Milei entrega el CCK a la Jabad Lubavitch para un acto religioso

El emblemático edificio que supo homenajear a Néstor Kirchner como símbolo de lo público y cultural, será sede de un acto religioso en honor al Rebe Schneerson, líder espiritual de una rama ortodoxa del judaísmo.

Mientras se recorta el presupuesto para la educación, la ciencia y la cultura nacional, el Gobierno de Javier Milei habilita el uso del ex-Centro Cultural Kirchner —ahora renombrado Palacio Libertad— para un acto de la organización Jabad Lubavitch. La decisión reaviva un debate profundo y urgente: ¿quién decide qué se honra en los espacios públicos?

En un país que arde de incertidumbre, donde el ajuste se impone como religión oficial del Estado, el Gobierno de Javier Milei ha vuelto a dar un gesto tan simbólico como revelador. Este lunes 23 de junio, el imponente edificio del ex-Centro Cultural Kirchner (CCK) —rebautizado sin pudor como “Palacio Libertad”— abrirá sus puertas no para una obra de teatro, un concierto de la Orquesta Sinfónica Nacional o una muestra del arte argentino contemporáneo, sino para un acto religioso organizado por la agrupación ortodoxa Jabad Lubavitch.

No es una ceremonia más. Se trata de un tributo al Rabí Menajem Mendel Schneerson, conocido como el Rebe de Lubavitch, una figura de culto dentro del movimiento jasídico internacional. La actividad, promovida por Jabad Argentina, se encuadra en la conmemoración del 31° aniversario del fallecimiento físico del Rebe, justo en la víspera del 3 de Tamuz del calendario hebreo. El acto incluirá discursos, una orquesta de melodías jasídicas y la participación de altos referentes religiosos, como el Rabino Moshe Bryski desde California y el Rabino Tzvi Grunblatt, director general de la rama argentina.

La entrada es gratuita, aunque requiere inscripción previa. Lo que no fue gratuito, sin embargo, es el giro ideológico y político que implica este tipo de cesiones. No se trata de un evento en una sinagoga, en un centro comunitario o en un espacio privado. Se trata del uso del mayor centro cultural público del país —una joya arquitectónica que simbolizó durante años el acceso democrático a la cultura— para una actividad de contenido confesional y cerrado.

Resulta inevitable, entonces, preguntarse: ¿cuál es el criterio con el que el gobierno de Javier Milei administra los espacios públicos? ¿Quiénes son hoy los autorizados para convocar en el Palacio Libertad y quiénes quedaron afuera con la motosierra del ajuste? ¿Es esta una concesión ideológica o parte de una estrategia más amplia de disciplinamiento simbólico?

Mientras tanto, la comunidad artística, educativa y científica continúa siendo estrangulada por el recorte presupuestario. Universidades al borde del colapso, becas canceladas, institutos paralizados, teatros sin programación y orquestas sin presupuesto. Pero el Rebe sí tendrá su acto en el auditorio nacional. Como si el mensaje fuera claro: lo que se honra hoy en Argentina no es el pensamiento crítico ni el pluralismo cultural, sino una religiosidad que se amolda perfectamente a las ideas de orden, misión espiritual y jerarquía, tan afines al ideario libertario en versión teocrática.

Este giro no es casual. Desde que asumió el poder, Milei ha abrazado una narrativa mesiánica, donde él mismo se coloca como profeta del mercado, enemigo de los herejes del Estado y devoto de un nuevo evangelio financiero. En ese marco, permitir que el corazón cultural del país sea utilizado para un culto ajeno a la tradición laica nacional no solo es un gesto, es una declaración de principios: el Estado ya no es garante de lo común, sino anfitrión de lo conveniente.

Jabad Lubavitch no es una agrupación cualquiera. Se trata de una estructura religiosa con fuerte presencia internacional, vínculos diplomáticos y poder económico. No es ilegal ni clandestina, pero sí representa una mirada del mundo absolutamente particular, que no necesariamente refleja la pluralidad del judaísmo ni mucho menos de la sociedad argentina. Entonces, ¿por qué el Estado debe cederle un lugar de semejante relevancia simbólica?

La excusa, probablemente, será la de siempre: “todos tienen derecho a usar el espacio si lo solicitan”. Pero no es cierto. Hay agrupaciones artísticas que llevan meses intentando reabrir programaciones suspendidas, colectivos culturales que no pueden sostener actividades por falta de fondos, universidades que claman por un espacio donde visibilizar su trabajo. No todos son bienvenidos en este nuevo Palacio Libertad. Solo los que encajan en el molde.

Y mientras algunos celebran al Rebe con orquesta incluida, otros miran con bronca y desconcierto cómo los cimientos simbólicos de la democracia cultural se desmoronan. Porque si el ex-CCK puede ser templo, pero no puede ser escenario de pensamiento crítico, entonces no estamos solo ante una cesión de un edificio: estamos ante la entrega de una idea de país.

Una vez más, Javier Milei juega a reescribir la historia con la tinta del fanatismo. Y esta vez, lo hace con una kipa sobre el mármol de lo público.

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