El comunicador libertario intentó celebrar el “rescate” de Estados Unidos a la Argentina, pero terminó admitiendo que la clase media está destruida. En su editorial, Jonatan Viale bautizó como “nueva era” lo que no es otra cosa que una vieja entrega con bandera nueva: relaciones carnales versión siglo XXI, ahora con rosquete incluido.
Jonatan Viale lo dijo sin ruborizarse: “Estados Unidos está apoyando a la Argentina porque la necesita como enclave político, económico y cultural”. Lo dijo como si fuera un halago, no una advertencia. Así, el hijo del recordado Mauro Viale —que alguna vez cuestionó el servilismo menemista— festeja hoy la reedición de aquellas “relaciones carnales” que tanto avergonzaron a la Argentina de los noventa. Solo que ahora el abrazo no es con Bush padre o Clinton, sino con Donald Trump, el millonario mesiánico que pretende dirigir la política exterior argentina desde la Florida.
Porque según Viale, no estamos ante una subordinación, sino ante un “plan Marshall” versión 2025. Un paquete de USD 50.000 millones, dice, que no sería un rescate ni una invasión, sino una alianza estratégica. Claro: si lo repite en inglés, suena mejor.
La frase que define la época no salió de una redacción humorística, sino de su propia boca al citar al emisario de Trump, Brian Vesen: “Me entregaron el rosquete”. En cualquier país soberano, esa expresión sería un escándalo diplomático. En el universo libertario, en cambio, parece motivo de orgullo: entregar el litio, el uranio y las tierras raras a precio de saldo, para que Estados Unidos pueda “sacar a China”. Viale lo llama “una apuesta estratégica”. La realidad es menos épica: es una venta de soberanía al mejor postor, disfrazada de patriotismo occidental. Es la versión moderna del “relaciones carnales”, con perfume de think tank y bandera yanqui flameando en la Casa Rosada.
Viale no se privó de aplaudir a Donald Trump por “lograr la liberación de rehenes israelíes” y porque “Occidente lo reconoce como líder mundial de la paz”. Según él, el mismo hombre que alentó el asalto al Capitolio y negó el cambio climático ahora es un referente pacifista. De paso, celebró que María Corina Machado —figura opositora venezolana— haya ganado el Nobel de la Paz, como si fuera un acto de justicia divina y no un mensaje político dirigido contra los gobiernos latinoamericanos no alineados a Washington. El mensaje de fondo es claro: si Milei se arrodilla ante Trump, no es sometimiento; es civilización. Si antes se viajaba a Angola a vender dulce de leche, eso era “pobrismo”. Pero si ahora se entregan los minerales estratégicos a la Casa Blanca, eso es “una nueva era”.
Entre metáforas bélicas y citas de Revista Humor, Viale hizo una pregunta que él mismo respondió sin darse cuenta: “¿Fue un rescate o fue una invasión?”. La escena lo delata: mientras describe cómo el Tesoro norteamericano compra pesos argentinos “para estabilizar la situación del país”, aclara que lo hacen “no por generosos, sino por intereses”. Y sin embargo, lo celebra. En su universo, el colonialismo financiero es un gesto de amistad. Lo que en otros tiempos se llamaba dependencia, hoy se vende como “alianza estratégica”. Mientras tanto, los funcionarios argentinos viajan a Washington con la servil sonrisa de quien ya no negocia, sino ruega.
La parte más jugosa llegó al final. En un inesperado ataque de sinceridad, Viale admitió lo que cualquier argentino siente hace meses: “El problema de fondo es la calidad de vida”. Dijo que “comprar duele”, que las tarjetas de crédito están detonadas y que la clase media se pregunta para qué hace tanto esfuerzo si el disfrute no llega. En otras palabras, el comunicador libertario reconoció que el ajuste de Milei destruyó el alma del votante medio argentino, ese que soñaba con la “revolución liberal” y terminó cortando el cable de Netflix para pagar la luz.
Paradójicamente, Viale se convierte en el narrador involuntario del fracaso: mientras justifica la entrega de soberanía a Estados Unidos, admite que en la Argentina ya no hay asado, ni vacaciones, ni prepaga, ni auto nuevo. Es el evangelio del “sálvese quien pueda” pronunciado desde un estudio climatizado.
La ironía histórica es cruel. En los noventa, la prensa progresista ridiculizaba las fotos de Menem desnudo junto a Bush en Revista Humor bajo el título “Relaciones carnales”. Treinta años después, Viale hace lo mismo, pero sin humor: justifica la subordinación como si fuera destino inevitable. El menemismo al menos tenía aviones nuevos, televisores color y pizza con champagne. El mileísmo solo ofrece miseria y memes libertarios.
Mientras el comunicador pregunta si “queremos estar del lado de Trump o de Maduro”, la clase media argentina —esa que él dice defender— ya eligió: solo quiere llegar a fin de mes. Y eso no lo arregla ni el FMI, ni Vesen, ni la foto de Milei con el magnate norteamericano. Mucho menos un discurso que confunde entrega con progreso.
Jonatan Viale tituló su editorial “Las nuevas relaciones carnales”. No se equivocó. Solo que esta vez, la desnudez no es figurada: la Argentina está literalmente desnuda y de rodillas ante el capital extranjero, mientras su clase media se hunde en cuotas y resignación. Y en el fondo, el propio Viale lo sabe. Por eso termina su monólogo con una frase que lo desnuda más que cualquier metáfora: “Esto no lo arregla ni Trump, ni Maduro, ni Putin. Esto lo tiene que arreglar el gobierno argentino.” Por una vez, Joni tiene razón. El problema es que el gobierno argentino al que él defiende es justamente el que lo destruyó todo.





















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