La sombra de Milman: secretos, celulares perdidos y la herida abierta de la democracia argentina. Desde el caso Maldonado hasta el intento de magnicidio contra Cristina Kirchner, la figura de Milman emerge, según Moreau, como un engranaje oscuro en el entramado de operaciones políticas, judiciales y mediáticas que se tejen en el país. Mientras el Gobierno de Javier Milei se proclama libertario, persisten las estructuras de silencio y encubrimiento que atentan contra la memoria, la verdad y la justicia.
Hay algo profundamente inquietante en las palabras de Leopoldo Moreau. No es solo el tono grave, ni la contundencia de las acusaciones, sino la idea de que, detrás de cada tragedia política o social reciente en la Argentina, haya siempre un mismo rostro, una misma mano que maneja hilos invisibles. Ese rostro, dice Moreau, es el de Gerardo Milman, el diputado que se pasea con aires de funcionario experimentado, blindado por fueros y alianzas políticas, y que, según el legislador, esconde más secretos que cualquier caja fuerte del Banco Central.
En la entrevista concedida a “Ya es Tarde” por AM530, Moreau despliega un relato demoledor: acusa a Milman de haber estado no solo vinculado, sino metido hasta el cuello en episodios que hielan la sangre, como las muertes de Santiago Maldonado, Rafael Nahuel y el misterioso final del fiscal Alberto Nisman. Y, por si fuera poco, lo señala como engranaje clave en el intento de asesinato contra Cristina Fernández de Kirchner. Todo esto en un mismo combo, como si estuviéramos ante una especie de operador todoterreno de la peor política y el peor poder. Y todo esto sucede mientras el Gobierno de Javier Milei juega al héroe libertario, pero deja intactas esas zonas de oscuridad donde personajes como Milman, si es cierta la denuncia, siguen operando a sus anchas.
“Él maneja con gran cinismo una dialéctica que le permita zafar de la responsabilidad que tiene”, lanza Moreau, con la furia de quien ha visto demasiado. No se trata de una frase suelta: está cargada de la certeza de que hay un pacto de silencio, una complicidad entre sectores políticos, judiciales y mediáticos. Y ahí aparece otro nombre que brilla como neón en este relato: Patricia Bullrich. Según Moreau, Bullrich está “empeñada en llevarlo en la lista de diputados nacionales para otorgarle la protección de los fueros porque sabe que más temprano que tarde él también va a tener que responder por los delitos que ha cometido.” La frase es una trompada directa al plexo solar del discurso libertario de “fin de la casta”. Porque lo que describe Moreau no es otra cosa que casta pura, casta blindada y casta con licencia para conspirar.
Pero lo que vuelve este asunto casi de thriller político es el bendito celular. Moreau es categórico: Milman dice que entregó su teléfono, pero entregó uno nuevo, porque el verdadero, el que usaba en los días cruciales, está desaparecido. O lo perdió. O lo escondió. O lo formateó. O vaya uno a saber dónde lo habrá enterrado, si es que no está dando vueltas en algún lago de la Patagonia. El hecho es que ese celular es, según Moreau, la caja negra de una serie de tragedias nacionales: la muerte de Maldonado, la muerte de Rafael Nahuel, el presunto asesinato de Nisman y el intento de magnicidio contra Cristina. Todo en un solo aparato. Una bomba atómica de información. Y Milman, asegura Moreau, se niega a entregarlo porque sabe que ahí está la verdad que podría condenarlo.
La acusación más escalofriante de Moreau es la que conecta a Milman directamente con la muerte de Santiago Maldonado. En sus palabras: “Milman era casi viceministro de Patricia Bullrich cuando se produjo la muerte de Santiago Maldonado; viajó a las 48 horas con un comandante de Gendarmería de apellido Caballero a tratar de arreglar el enchastre que habían hecho con la intervención de Pablo Noceti, que era el secretario del ministerio que fue el que dio las órdenes en el lugar que culminaron con el asesinato de Santiago Maldonado.”
Es imposible leer esto sin recordar aquellas jornadas de 2017 en que el gobierno de Mauricio Macri, con Patricia Bullrich al frente de Seguridad, insistía en negar cualquier responsabilidad de las fuerzas federales en la desaparición de Maldonado. Años después, la herida sigue abierta. Y ahora Moreau sugiere que Milman habría formado parte del operativo de encubrimiento, viajando casi de inmediato al sur con un alto mando de Gendarmería. No es poca cosa: se habla nada menos que de encubrir un crimen de Estado.
Y si esto fuera poco, Moreau también lo vincula a Rafael Nahuel, el joven mapuche asesinado en Bariloche en 2017, durante un operativo de Prefectura. “No entrega ese celular porque ese celular revelaría cómo se ordenó la muerte de Rafael Nahuel”, denuncia Moreau, como quien coloca una pieza más en un rompecabezas siniestro.
Y ahí no se detiene. Moreau acusa a Milman y a su misterioso comandante Caballero de haber sido parte de “cómo fabricaron la pericia trucha que transformó el suicidio de Alberto Nisman en el supuesto asesinato, en común acuerdo con el juez Ercolini, que está en todas las chanchadas de los últimos años que han ocurrido y que son impulsadas por el grupo Clarín.” La mención del Grupo Clarín no es casual. Moreau lo define como “uno de sus sicarios”, destacando que Milman integró el directorio de ENACOM, lo que refuerza la idea de un puente sólido entre poder mediático y poder político.
No se puede soslayar lo que implica semejante denuncia: si es verdad lo que dice Moreau, hubo operaciones de inteligencia, manipulación de pruebas y un manejo calculado del relato público alrededor de Nisman, no solo para instalar la hipótesis de asesinato, sino para alimentar la persecución política contra Cristina Fernández de Kirchner.
Todo este entramado, dibujado con mano firme por Moreau, pone en crisis la narrativa libertaria que Javier Milei intenta venderle a la sociedad. Porque si de verdad Milman está protegido por Bullrich y por estructuras judiciales y mediáticas, entonces no hay “fin de la casta” ni revolución liberal que valga: sigue operando el mismo aparato de poder que decide quién vive, quién muere y quién va preso. Mientras Milei se dedica a improvisar eslóganes y a dinamitar ministerios, la mugre sigue acumulándose debajo de la alfombra.
No deja de ser inquietante, además, que Moreau se muestre tan convencido de la conexión de Milman con el atentado contra Cristina. Habla de conocimiento previo, de “lo que lo puede vincular al conocimiento respecto al atentado contra Cristina”, y de un celular que podría contener las pruebas. El hecho de que ese atentado haya ocurrido en plena calle, frente a miles de cámaras y que siga sin esclarecerse del todo, es un agujero negro en la democracia argentina. Y las palabras de Moreau agrandan la sensación de que todavía hay mucho por saber, y sobre todo, mucho que quieren que no sepamos.
La entrevista es un mazazo a la supuesta “normalidad institucional” de la que tanto se jacta el oficialismo. Porque si lo que dice Moreau es cierto, tenemos a un diputado nacional que, protegido por fueros y por una trama de complicidades políticas y mediáticas, estaría implicado en muertes, encubrimientos y magnicidios frustrados. Y la Argentina, lejos de resolver esas heridas, sigue atrapada en la misma red de impunidad.
La democracia no puede sostenerse si existen personajes que, como denuncia Moreau, se creen intocables y pueden manipular la justicia, la información y hasta la muerte. La pregunta es si el gobierno de Javier Milei, tan fanático de la motosierra para recortar derechos, tendrá el coraje de investigar y limpiar de verdad esas zonas oscuras. O si, como tantas veces en la historia argentina, el cambio termina siendo solo una fachada mientras el poder real permanece inmutable, bajo las sombras.




















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