Mar del Plata, congelada y sin gas: el feroz ajuste de Milei desata una crisis energética sin precedentes

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El brutal corte de gas en Mar del Plata, en plena ola polar, pone en evidencia la cara más cruel del ajuste: la falta de reservas energéticas, la exportación desesperada para conseguir dólares y el desprecio oficial por la vida cotidiana de la gente. Detrás del relato de “falta de presión”, la realidad es otra: simplemente no hay gas.

El viento helado atraviesa las calles de Mar del Plata como una cuchilla afilada. Bajo cero de sensación térmica. Te arde la cara. Y en el interior de las casas, el frío se transforma en algo más que un malestar físico: es desesperación, bronca y, sobre todo, impotencia. No tenés estufa para prender, ni agua caliente para bañarte antes de salir a laburar, ni un mísero plato caliente que entibie el estómago. Ni siquiera el consuelo de un mate humeante. Así lo describe, con la voz entrecortada por el frío y la bronca, una vecina marplatense: “Acá llegaron a hacer hasta donde yo vi 6 grados bajo cero de sensación térmica, hoy a las 8 de la mañana. No tenés para calefaccionarte, ni para bañarte si tenés que ir a trabajar, ni para un plato caliente de comida o para cebarte un mate”.

Esas palabras, sencillas pero demoledoras, desnudan la miseria que se impone cuando se decide gobernar con la calculadora financiera antes que con sensibilidad social. Porque lo que está pasando en Mar del Plata no es un accidente, ni un fenómeno meteorológico extremo imposible de prever, ni una cuestión técnica menor. Es, lisa y llanamente, el costo humano de una política económica que privilegia la exportación del gas —y los dólares que trae— antes que garantizar que la gente pueda sobrevivir el invierno.

La versión oficial, esa que se repite desde los despachos para calmar ánimos, dice que la interrupción del servicio responde a una “baja de presión”. Pero quienes viven en los barrios, quienes se despiertan tiritando en sus casas, tienen otra versión. “No hay gas directamente. Entonces, al no haber gas, no hay nada que comprimir para mandar a las cañerías y abastecer”, explica sin vueltas la misma vecina. No es que el gas esté “bajo presión”, es que simplemente no existe. Es aire. Es humo. Es una promesa vacía, mientras afuera la ciudad se congela.

Y, claro, esta crisis no distingue entre ricos y pobres, pero pega con furia en los más vulnerables. Familias con bebés, adultos mayores, personas con enfermedades crónicas o quienes necesitan calor para sobrellevar tratamientos médicos. “No soy yo, es toda la gente. Hay gente con bebés, con preexistencias, con tratamientos clínicos. A toda la gente le pasa lo mismo”, describe con amargura otra vecina. Es la postal de la Argentina real: un país en el que el ajuste siempre lo paga el que menos tiene.

En medio de esta catástrofe cotidiana, emerge el verdadero trasfondo político y económico. “No hay política de Estado. El gas se está exportando y a los empresarios les conviene agarrar los dólares. Liberaron la importación y no hay control sobre el consumo interno del país. Ese es el verdadero problema que tenemos”, advierte un vecino, clavando el dedo en la llaga. Porque lo que ocurre en Mar del Plata es el resultado más palpable del dogma libertario que predica Javier Milei: libertad absoluta de mercado, cero intervención estatal, y que se salve quien pueda.

No es casualidad. No es azar. No es una simple “emergencia técnica”. Lo que está pasando es que, mientras en las casas la gente se muere de frío, el gas se lo están llevando a Chile en camiones porque pagan en dólares. Y, como si fuera poco, ya hay movimientos para embarcarlo desde las costas de Río Negro. “Ya arrancaron en mayo”, denuncian. Dólares frescos para engrosar las reservas mientras acá no hay ni calor ni dignidad.

Y mientras tanto, ¿qué hace el gobierno? Nada. O, mejor dicho, se pasan la pelota entre Nación, Provincia, municipio y la empresa distribuidora. Nadie da la cara. Nadie asume el costo político de mirar a los ojos a esos vecinos y decirles la verdad: que no hay gas, y que no lo va a haber mientras la prioridad sea exportar para juntar dólares. Porque, claro, reconocerlo sería confesar que el relato libertario se estrella contra la realidad más cruda: la gente no come dólares ni se calienta con discursos de libre mercado.

La indignación crece, porque el panorama amenaza con volverse aún más apocalíptico. Los generadores eléctricos en la zona funcionan a gas. Y si no hay gas, podrían quedarse sin luz. Y sin luz, también sin agua. “Es una cadena. Nos estamos yendo a un apocalipsis”, lanza con desesperación la vecina. Es la síntesis perfecta del fracaso de un Estado ausente, donde cada eslabón de la infraestructura básica depende de otro, y cuando falla uno, colapsan todos.

Para colmo, el parche que intentan usar es tan precario como ineficaz. Los camiones tanque con propano sirven apenas para tapar el agujero por unas horas. Pero ya se advierte que empezará a faltar el gas envasado también. Porque Mar del Plata, además de pagar el combustible más caro del país, ahora se queda sin gas. Sin nada.

Es la postal que Milei jamás quiere mostrar en sus filminas ni en sus cadenas de redes sociales. El ajuste es real. No es sólo un número en el Excel del Ministerio de Economía. Tiene rostro, tiene nombre, tiene lágrimas congeladas y estómagos vacíos. Y mientras el gobierno se abraza al dogma de que el mercado resolverá todo, la gente se muere de frío.

Hasta ahora, no hubo protestas masivas ni cortes de ruta. Pero el ánimo empieza a hervir bajo la superficie. “Se tiran la pelota entre Nación, Provincia, el municipio y la empresa distribuidora, pero nos dicen que es muy posible que no haya solución porque excede a la empresa”, cuentan resignados. La sensación de orfandad es total. Nadie escucha, nadie responde, nadie se hace cargo.

Sin embargo, algo está claro: cuando una sociedad entera empieza a pasar frío y hambre mientras el gobierno prioriza juntar divisas, lo que está en juego no es sólo una política energética. Está en juego el contrato social más elemental. El que dice que el Estado existe, justamente, para proteger a su gente. Pero Javier Milei, obsesionado con los números y los dólares, parece decidido a dinamitar ese pacto. Y la crisis del gas en Mar del Plata es apenas el anticipo de lo que puede venir si se sigue gobernando con calculadora y desprecio por la vida cotidiana.

La pregunta, entonces, ya no es si el frío va a seguir. Es si el pueblo va a seguir aguantando.

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