La pérdida del 25% de su personal en apenas siete meses y el congelamiento salarial impulsado por el gobierno de Javier Milei hacen tambalear el presente y el futuro de ARSAT, una empresa estratégica que hoy sufre el abandono deliberado de quienes deberían defenderla. El desmantelamiento de ARSAT no es un accidente, ni el resultado de errores administrativos. Es una decisión política. La política del ajuste sin brújula, del Estado reducido a cenizas, de una gestión que prefiere ver morir a sus empresas antes que invertir un centavo en soberanía tecnológica. Entre renuncias masivas, salarios congelados y silencio oficial, la empresa que debía proyectar al país al futuro hoy naufraga sin timón.
El vaciamiento de ARSAT no es un hecho aislado ni tampoco una consecuencia inesperada. Es, en realidad, el síntoma más alarmante de un proyecto político que ha hecho del desguace estatal una bandera. Bajo la gestión del presidente Javier Milei, la empresa de telecomunicaciones más importante de la Argentina ha perdido en tan solo siete meses un cuarto de su fuerza laboral. Se trata de ingenieros, técnicos y profesionales altamente calificados que no solo construyeron una infraestructura de conectividad sin precedentes en el país, sino que también encarnaban una visión de futuro, una apuesta por la soberanía tecnológica, la independencia comunicacional y la democratización del acceso a la información. Todo eso hoy está en jaque.
ARSAT no solo perdió el 25% de su personal; perdió también su impulso. La empresa se encuentra virtualmente paralizada. No se firman nuevos contratos, no se ejecutan obras, y lo más grave: no hay señales de que esta situación vaya a revertirse. El congelamiento de los salarios dispuesto por el Ejecutivo desde que asumió el gobierno ha generado un éxodo sin precedentes. La falta de actualización de los ingresos frente a una inflación galopante que acumula más de un 100% desde diciembre, ha hecho que ingenieros con más de 15 años de trayectoria en la empresa tomen la decisión de emigrar o buscar mejores oportunidades en el sector privado. Se están yendo no solo por necesidad económica, sino por hartazgo, desilusión y falta total de horizonte.
Quienes aún permanecen en ARSAT lo hacen por un fuerte sentido de pertenencia, por compromiso profesional, por no querer dejar morir una de las pocas políticas de Estado que sobrevivieron a los vaivenes de los distintos gobiernos. Pero ese compromiso está siendo triturado por la indiferencia oficial. El ministerio de Capital Humano, la Secretaría de Empresas y Sociedades del Estado y el propio Poder Ejecutivo han optado por el silencio como única respuesta. Ni siquiera han intentado frenar la sangría. Al contrario: la alimentan con decisiones que parecen orientadas a la asfixia total de la empresa.
La situación interna es crítica. Los empleados no solo ven cómo sus salarios se diluyen mes a mes en un contexto inflacionario, sino que además deben soportar una estructura operativa cada vez más precaria. Las tareas se acumulan, los recursos se achican, las perspectivas se evaporan. La incertidumbre reina en cada oficina, en cada nodo, en cada proyecto congelado. Se han dejado de realizar tareas esenciales, y cada renuncia supone un golpe más a la capacidad operativa de la compañía.
Lo más alarmante es que este proceso no ocurre en la oscuridad. Es visible. Es palpable. Es denunciado. Pero ni aún así genera una reacción del Estado. Desde los sindicatos se ha denunciado públicamente que se está “perdiendo capital humano estratégico”, que se está dejando caer a propósito a una empresa clave para el desarrollo nacional. ARSAT es la administradora de la Red Federal de Fibra Óptica, del satélite ARSAT-1, del centro de datos más importante del país y del sistema de televisión digital abierta. No es una pyme del conurbano. Es una empresa de bandera. Y hoy está siendo sacrificada en el altar del ajuste ideológico.
El gobierno de Javier Milei no ha hecho otra cosa que confirmar con sus acciones lo que ya había anunciado con sus palabras: su desprecio absoluto por todo lo que huela a empresa pública. Pero lo de ARSAT es todavía más grave. Porque no se trata solo de “achicar el Estado” o de “eliminar gastos innecesarios”, como suelen repetir desde la narrativa libertaria. Se trata de desarticular una red de soberanía tecnológica que costó décadas construir. Se trata de regalarle al mercado —léase, a las grandes corporaciones extranjeras— el control de las comunicaciones, de los datos, de la conectividad. Se trata, en última instancia, de arriar la bandera nacional y entregar el timón.
No es casual que el vaciamiento de ARSAT se esté dando sin escándalo, sin cobertura mediática, sin debate público. Porque forma parte de una estrategia más amplia: la del desgaste silencioso, la de la destrucción por inanición. Que se vayan todos solos, que renuncien porque no aguantan más, que no quede nadie que se atreva a defender lo que esta gestión desprecia.
Detrás de cada renuncia en ARSAT hay una historia de frustración, de talento perdido, de país que se achica. Se están yendo quienes podían pensar y construir el futuro. Y lo hacen ante la mirada indiferente de un gobierno que solo sabe mirar el pasado con odio y el presente con una calculadora en la mano.
Nada de esto es irreversible. Pero para cambiar el rumbo hace falta decisión política, hace falta entender que un país sin conectividad, sin soberanía en sus datos, sin ciencia ni tecnología, es un país condenado a la periferia. Si se deja caer a ARSAT, no solo se pierde una empresa. Se pierde una visión de país. Y lo peor: se pierde sin pelear.
Fuente:
https://infonews.com/arsat-perdio-el-25-de-su-personal-y-advierten-que-se-encamina-al-colapso.html
https://motoreconomico.com.ar/por-el-incumplimiento-salarial-del-gobierno-arsat-perdio-el-25-de-su-personal-y-advierten-que-se-encamina-al-colapso/






















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