Desempleo, ajuste y miedo: el verdadero costo humano del modelo Milei. El modelo de “libertad” de Javier Milei y Luis Caputo dejó medio millón de nuevos desocupados en seis meses, pulverizó el consumo y colocó al desempleo como la principal angustia de los argentinos.
Mientras el gobierno festeja indicadores macroeconómicos que sólo entienden los bancos de inversión, la realidad en las calles es otra: fábricas cerradas, changas que desaparecen, bolsillos vacíos y una sociedad que ya no come con promesas de “sinceramiento”. El mercado laboral argentino se desangra ante la pasividad de un gobierno que parece gobernar para el Excel y no para la gente.
La promesa de Javier Milei era clara: ajustar con motosierra para terminar con la casta y liberar las fuerzas del mercado. Pero seis meses después de asumir, el experimento libertario no sólo ha fracasado en reactivar la economía real, sino que ha sumido al país en una profunda crisis social. La realidad es contundente y sangrante: el plan económico del binomio Milei-Caputo ya generó más de medio millón de nuevos desempleados. Medio millón de proyectos truncos, mesas más vacías y futuros en pausa.
El dato no proviene de una “casta” opositora, ni de un sindicato en pie de guerra, ni siquiera de una universidad “adoctrinadora”: lo dice el propio Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC). El informe oficial sobre el primer trimestre de 2025 revela que la tasa de desempleo escaló al 7,9%, marcando un aumento de un punto porcentual en tan solo tres meses. Esto, traducido a términos humanos, representa unas 220.000 personas más sin trabajo solo entre enero y marzo. Si se suman los 300.000 empleos perdidos en el sector privado durante los meses previos —producto de la brutal recesión inducida por el ajuste fiscal y la desregulación—, el número estremece: más de 500.000 argentinos y argentinas fueron expulsados del mercado laboral desde la llegada de La Libertad Avanza al poder.
Para entender el tamaño del drama basta con mirar lo que está ocurriendo en los grandes conglomerados urbanos: solo en el AMBA se concentra el 40% del desempleo del país. Lugares donde la informalidad, la precarización y el rebusque ya eran moneda corriente ahora se enfrentan a una novedad inquietante: ni siquiera hay changas. Ni para limpiar casas, ni para cargar bolsas, ni para vender panchos en la calle. La economía informal, que siempre actuó como red de contención cuando el empleo formal flaqueaba, hoy también se achica hasta desaparecer.
La política económica libertaria no solo destruye trabajo, también elimina cualquier margen de supervivencia. Al congelar la obra pública, desactivar programas productivos, permitir importaciones indiscriminadas y aplicar tarifazos salvajes, el gobierno condenó a la muerte lenta a miles de pymes y cooperativas que daban empleo genuino. Sin consumo interno, sin crédito, sin horizonte, muchos empresarios optaron por cerrar. Otros, por resistir bajando sueldos o suspendiendo personal. Pero ya ni siquiera eso alcanza. La motosierra no solo cortó privilegios, como decía Milei. Cortó vidas.
En paralelo, el gobierno ensaya una narrativa que bordea el cinismo. Mientras la desocupación y el miedo avanzan, el presidente insiste en que “la economía está saneándose” y que “el esfuerzo valdrá la pena”. Pero la pregunta que flota en el aire es: ¿quién paga ese esfuerzo? ¿Quién está poniendo el cuerpo mientras los CEOS celebran en Puerto Madero? La respuesta es obvia, aunque brutal: lo pagan los que menos tienen. Las jubiladas que deben elegir entre remedios o comida. Las madres que no pueden pagar el alquiler. Los jóvenes que ya ni siquiera buscan trabajo porque no hay dónde.
Un reciente relevamiento de la consultora Zuban Córdoba, en sintonía con los informes de C5N y Tiempo Argentino, confirmó lo que todos sospechaban: el desempleo y el costo de vida son las principales preocupaciones de los argentinos. No la corrupción. No la “casta”. No el Banco Central. La angustia cotidiana de no llegar a fin de mes, de no encontrar trabajo, de ver cómo se esfuma la estabilidad conseguida a duras penas, atraviesa a todas las clases sociales. Es el desempleo, estúpido. Y también la inflación, que lejos de haber sido domada, mutó en un monstruo de cabeza baja pero garras filosas.
Porque no solo se trata de perder el trabajo. Se trata de lo que viene después. De la humillación de pedirle ayuda a familiares. Del trámite eterno para inscribirse en un plan social que el gobierno estigmatiza. Del desarraigo de tener que volver a la casa de los padres. De dejar de mandar a los chicos al colegio por no poder pagar el colectivo. De bajarse del alquiler y terminar en una pieza compartida o, peor, en la calle. Desempleo no es solo un número, es una cadena de pérdidas. De identidad, de autonomía, de dignidad.
Y la caída libre no tiene freno. El propio informe del INDEC anticipa un dato alarmante: la tasa de subocupación también creció al 10,2%. Es decir, hay cientos de miles de personas que aún tienen un empleo, pero no les alcanza ni en tiempo ni en ingresos. Trabajos fragmentarios, sin estabilidad, sin cobertura, sin futuro. Y en paralelo, los niveles de pobreza se disparan a niveles de catástrofe humanitaria, con estimaciones privadas que proyectan más del 55% de pobres para el segundo trimestre.
Mientras tanto, en la cima del poder, todo es autocomplacencia. Caputo declara que el ajuste fue “exitoso” y Milei celebra los superávits fiscales como si fueran goles en una final del mundo. Pero el supuesto éxito de este experimento económico se construye sobre las ruinas de la economía popular. Es un ajuste que empobrece, que excluye, que arrasa. Y lo hace con una frialdad quirúrgica, con una insensibilidad tan calculada como ideológica.
A esta altura del camino, lo que queda claro es que el programa económico libertario no solo es inviable, sino también profundamente cruel. Su arquitectura se basa en una falacia: que achicar el Estado y liberar precios traerá crecimiento. Pero lo que trajo, en los hechos, fue depresión económica, colapso del consumo, derrumbe del empleo y retroceso social. El “modelo Milei” se parece más a una demolición que a una transformación.
La pregunta ya no es si el plan está funcionando según sus parámetros técnicos. La verdadera cuestión es qué tipo de país está dejando. Qué tejido social quedará después de este experimento salvaje. Qué destino aguarda a los que hoy caen en la lona. Y si, alguna vez, alguien se hará cargo de este daño.
Porque detrás de cada gráfico, de cada punto porcentual, hay personas. Nombres. Caras. Historias. No son “residuos del estatismo”, como dicen los libertarios radicalizados. Son argentinos y argentinas que hasta hace poco eran trabajadores, vecinos, padres, hijos, estudiantes, comerciantes. Hoy, están desocupados. Mañana, si este rumbo continúa, serán invisibles.
El gobierno podrá seguir culpando a la herencia, a la casta, al marxismo cultural o a quien se le ocurra. Pero la realidad ya no necesita explicaciones. Se impone sola, con la crudeza de un cachetazo. Y si no se revierte pronto, será demasiado tarde para recomponer lo que se está perdiendo: no solo empleos, sino también la esperanza.
Fuentes:
- https://www.tiempoar.com.ar/ta_article/el-plan-economico-de-milei-y-caputo-ya-genero-medio-millon-de-nuevos-desempleados/
- https://www.c5n.com/economia/el-desempleo-y-el-costo-vida-encabezan-las-principales-preocupaciones-los-argentinos-n205144
- https://www.clarin.com/economia/desempleo-79-primer-trimestre-2025_0_DVHeCv3r5Z.html
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