La emblemática planta de calzados en Misiones atraviesa su crisis más profunda, con 200 trabajadores despedidos y la amenaza latente de un apagón total de la producción.
El ajuste del gobierno de Javier Milei, la apertura indiscriminada de importaciones y el derrumbe del consumo están golpeando sin piedad a las economías regionales. Dass, principal empleador privado de Eldorado, se encamina al cierre definitivo. El silencio del oficialismo es tan atronador como la angustia de cientos de familias que podrían quedar en la calle.
El estruendo del ajuste no se escucha solamente en los grandes centros urbanos o en las estadísticas macroeconómicas que celebra el gobierno de Javier Milei. Se siente, con una violencia asfixiante, en cada rincón del país donde una fábrica baja las persianas, donde una familia se queda sin ingresos, donde un pueblo entero comienza a apagarse. Ese estruendo hoy retumba en Eldorado, Misiones, donde la empresa Dass acaba de despedir a 200 trabajadores, una medida que podría ser el preludio del cierre definitivo de su planta productiva.
Dass no es cualquier fábrica. Es el mayor empleador privado de Eldorado, una ciudad donde el trabajo escasea y la industria se sostiene con respirador artificial desde hace años. La empresa, que produce calzado deportivo para marcas como Nike, Fila, Umbro y Asics, ya había reducido su personal de 1.500 a 700 empleados entre 2020 y 2023. Ahora, con este nuevo recorte, la planta queda con apenas 500 operarios, muchos de los cuales también están bajo amenaza. La pregunta que nadie quiere formular en voz alta, pero todos se hacen, es: ¿cuánto tiempo más podrá resistir abierta?
La versión oficial de la compañía es que la reducción de personal se debe a “una fuerte caída de la demanda”. Pero en los pasillos de la fábrica y en las calles de Eldorado, la explicación tiene nombre y apellido: el modelo económico de Milei. Un modelo que abrió las puertas a la importación sin restricciones, que licuó salarios, que paralizó el consumo interno y que desmanteló de hecho cualquier política industrial. En ese contexto, competir se vuelve una misión imposible. ¿Cómo sostener una línea de producción nacional cuando las zapatillas chinas o brasileñas inundan el mercado a precios irrisorios?
Lo que está ocurriendo en Dass no es un fenómeno aislado. Es el síntoma de un proyecto económico que desprecia la producción local, que considera a los trabajadores un “costo” y no un sujeto de derechos, y que celebra cada recorte como un trofeo ideológico. La planta de Eldorado, lejos de ser ineficiente o improductiva, venía operando con altos niveles de calidad. El problema no está adentro de la fábrica, está afuera: en las políticas de desregulación comercial y en la ausencia total de protección al trabajo nacional.
La situación es tan crítica que ya hay voces que alertan sobre un posible apagón total de la planta. “Están evaluando cerrar definitivamente”, advierten fuentes sindicales con los dientes apretados. La parálisis económica que generó la administración de Milei está empujando al abismo no solo a los trabajadores despedidos, sino también a los 500 que aún conservan su empleo. Nadie duerme tranquilo en Eldorado. Porque en esa ciudad, perder el trabajo en Dass es quedarse sin horizonte.
Mientras tanto, el gobierno nacional guarda silencio. No hay una sola declaración oficial sobre lo que ocurre. Ni una propuesta para frenar la sangría. Ni un gesto hacia los trabajadores. Ni siquiera una visita para poner la cara. El desprecio por las economías regionales es total. En un país donde se pretende que la “libertad” consista en sobrevivir como se pueda, el ajuste no golpea a todos por igual. Golpea con más violencia a los que menos tienen, a los que viven lejos del poder, a los que dependen de un empleo para subsistir.
La historia de Dass también deja al descubierto el cinismo de los discursos oficiales sobre la “meritocracia” y la “competitividad”. ¿Qué posibilidades tiene una fábrica de competir cuando se la abandona a su suerte en un mercado inundado de productos importados? ¿Qué mérito se le puede pedir a un trabajador que, pese a sus esfuerzos, se queda sin sustento por decisiones que se toman a cientos de kilómetros de distancia, en despachos que nunca pisaron una línea de montaje?
En la fábrica no se respira solo angustia. También hay bronca. Porque estos despidos son una estocada a la dignidad de quienes todos los días pusieron el cuerpo para que la planta siguiera funcionando. Porque el discurso de que “no hay plata” se cae a pedazos cuando se trata de sostener empresas que generan empleo genuino. Porque el Estado que se borra hoy, es el mismo que debería estar protegiendo a los trabajadores.
La planta de Dass en Eldorado se está apagando. Y con ella, se apagan también los sueños, los proyectos y las esperanzas de cientos de familias. Duele ver cómo el ajuste mata no solo empleos, sino también comunidades enteras. En Misiones, como en tantos otros puntos del país, se vive una tragedia silenciosa. Una que no aparece en las cadenas nacionales, pero que está dejando una marca indeleble en la memoria de su pueblo.
No hay que ser economista para entender lo que está pasando. Basta con mirar a los ojos de quienes se quedaron sin trabajo, escuchar su rabia contenida, ver el cierre de los comercios locales que dependían del movimiento de la fábrica, observar el deterioro social que empieza a avanzar como una mancha de aceite. El desamparo no se mide en porcentajes, se mide en angustia diaria.
En tiempos donde se naturaliza la crueldad, contar lo que ocurre en Eldorado no es solo un deber periodístico, es un acto de justicia. Porque detrás de cada número, hay vidas concretas que están siendo trituradas por un proyecto político que desprecia la producción, el empleo y la justicia social.
Si Dass cierra, Eldorado pierde mucho más que una planta. Pierde parte de su historia, de su identidad y de su futuro. Y lo hace, una vez más, en nombre de un ajuste que no ajusta a todos por igual. Un ajuste que no solo recorta salarios, sino también sueños.




















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