HLB Pharma: irregularidades, encubrimiento y un gobierno incapaz de garantizar la seguridad sanitaria

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La tragedia de HLB Pharma deja al descubierto un entramado de irregularidades y la ausencia de controles que costaron casi un centenar de vidas en Argentina.

La muerte de al menos 97 personas por el fentanilo contaminado fabricado por HLB Pharma no es una desgracia aislada ni un simple error humano: es la síntesis brutal de un sistema corroído por la desidia, la impunidad y la complicidad de un Estado que se jacta de “barrer con la casta”, pero que se muestra incapaz de cumplir con lo más básico: garantizar que un medicamento no sea veneno. Lo que emergió tras el testimonio de una ex empleada del laboratorio, difundido en Radio Rivadavia, desnudó un infierno de prácticas ilegales, falsificación de documentos, controles dibujados y condiciones laborales indignas, que desembocaron en la catástrofe sanitaria más grave de los últimos años.

La denunciante no titubeó: “Todos sabían que ese lote de fentanilo había dado positivo”. Esa frase, tan contundente como dolorosa, resume la cadena de omisiones criminales que permitió que más de 154 mil ampollas contaminadas circularan libremente por hospitales y farmacias. No se trató de un descuido aislado, sino de un mecanismo sistemático de encubrimiento donde analistas, jefaturas y gerencias callaron lo que era inocultable. La jefa de microbiología había advertido a la gerenta de calidad y, sin embargo, el lote salió igual. ¿Cómo explicar semejante nivel de desprecio por la vida humana?

La respuesta se halla en el testimonio de la ex trabajadora, que relató con crudeza cómo funcionaba el laboratorio dirigido por Ariel García Furfaro. Allí, según sus palabras, se contrataba gente únicamente para rellenar planillas de análisis microbiológicos que jamás se hacían. Los registros se falseaban manualmente y los filtros de esterilización se reutilizaban y lavaban sin esperar resultados de control. Una lógica de producción en serie donde la prioridad no era la seguridad de los pacientes, sino acelerar la salida de productos, aunque fueran auténticas bombas biológicas.

El relato adquiere tintes grotescos cuando se describen las condiciones de trabajo. En pleno verano, con temperaturas insoportables y sin la ventilación adecuada, empleados llegaban a desempeñarse en ropa interior, con puertas abiertas para aliviar el calor. Esa postal no es solo un detalle pintoresco: revela la precariedad absoluta de un espacio donde se fabricaban drogas de alto riesgo, como el fentanilo, que requieren precisión quirúrgica y ambientes estériles. La combinación de desidia empresarial y ausencia estatal terminó convertida en una receta letal.

El papel de la ANMAT, la agencia encargada de controlar la seguridad de los medicamentos, quedó en el centro del escándalo. La exempleada señaló que los auditores llegaban con visitas pactadas, y que en el laboratorio se sabía de antemano qué lotes iban a ser inspeccionados. De ese modo, se “acomodaban papeles” y se contrataba personal específicamente para “dibujar” números que encajaran con lo que los auditores esperaban ver. Un control convertido en teatro, un simulacro que dejaba afuera la verdadera auditoría: la que podría haber salvado vidas.

Más grave aún, la mujer aseguró que los análisis que daban positivo se escondían en cuadernos aparte o borradores, sin identificar bacterias ni causas. La cuarentena legal, que exige mantener inmovilizado un lote hasta completar los estudios, era ignorada. La droga salía al mercado como si nada. Un laboratorio que actuaba con la impunidad de quien sabe que, en el peor de los casos, habrá un discurso oficial que lo ampare.

Hoy, con casi un centenar de muertes sobre la mesa y familias destruidas por la desidia, la Justicia tampoco está a la altura. Las críticas apuntan al juez Ernesto Kreplak por no avanzar con celeridad en una investigación que clama por responsables detrás de las rejas. Resulta insoportable pensar que no hay ni un solo detenido mientras las ampollas contaminadas dejaron un reguero de cadáveres. Se habla de sabotaje interno, de conspiraciones empresariales, pero lo concreto es que el Estado, bajo el gobierno de Javier Milei, sigue corriendo detrás de los hechos, incapaz de garantizar justicia ni transparencia.

La tragedia del fentanilo no puede analizarse en el vacío. Ocurre en un país donde se multiplican los discursos sobre la eficiencia del mercado, mientras la realidad golpea con crudeza. La salud pública y el control de medicamentos no pueden quedar librados al azar ni a la buena voluntad de empresarios que hacen negocios con la vida ajena. Que un laboratorio pudiera falsear datos, engañar auditorías y distribuir veneno sin que nadie lo detuviera es una demostración brutal de lo que significa un Estado que se desentiende de sus funciones esenciales.

El gobierno de Milei habla de libertad, pero en este caso la libertad empresarial fue sinónimo de muerte. Libertad para falsear registros, libertad para despachar drogas contaminadas, libertad para precarizar trabajadores y exponerlos a condiciones infrahumanas. Libertad, en definitiva, para convertir a la sociedad en rehén de una industria sin control. Y cuando la catástrofe estalló, el oficialismo eligió la estrategia más vieja: echar culpas a terceros, hablar de sabotajes, victimizar al laboratorio. Un relato que choca de frente con el testimonio crudo de quienes vivieron desde adentro la maquinaria de irregularidades.

La pregunta es inevitable: ¿cuántas tragedias más deben ocurrir para que se comprenda que la salud pública no puede ser gestionada como un negocio sin reglas? El caso HLB Pharma es una advertencia dolorosa, un recordatorio de que detrás de cada decisión política, detrás de cada flexibilización de controles, detrás de cada auditoría dibujada, hay vidas en juego. Y esas vidas, en Argentina, hoy valen menos que una planilla falsificada.

El silencio oficial, la falta de autocrítica y la parsimonia judicial son parte del mismo engranaje que permitió que este desastre ocurriera. La indignación de los familiares de las víctimas contrasta con la tibieza de un gobierno que prefiere hablar de conspiraciones antes que asumir responsabilidades. No se trata solo de un laboratorio negligente, sino de un sistema entero que falló y que, en lugar de corregirse, parece dispuesto a seguir repitiendo los mismos errores.

La historia dirá que casi un centenar de argentinos murieron por inyectarse fentanilo contaminado fabricado bajo la mirada cómplice de un Estado ausente. Y la verdadera tragedia es que, si nada cambia, puede volver a ocurrir.

Fuente: 

https://www.perfil.com/noticias/actualidad/exempleada-hlb-pharma-todos-sabian-que-ese-lote-de-fentanilo-habia-dado-positivo.phtml

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