tantas veces se nos exige a las mujeres: “probarlo”, registrarlo, exponerlo. Y lo hizo. Sacó su celular, intentó filmar, y dejó en evidencia lo que Revista Sudestada definió con precisión quirúrgica: machitos cobardes que se esconden tras una pared para agredir sin mostrar la cara.

La impunidad del acoso callejero sigue siendo una de las violencias más naturalizadas. Estos hombres, técnicos de la concesionaria, actuaban en grupo, como dinosaurios que todavía creen que sus “piropos” son parte del paisaje urbano. Frases obscenas, comentarios sobre el cuerpo, provocaciones que no buscan seducir a nadie sino marcar territorio, ejercer poder, incomodar, violentar. No es humor. No es cultura. No es costumbre. Es violencia machista, explícita y cotidiana.

La mujer que grabó terminó haciendo lo que el Estado, las empresas y los empleadores deberían garantizar: un espacio público seguro. Al enfrentarse a estos tipos, no solo denunció una situación puntual; expuso una estructura de impunidad que muchos prefieren esconder debajo de la alfombra. Como tantas mujeres, estaba sola frente a un grupo que se cree intocable, protegido por la reja y por el silencio de años. Lo que queda claro es que ya nadie está dispuesta a soportarlo.

Revista Sudestada lo expresó con fuerza: queremos vivir tranquilas, queremos esperar un colectivo sin miedo, sin insultos, sin sentirnos presas de la mirada invasiva de un grupo que necesita actuar en manada para sentirse poderoso. La violencia machista no siempre grita; a veces se esconde detrás de una reja, pero lastima igual.

Hoy sus caras quedaron expuestas. Y aunque eso no garantiza que cambien, sí funciona como advertencia: hay límites. La sociedad está mirando. Y la paciencia se agotó. Nadie debería tener que filmar para poder viajar en paz, pero cuando el acoso se vuelve rutina, la denuncia pública se convierte en autodefensa. Quizás ahora, sin ese anonimato cobarde, estos hombres entiendan que su época terminó. Porque lo que ellas piden es simple, básico, irrenunciable: tomarse el bondi en paz. Y eso no debería ser demasiado pedir.

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