Mientras el gobierno de Javier Milei recorta presupuesto para la salud, la educación y las políticas sociales, un sector evangélico aliado y mimado por el oficialismo crece en opacidad y privilegios. El escándalo de los “dólares milagrosos” del pastor Jorge Ledesma sacude a Chaco y despierta preguntas incómodas sobre el rol del poder religioso en la era de la motosierra libertaria.
En la Argentina de los recortes brutales, donde la motosierra del gobierno libertario ha dinamitado derechos básicos y desmantelado estructuras públicas, el negocio de la fe parece operar con absoluta inmunidad. En ese clima de desigualdades crecientes y favores selectivos, el nombre del pastor Jorge Ledesma emerge como una mancha incómoda para el relato oficial. La Justicia acaba de levantar su secreto fiscal y bancario, y el expediente revela algo más que una cuestión contable: lo que está en juego es un modelo de impunidad, privilegio y manipulación espiritual con el visto bueno –o la indiferencia cómplice– del poder político.
Jorge Ledesma no es un improvisado. Líder carismático del Centro Cristiano de Avivamiento en Resistencia, Chaco, supo tejer durante años una red de poder religioso que trasciende lo pastoral. Con más de 40 años en la actividad y un alcance regional, construyó un imperio espiritual que le dio voz, micrófono, espacio en medios, contactos con dirigentes y una influencia social tan poderosa como difícil de auditar. Pero detrás de ese carisma evangélico, la Justicia encontró algo menos divino y mucho más terrenal: operaciones sospechosas con dólares, movimientos de cuentas en moneda extranjera sin justificación aparente y transacciones millonarias que desentonan con cualquier lógica pastoral.
Según revela la investigación publicada por La Voz del Chaco, el Juzgado Federal N°1 a cargo de Zunilda Niremperger accedió a levantar el secreto fiscal, bancario y bursátil del pastor, lo que supone un avance sustancial en una causa que huele a lavado, evasión y manipulación financiera. Con la lupa puesta sobre las cuentas de Ledesma, ahora se busca esclarecer si detrás de las prédicas milagrosas no se esconde una operatoria estructurada para mover dinero sin control, apelando a la fe como fachada.
El expediente judicial, que fue impulsado por el fiscal federal Patricio Sabadini, incluye denuncias que vinculan al pastor con movimientos financieros irregulares a través de una fundación religiosa de dudosa transparencia. Y si bien los detalles precisos todavía se mantienen en reserva, lo que trasciende ya es escandaloso. En una Argentina devastada económicamente, donde el Estado asfixia a universidades, hospitales y jubilados con el mantra del déficit cero, una figura religiosa opera con flujos de dinero sin control estatal ni rendición alguna.
Pero el caso de Ledesma no es un hecho aislado. Forma parte de un engranaje mucho más grande: el avance de sectores evangélicos sobre el poder político y la decisión deliberada del gobierno de Javier Milei de darles lugar, cobertura y legitimidad. No es casual que la vicepresidenta Victoria Villarruel haya abrazado públicamente a referentes evangelistas, ni que el propio Milei hable de «la batalla espiritual contra el socialismo» con tonos casi pastorales. Mientras la motosierra arrasa con políticas públicas, las iglesias crecen sin controles ni regulaciones. Se convierten, en muchos casos, en refugio de capitales, plataformas de campaña o agencias de disciplinamiento social.
El pastor Ledesma, lejos de ser un marginal, fue bendecido en múltiples ocasiones por la política chaqueña, y no solo por la derecha. Pero con el arribo del modelo libertario al poder, las condiciones para operar con total discrecionalidad se multiplicaron. Ya no hay Estado que regule, ni AFIP que fiscalice, ni organismos que se atrevan a auditar cuando detrás hay un púlpito y una Biblia. En nombre de la libertad, florecen los negociados disfrazados de fe.
Resulta, cuanto menos, escandaloso que mientras miles de argentinos no pueden pagar una receta médica o enviar a sus hijos a la escuela, un pastor mueva miles de dólares en cuentas personales sin que nadie lo cuestione. Y lo que es más grave: lo haya hecho durante años con absoluta impunidad. La Justicia recién ahora empieza a hurgar entre los balances invisibles de una figura que jamás rindió cuentas, amparado en el blindaje simbólico que otorga la religiosidad. ¿Cuántos otros Ledesma existen en Argentina? ¿Cuántos dólares milagrosos circulan por las venas ocultas del sistema sin que el Estado lo sepa, lo controle o lo impida?
Este escándalo obliga a repensar el vínculo entre religión y política, especialmente cuando se trata de un gobierno que decidió cortar por lo más delgado mientras deja intactos los circuitos paralelos de acumulación y poder. Si el mensaje oficial es «no hay plata», sería bueno preguntarse por qué sí hay dólares para financiar iglesias opacas, comprar edificios a nombre de fundaciones fantasmas o abrir cuentas en el extranjero a nombre de pastores que predican la humildad pero viven como empresarios. La hipocresía, como el dinero, también fluye sin freno en la Argentina de Milei.
Lo que se ventila en Chaco no es solo un escándalo provincial ni un caso aislado de corrupción religiosa. Es un espejo donde se refleja el modelo de país que está en juego: uno en el que la fe puede ser utilizada como escudo, los vínculos con el poder como garantía de impunidad y el ajuste como excusa para castigar siempre a los mismos. Mientras tanto, los verdaderos «milagros» siguen siendo para unos pocos.




















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