Milei subió las retenciones y desató la furia de productores que confiaron en el gobierno libertarios

Retenciones recargadas: el campo le marca el límite a Milei y la paciencia se agota. La tensión crece en las rutas y en los mercados, mientras el relato oficial tambalea bajo la presión de las cuentas fiscales.

Javier Milei prometió “motosierra” y libertad, pero su decisión de volver a aumentar las retenciones asestó un golpe brutal al campo, el mismo sector que lo acompañó con entusiasmo en su llegada al poder. Las entidades rurales advierten que la paciencia se termina y no descartan medidas de fuerza. El Gobierno juega al límite entre el ajuste fiscal y el descontento social, dejando al descubierto las grietas de su propio relato económico.

Hubo un tiempo, no tan lejano, en que las caravanas de tractores se pintaban de celeste y blanco para bancar a Javier Milei. Era el canto de sirena libertario: menos Estado, menos impuestos, menos trabas para producir y exportar. Era el mito de la motosierra, de la libertad económica sin anestesia, del dólar libre y los mercados desregulados. Hoy, el mismo campo que se abrazó a esa ilusión le está diciendo al Presidente, sin medias tintas: basta.

Porque si algo dejó en claro esta última semana es que Milei decidió clavarle el freno de mano a su discurso liberal cuando la caja del Estado lo pide a gritos. Desde el 1° de julio, las retenciones a la soja y el maíz vuelven a subir. Así, la soja retoma la alícuota del 33%, y el maíz, el 15%, tras el fallido intento de Milei de reducirlas a cuentagotas. Es una jugada que se cocina a fuego rápido en el corazón del Ministerio de Economía, donde las planillas de Excel no cierran ni con la fe libertaria más fervorosa.

Basta leer las propias palabras que se multiplicaron en estos días. “A veces la paciencia se termina”, dijo Carlos Achetoni, presidente de la Federación Agraria Argentina (FAA), cuando se enteró de que el Gobierno prorrogó apenas por un mes la reducción de las retenciones, antes de volverlas a subir. Lo mismo soltó Nicolás Pino, de la Sociedad Rural Argentina (SRA), quien calificó la decisión de Milei como “un error estratégico”, recordando que el campo esperaba señales de alivio, no más presión fiscal. La bronca se siente en cada línea de sus declaraciones: hay decepción, desconfianza y un sabor a traición política.

No es solo retórica sindical. El malestar es real y se ve en los números. Las cerealeras advierten que la suba de retenciones mete ruido en la comercialización. Nadie quiere vender soja ni maíz hoy, si mañana las reglas del juego cambian y el Estado se queda con un bocado más grande. La Cámara de la Industria Aceitera (CIARA-CEC) salió rápido a alertar sobre el “desincentivo” que implica este manotazo fiscal, mientras los productores se guardan la cosecha y especulan con mejores condiciones. En el mercado, el humor es de furia: ya se habla de “paro comercial”, aunque las entidades, por ahora, lo niegan en público.

El Gobierno de Milei, que tantas veces criticó el intervencionismo kirchnerista, termina imitando —aunque les duela admitirlo— los viejos reflejos de la Casa Rosada cuando el rojo fiscal se pone bravo. Retenciones, la muletilla infalible. No importa el relato libertario ni el canto al libre comercio: la caja manda. La motosierra, por ahora, no corta el cordón umbilical que une al Estado con la plata fresca del agro.

El dato más contundente lo revela el propio boletín oficial: la suba de retenciones implicará para las arcas públicas, solo en la soja, un ingreso adicional de US$ 1.200 millones. Plata que, según el Gobierno, es necesaria para cubrir gastos básicos, mantener algo de paz cambiaria y no profundizar la recesión. Es decir, Milei sube retenciones para evitar que explote el dólar y para seguir financiando su ajuste, aunque el precio político sea altísimo.

Claro que nadie en el Ejecutivo lo dice con todas las letras. Hablan de “necesidades de equilibrio fiscal”, de “transitoriedad” de la medida, de un esfuerzo colectivo. Son eufemismos. La realidad es que Milei está en un callejón sin salida: si no sube retenciones, el agujero fiscal lo devora. Si las sube, traiciona el corazón ideológico de su propio gobierno y enoja a su base electoral más fiel, el campo. No hay magia: los dólares no aparecen por arte de Milei ni de Caputo.

Mientras tanto, los productores hacen sus cuentas y prenden velas. El precio internacional de la soja ronda los 465 dólares por tonelada, pero con una retención del 33% y un dólar oficial todavía pisado, el margen se achica. Y nadie sabe cuánto más puede aguantar el mercado paralelo sin volver a explotar, con la brecha cambiaria que ya coquetea con niveles peligrosos. Las empresas exportadoras frenan operaciones para no quedar enganchadas con el tipo de cambio más caro. Es una tormenta perfecta.

El discurso de la Casa Rosada suena, por momentos, a ironía. En la misma semana en que Milei ratificó su fe en el mercado y en el “libre comercio”, la Secretaría de Agricultura firma la resolución que oficializa la suba de retenciones. Una postal brutal de la contradicción en la que navega el Gobierno: se autoproclama libertario, pero recauda con métodos dignos de los manuales más intervencionistas. Y lo hace sin ruborizarse.

En las bases rurales hay, además, un dejo de sensación de engaño. Porque, más allá de la crisis fiscal, el campo no olvida que Milei construyó parte de su identidad política prometiendo que las retenciones eran “un robo” y que su eliminación sería uno de los pilares de su revolución económica. Hoy, esos mismos productores se ven obligados a hacer fila para liquidar granos antes del 1° de julio o se guardan la cosecha bajo llave. Es el reino de la incertidumbre, el mismo que Milei juró desterrar.

La Sociedad Rural ya advirtió que “la paciencia tiene límites” y, aunque las entidades todavía hablan con cautela, nadie descarta que pueda reavivarse el fantasma de protestas en las rutas. Y no es para menos. Porque el campo recuerda el paro agrario de 2008 como si hubiese sido ayer. Y aunque Milei no es Cristina, el sentimiento de traición se parece demasiado. Hay algo que se quebró. Y se nota.

Pero, además, la bronca del agro no se limita solo a las retenciones. El sector también observa con alarma cómo la recesión interna empieza a pegar de lleno en la venta de maquinaria agrícola, en el consumo de insumos y en el crédito, que sigue inaccesible por las tasas siderales. En el interior, los contratistas rurales cuentan las horas para ver si tienen trabajo o si la maquinaria queda parada en el galpón. Es la economía real que no aparece en las conferencias de prensa ni en los gráficos de PowerPoint.

Milei, por ahora, apuesta a sostener su relato libertario mientras hace malabares fiscales. Pero la mecha está encendida. El campo, que supo ser su socio político más leal, ahora lo mira con desconfianza. Y con algo de rabia contenida. “Nos sentimos usados”, se escucha en los pasillos de las entidades rurales. Es una frase que duele. Y que resume el desencanto de un sector que apostó fuerte a un gobierno que, apenas seis meses después, empieza a parecerse demasiado a aquellos a los que juró combatir.

Porque, digámoslo sin vueltas: subir retenciones no es solo un ajuste técnico. Es una confesión brutal de que la famosa “motosierra” libertaria se volvió de goma. Y el campo, que ya huele a traición, empieza a preparar su propia respuesta. No sería la primera vez que lo hace. Y esta vez, aunque Milei se vista de libertario, el final puede no ser distinto al de otras crisis agrarias que se llevaron gobiernos puestos.

En el campo lo saben. En Balcarce 50, también.

Fuentes:

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