¡Vergonzoso! El Gobierno usa al Garrahan como propaganda de campaña electoral

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Mario Lugones, secretario de Salud del gobierno de Javier Milei, acaba de descubrir —con la solemnidad de quien presenta la penicilina— que el Hospital Garrahan crece. Y según su relato en la red social X, ese crecimiento se debe, nada menos, que a la “eficiencia” de la administración libertaria. El milagro libertario en versión pediátrica.

Lugones se ufana de haber “encontrado” los recursos dentro del hospital, como si en lugar de un presupuesto público auditado se tratara de un cofre olvidado en el subsuelo. Dice que los fondos “se usaban mal”, sin aclarar si se refiere a la falta de insumos, al congelamiento de sueldos, a la reducción de becas o a la precarización del personal que sostiene con el cuerpo —y muchas veces sin recursos básicos— la salud de miles de chicos.

El discurso es una joya del marketing libertario: donde antes había inversión estatal, ahora hay “eficiencia”; donde había políticas de salud pública, ahora hay “transparencia”; y donde había un hospital que sobrevivía a los recortes, ahora hay una “transformación”. Todo con fondos propios, claro, porque pedirle a Milei que destine presupuesto a la salud sería casi un sacrilegio económico.

Lugones felicita al Consejo por “el ordenamiento” logrado, pero omite mencionar que el Garrahan, símbolo histórico de la medicina pediátrica argentina, viene resistiendo recortes presupuestarios desde la llegada de este gobierno, que redujo partidas y demoró transferencias mientras el personal reclamaba por salarios miserables y la falta de insumos básicos.

“Cada peso va donde corresponde”, escribe con entusiasmo el secretario, como si el ajuste fuera una obra de arte contable. Lo cierto es que cada peso que no llega también “va donde corresponde”: al pago de deuda, a la bicicleta financiera o a los negocios del nuevo capitalismo de amigos que Milei disfraza de austeridad moral.

La ironía es inevitable: mientras el presidente acusa al Estado de “ser una máquina de gastar”, sus funcionarios se vanaglorian de “invertir con fondos propios”. O sea, con el mismo dinero público que antes denostaban. El truco es simple: le cambian el nombre al ajuste y lo venden como gestión.


“El Garrahan está escribiendo una nueva página en la historia de la medicina pediátrica”, concluye Lugones. Puede ser. Quizás sea la página donde se cuenta cómo un hospital público, sostenido durante décadas por la inversión estatal y el compromiso de sus trabajadores, terminó siendo usado como vitrina propagandística por un gobierno que desprecia lo público, desfinancia la salud y celebra el despojo como si fuera eficiencia.

El “crecimiento” del Garrahan, según Lugones, no es más que una operación de maquillaje discursivo: la narrativa del ajuste disfrazada de modernización. Una fábula en la que los libertarios se atribuyen los logros de lo que todavía sobrevive a pesar de ellos.

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