Guillermo Francos ingresó al Senado para defender la gestión libertaria y terminó escapando entre gritos, con el rostro endurecido, sin respuestas ni estrategia. Lo llamaron “mentiroso”, y en vez de sostener la mirada, optó por la retirada. El episodio, tan breve como explosivo, expone la fragilidad discursiva y política de un gobierno que se vanagloria de su frontalidad pero que no resiste el más mínimo cuestionamiento institucional.
Crónica de un papelón anunciado
Si algo se le reconoce a Guillermo Francos —el ahora todopoderoso jefe de Gabinete de Javier Milei— es su estilo calmo, esa apariencia de hombre moderado capaz de surfear tormentas políticas con el ceño apenas fruncido. Pero ni su porte de diplomático ni su veteranía de gestor lo salvaron esta vez. Lo que se vivió en el Senado no fue una simple “salida intempestiva” sino un papelón con todas las letras, registrado por cada cámara de televisión, viralizado en redes sociales y convertido en síntoma crudo de la orfandad política de La Libertad Avanza.
El episodio tiene fecha precisa: jueves 26 de junio. Francos había sido convocado al recinto para dar explicaciones sobre los múltiples decretos de necesidad y urgencia —esos DNU que el Presidente Javier Milei emite como si fuesen tuits de madrugada— y sobre el paquete de leyes de la famosa Ley Bases, cuya suerte aún pende de un hilo. La sesión prometía ser áspera, pero nadie esperaba que terminara en un portazo literal.
Todo se desbarrancó cuando la senadora peronista Anabel Fernández Sagasti, sin rodeos ni eufemismos, acusó a Francos de “mentir”. El cruce fue directo, con Sagasti elevando la voz y sacudiendo con dureza la línea de flotación del funcionario. El jefe de Gabinete, acostumbrado a imponer su tono conciliador para sortear cualquier tempestad, quedó mudo. Su lenguaje corporal lo delató: se ladeó en su silla, miró hacia los costados, balbuceó algo irreproducible y, de pronto, decidió pararse y abandonar el salón. Fue una huida lisa y llana, en medio de murmullos, chiflidos y la perplejidad de propios y ajenos.
La secuencia quedó registrada en un video que se volvió furor en redes. Allí se ve a Francos, traje gris y papeles en mano, alejarse del micrófono mientras Sagasti sigue reclamándole, sin que el oficialismo pudiera contener el caos. “Mentiroso” no es cualquier insulto. Es el tipo de calificativo que, en el Congreso, implica mucho más que un exabrupto: es la imputación directa de falsear datos, de manipular cifras o de esconder la verdad deliberadamente. Y eso, en tiempos de Milei, suena todavía más grave, porque atenta contra la bandera moral con la que el gobierno libertario se pretende vestir: la supuesta lucha contra la “casta” y contra la mentira.
La mentira como eje del enfrentamiento
Para entender por qué el episodio estalló, hay que reconstruir el contexto. Según se desprende de las crónicas parlamentarias, Francos estaba intentando defender el nuevo reparto de partidas presupuestarias y justificar el drástico ajuste que la gestión Milei viene aplicando sobre provincias, universidades, jubilaciones y organismos del Estado. La oposición, sobre todo el bloque peronista, venía acumulando malestar por la retórica oficial que niega los recortes mientras la realidad los grita en la calle.
En particular, Fernández Sagasti lo cruzó por los fondos universitarios. Francos había sostenido que el Gobierno estaba girando dinero suficiente para el funcionamiento de las universidades, pero la senadora mendocina le retrucó con cifras concretas que desmienten esa versión. Allí nació la acusación de “mentiroso”, término que Francos no supo, o no quiso, refutar.
La Nación lo describió como un “clima tenso”, pero lo cierto es que el episodio excede la tensión parlamentaria habitual. Fue un quiebre. Francos, el supuesto hábil negociador, se quedó sin relato. Optó por la fuga antes que por el debate. ¿Cómo puede alguien que ocupa el cargo más estratégico del gabinete, que se presenta como el operador político por excelencia, no tener respuesta ante un cuestionamiento previsible? Esa es la pregunta que retumba después de su salida.
Porque no se trató, como intentaron minimizar desde el oficialismo, de un “malentendido” o de un “calor del debate”. El punto es que el gobierno de Javier Milei se ha convertido en una máquina de negar lo evidente. Y cuando alguien en el Congreso les pone cifras y nombres sobre la mesa, la reacción es el portazo.
El Gobierno de Milei y la intolerancia a la interpelación
Más allá de Francos, lo ocurrido deja al descubierto algo más profundo: la incomodidad del Gobierno de Milei ante cualquier instancia institucional de control. Desde que asumió, el Presidente se ha mostrado abiertamente hostil hacia el Congreso, calificándolo de “nido de ratas” y acusándolo de frenar su proyecto refundacional. El episodio de Francos es apenas la versión personificada de esa misma lógica: en lugar de defender con argumentos, el Gobierno prefiere retirarse o, directamente, desprestigiar al que pregunta.
Francos, que hasta ahora venía siendo el hombre con mejores modales del gabinete, terminó cayendo en la misma trampa discursiva. Su silencio ante el señalamiento de Sagasti no fue sólo la señal de un mal momento personal: fue el símbolo de un gobierno que no tolera la más mínima interpelación. Y es, también, la confirmación de que el relato libertario —ese que se llena la boca hablando de “libertad de expresión” y de “datos objetivos”— empieza a hacer agua cuando es confrontado con cifras reales o con testimonios que contradicen sus afirmaciones.
En los pasillos del Congreso, el comentario generalizado es que la escena de Francos se convirtió en una metáfora de la soledad política del Gobierno. Ningún senador oficialista logró apagar el incendio ni salió en defensa efectiva de su jefe de Gabinete. La sesión se reanudó con un clima denso, mientras algunos legisladores se preguntaban si lo ocurrido podría profundizar el naufragio de la Ley Bases. Porque, si el principal vocero político de Milei huye ante un debate parlamentario, ¿qué margen de negociación real le queda al Ejecutivo?
El factor redes y la grieta libertaria
Infobae, que recogió el video del momento exacto de la retirada, subraya cómo las imágenes se viralizaron en redes sociales con velocidad furiosa. Y no sólo en las cuentas opositoras. Incluso simpatizantes libertarios quedaron en shock. Algunos reconocieron que fue “una escena lamentable”. Otros, más duros, se preguntaron si Francos es realmente “el hombre de la muñeca política” que necesita Milei para sostener su endeble andamiaje parlamentario.
Porque si algo ha caracterizado a este Gobierno es la construcción de épica digital. El problema es que, así como las redes pueden inflar líderes, también pueden devorarlos en cuestión de horas. Y la huida de Francos es carne perfecta para la trituradora de la viralidad.
Es cierto que Francos regresó más tarde, como consigna La Nación, y volvió a sentarse para escuchar el cierre de la sesión. Pero ya era tarde. El daño estaba hecho. Su imagen quedó herida, su autoridad resentida y el Gobierno de Milei expuesto como un elenco que sólo se banca el aplauso propio, pero se desarma cuando alguien les grita “mentirosos” en la cara.
Una muestra del límite libertario
El affaire Francos es, en definitiva, la prueba de que la retórica libertaria está chocando con la pared de la realidad. Mientras el Gobierno sostiene discursos altisonantes sobre el fin de los privilegios y el ajuste necesario, millones de argentinos sienten en carne viva las consecuencias de ese ajuste: universidades desfinanciadas, provincias al borde de la quiebra, jubilaciones pulverizadas. Y cuando alguien exige explicaciones, la respuesta oficial es escapar.
No es casual que haya sido Francos quien protagonizara este momento. Él, que parecía la pieza más sólida del engranaje mileísta, quedó en evidencia. Su silencio ante el señalamiento de Sagasti es mucho más que un instante incómodo: es la fotografía de un gobierno que se autoproclama valiente, pero que, a la hora de rendir cuentas, elige la fuga.
El episodio del Senado se transformó en una síntesis brutal del límite libertario: la libertad de hablar se termina cuando hay que escuchar. Y el verso de la verdad termina, inevitablemente, tropezando con la realidad. Francos, que entró al Congreso para defender a Milei, salió de ahí corriendo. Y el gobierno, que presume de coraje, quedó desnudo ante el peor calificativo en política: mentiroso.
Fuentes:
- https://www.ambito.com/politica/escandalo-el-momento-que-guillermo-francos-se-retira-del-senado-ser-tildado-mentiroso-n6160855
- https://www.lanacion.com.ar/politica/por-que-guillermo-francos-levanto-su-exposicion-en-el-senado-nid26062025/
- https://www.infobae.com/politica/2025/06/26/video-asi-fue-el-momento-en-el-que-guillermo-francos-abandono-el-senado-luego-que-una-senadora-lo-llame-mentiroso/
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