El operador libertario organizó una reunión secreta con Cristian Ritondo, Miguel Ángel Pichetto y Rodrigo de Loredo, bajo la supervisión del lobbista estadounidense Barry Bennett —emisario de Donald Trump— para negociar “la gobernabilidad”. Estados Unidos presiona por los recursos naturales, mientras Milei busca blindaje político a cambio de subordinación.
Mientras el ministro de Economía Luis Caputo negociaba en Washington el nuevo acuerdo con el Tesoro estadounidense, en Buenos Aires se desarrollaba otra escena, acaso más determinante. En el primer piso de la Casa Rosada, Santiago Caputo —el “gurú” libertario— recibía al consultor republicano Barry Bennett, un viejo operador político de Donald Trump. No se trató de una visita protocolar ni de un encuentro diplomático oficial. Fue una operación política.
Según reveló Carlos Pagni en LN+ retomando un informe de Santiago Fioriti en Clarín, Bennett mantuvo una serie de reuniones secretas con dirigentes opositores como Cristian Ritondo, Miguel Ángel Pichetto y Rodrigo de Loredo, a quienes propuso “garantizar la gobernabilidad” del gobierno de Javier Milei. La cita, realizada en un departamento del barrio de Retiro, no figuró en ninguna agenda institucional, pero sí tuvo un mensaje claro: Washington respalda a Santiago Caputo como el verdadero interlocutor de la administración estadounidense.
El propio Pagni admitió que Bennett habló “en nombre de Estados Unidos”, avalando a Caputo y pidiendo apoyo parlamentario frente a la inestabilidad política. Una diplomacia paralela, manejada por operadores sin cargo formal pero con poder real.
En paralelo, la periodista Melisa Molina (Página/12) reveló la verdadera motivación detrás del desembarco de Bennett. En un foro público, el estratega de Trump sostuvo que “es una bendición que la Argentina tenga petróleo, litio y uranio bajo tierra”, y lamentó que “los gobiernos anteriores no supieron aprovecharlos”. Lo que en realidad estaba diciendo era otra cosa: que Estados Unidos quiere asegurarse la explotación directa de esos recursos, desplazando a China y a cualquier actor local que obstaculice el ingreso de su capital.
Bennett fue transparente en su ambición: “Nos encantaría tener esos recursos en Estados Unidos, pero no los tenemos”, afirmó, y propuso “realizar las inversiones necesarias” para que su país “pueda producir” en territorio argentino. En la jerga diplomática, eso se traduce como control geopolítico. El mensaje, sutil pero contundente, dejó claro el nuevo esquema de dependencia: Washington ofrece “ayuda” a cambio de acceso a los minerales críticos y a la infraestructura energética argentina. Detrás de la narrativa de la “inversión extranjera” se esconde una vieja lógica colonial: nosotros ponemos la tierra, ellos se llevan la riqueza.
El respaldo de Bennett a Santiago Caputo reavivó la interna dentro del gobierno. Según trascendió, el norteamericano pidió a Ritondo, Pichetto y De Loredo apoyar un cambio de gabinete que coloque al asesor libertario como jefe de Gabinete, desplazando a Guillermo Francos. La operación no fue improvisada: desde hace meses, Caputo busca consolidarse como el nexo directo entre Milei y los círculos financieros internacionales.
No es casual que Bennett —vinculado a la CPAC, organización ultraconservadora global— eligiera reunirse con los llamados “actores racionales” del Congreso argentino. Su intención fue clara: construir una coalición proestadounidense que garantice la continuidad del modelo libertario más allá de Milei, subordinando la política nacional a los intereses de Washington. El encuentro coincidió, además, con la negociación del “swap” con el Tesoro de Estados Unidos, un movimiento financiero que podría redefinir la relación bilateral y condicionar la política económica argentina.
El discurso de Bennett, aunque envuelto en tecnicismos económicos, repite una vieja fórmula: gobernabilidad a cambio de soberanía. Lo mismo que en los años noventa, cuando las privatizaciones se justificaron como “inversiones estratégicas”. Hoy, la narrativa libertaria retoma esa agenda pero con un lenguaje de mercado global y un envoltorio ideológico de “libertad individual”.
La diferencia es que ahora el control no se ejerce solo desde las corporaciones, sino también desde los think tanks conservadores y los asesores políticos que orbitan en torno a Donald Trump. Bennett no es un diplomático; es un operador. Y su presencia en Buenos Aires revela una injerencia directa en la política interna argentina.
Otro dato revelador surge del mismo informe de Fioriti. Bennett se interesó particularmente por el rol de los gobernadores de Provincias Unidas, un bloque que Milei intenta recomponer tras meses de tensiones. Según fuentes cercanas al encuentro, el emisario de Trump consideró a ese espacio “clave” para sostener la gobernabilidad y garantizar la aprobación de futuras leyes económicas. No se trata de ideología, sino de transacción. Provincias Unidas —una coalición de pequeños partidos provinciales y sectores de la oposición light— funciona como un puente para asegurar votos en el Congreso a cambio de beneficios económicos. Como señalaron varios usuarios en X, “Provincias Unidas y esos partiditos son una estafa electoral para ganar diputados y venderlos más caro”.
En ese tablero, Ritondo, Pichetto y De Loredo aparecen como fichas funcionales a la estrategia estadounidense: garantizar la estabilidad de Milei mientras se profundiza el alineamiento con Washington. La disputa por el control político del gabinete no es menor. Francos encarna el ala institucional del gobierno, mientras Caputo representa la lógica del poder en la sombra, el marketing político y los acuerdos corporativos. El respaldo explícito de Bennett a Caputo sugiere que la Casa Blanca (o al menos el sector trumpista) prefiere un interlocutor ideológico antes que un diplomático.
El riesgo es evidente: una Argentina administrada por consultores extranjeros y operadores locales, donde las decisiones estratégicas —energía, minería, defensa— se negocian fuera de los canales formales del Estado. Si algo dejó al descubierto la visita de Barry Bennett es que la promesa de “libertad” del gobierno de Milei tiene un precio altísimo: la entrega de los recursos nacionales a las potencias extranjeras. La “alianza estratégica” con Estados Unidos no se basa en cooperación, sino en subordinación.
Cuando un asesor extranjero puede reunirse con legisladores argentinos, sugerir nombres para el gabinete y definir qué bloque debe garantizar la gobernabilidad, ya no se trata de política interna: se trata de soberanía. Lo dijo un usuario en redes con precisión demoledora: “Fuerza Patria o colonia”.





















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