Bahía Blanca y el voto cautivo: ¿síndrome de Estocolmo con Milei?

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Bahía Blanca vuelve a estar en el centro del debate político argentino, no por la solidaridad recibida tras la trágica inundación que devastó barrios enteros, dejó víctimas fatales y destruyó cientos de hogares, sino por el resultado de las últimas elecciones. La ciudad le dio un contundente respaldo electoral a Javier Milei y a La Libertad Avanza, incluso después de que el propio Presidente diera la espalda a la comunidad en uno de sus momentos más críticos.La paradoja es evidente: una población golpeada, abandonada por el Estado nacional cuando más lo necesitaba, elige premiar en las urnas a quien no movió un dedo para asistirla. Y no se trató solo de indiferencia. Cuando el Congreso de la Nación aprobó un fondo especial de asistencia económica para Bahía Blanca, Milei lo vetó sin titubeos, negando recursos que eran vitales para la reconstrucción de la ciudad. Esa decisión política no solo agravó la emergencia social, sino que fue una bofetada directa a cada familia damnificada.

La metáfora del “síndrome de Estocolmo” aparece como inevitable. Como aquellas víctimas que terminan justificando a su agresor, Bahía Blanca parece haber internalizado la lógica del maltrato político: cuanto más los ignoran, más leales se vuelven. Un voto cautivo, que en lugar de exigir reparación, legitima el abandono.

Mientras los vecinos todavía esperan obras de infraestructura, fondos para la reconstrucción y un plan serio de prevención ante futuras catástrofes, el Gobierno nacional mantiene la indiferencia. El contraste entre las promesas libertarias de “libertad y progreso” y la realidad de techos caídos, calles destruidas y familias sin hogar es brutal.

Bahía Blanca eligió a Milei a pesar del abandono y del veto a la ayuda económica que le correspondía por derecho. Esa elección dice más de la crisis cultural y política que atraviesa la Argentina que de la fortaleza del proyecto libertario. El voto parece ya no responder a la memoria de los hechos concretos, sino a un clima de odio alimentado por consignas vacías y un marketing político que convierte el sufrimiento en resignación y la decepción en fidelidad.

La pregunta es si Bahía Blanca logrará romper ese lazo perverso o si seguirá atrapada en esta especie de relación tóxica con un poder que la desprecia mientras capitaliza su dolor en votos.

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