¿Quién es la biotecnóloga que llevó al «hombre imán» al Congreso, avalada por Javier Milei y Martín Menem?

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Lo que ocurrió en el Anexo A de la Cámara de Diputados el 27 de noviembre de 2025 no fue un accidente ni un malentendido. Fue un síntoma. Un síntoma de la degradación institucional, científica y política que se acelera en la Argentina bajo la era Milei, donde la evidencia se reemplaza por videos de Odysee y donde una investigadora sumariada por pseudociencia recibe un escenario oficial para repetir teorías desmontadas hace años. Lo que se vio allí —en vivo, grabado y replicado con vergüenza ajena en todo el ecosistema digital— fue la instalación del negacionismo sanitario desde el propio Congreso Nacional. No en discursos aislados: con aval político explícito, con el sello de la diputada Marilú Quiróz (PRO, aliada de La Libertad Avanza) y con el respaldo promocional del presidente de la Cámara baja, Martín Menem. En ese clima de legitimación institucional, Lorena Diblasi montó su número más estridente.

¿Quién es Diblasi? No es una voz experta consensuada; no es una especialista reconocida en inmunología; tampoco es una investigadora respaldada por el CONICET, organismo donde trabaja pero desde donde enfrenta un sumario por prácticas consideradas pseudocientíficas. Es una licenciada en Biotecnología que desde 2024 se mueve casi exclusivamente dentro de circuitos antivacunas, difundiendo ideas desmentidas por toda la comunidad científica —como la presencia de “óxido de grafeno” o “nanotecnología ilegal” en las vacunas contra el COVID—, y cuyas denuncias judiciales fueron rechazadas por el propio Ariel Lijo por su inconsistencia. En paralelo, organismos de salud pública y referentes como Nicolás Kreplak han intentado confrontarla con evidencia real, pero sin éxito: no tiene respaldo institucional, solo un ecosistema de nicho que se alimenta del algoritmo y la paranoia.

Ese perfil fue el que Quiróz eligió para protagonizar su evento en el Congreso, bautizado pomposamente como “Jornadas Científicas sobre Vacunas y Salud Pública” pero bautizado por la sociedad como lo que realmente fue: un foro antivacunas. Allí, ante militantes libertarios y seguidores fieles de conspiraciones importadas, Diblasi intentó presentar “pruebas” de magnetización por vacunas. Y lo hizo del peor modo posible: subiendo al escenario a un hombre sin remera, José Daniel Fabián, jardinero de oficio, aunque en redes muchos pensaron que era Ángel Cabral, el famoso “hombre imán” boliviano que en 2014 se pegaba cucharas en televisión, casi una década antes de las vacunas contra el COVID. El engaño no duró ni diez segundos. Diblasi pasó imanes, monedas e incluso un celular por la piel del hombre intentando mostrar un “fenómeno magnético”. Los objetos se caían una y otra vez mientras ella insistía: “Esto no es grasa en la piel. Esto no le pasaba antes. Y de esto no se habla”. La escena, registrada por decenas de celulares, estalló en redes como uno de los papelones políticos y científicos más grandes del año.

No fue un delirio aislado. Fue la coronación de una jornada donde otras expositoras, como la pediatra Lucía Langer, hablaron de “experimentos sociales orquestados desde el más allá”, agradecieron a Milei por “estar al tanto del tema” y pusieron en duda décadas de consenso científico global. El mensaje fue claro: la Cámara de Diputados se convirtió, por unas horas, en un teatro de conspiraciones validado por los propios funcionarios que deberían defender la salud pública.

El aval político no fue menor. Martín Menem promocionó el evento en redes, le dio espacio institucional y lo presentó como un aporte a la “libertad de pensar”. No es un gesto aislado en el clima libertario: Milei nunca se proclamó abiertamente antivacunas, pero su campaña coqueteó repetidamente con bulos, desde los supuestos “fetos en vacunas” hasta sus críticas a la Ley 27.491 de vacunación obligatoria. Para sectores cercanos al gobierno, cualquier política sanitaria es “coerción estatal” y cualquier evidencia científica es sospechosa de “agenda globalista”. Así se abrió el espacio discursivo para que Diblasi, una figura marginal, reciba de pronto la centralidad que nunca tuvo en ámbitos científicos reales.

Las repercusiones fueron inmediatas. Medios de todo el arco informativo, desde Noticias Argentinas hasta La Capital, calificaron la escena como un “papelón”, una “vergüenza internacional” y un “retroceso civilizatorio”. Página/12 y El Destape lo enmarcaron dentro del desmantelamiento de la ciencia pública y del avance de la pseudociencia durante el gobierno de Milei. En X, científicos, epidemiólogos y profesionales de hospitales públicos estallaron: alertaron que estas performances no son inofensivas —desalientan la vacunación, generan miedo y ponen en riesgo la salud colectiva—. La caída de coberturas vacunales en Argentina después del COVID es un hecho; el resurgir del sarampión en la región también. La OPS y la OMS vienen alertando sobre este fenómeno, y lo ocurrido en el Congreso solo empeora la situación.

El post original que motivó esta nota acusaba directamente a Diblasi de “promover la muerte de miles de pibes y pibas” al desincentivar la vacunación, y aunque la frase es dura, refleja una preocupación real: la vacunación no es una opinión, es una política pública que evita enfermedades y salva vidas. Sin datos, sin peer review y sin respaldo académico, Diblasi se presenta como “defensora de la verdad científica” mientras empuja un mensaje que amenaza con socavar décadas de trabajo sanitario. En paralelo, Quiróz se parapeta detrás de la “libertad de elección” y Menem defiende el supuesto “debate”, pero ninguno pone sobre la mesa que lo que difunden carece de todo sustento científico.

La escena del “hombre imán”, entonces, no fue solo un momento viral de ridiculez. Fue el síntoma visible de un proceso más profundo: la institucionalización de la pseudociencia bajo el paraguas de un proyecto político que desprecia la evidencia, hostiga al sistema científico y habilita discursos peligrosos en nombre de la “libertad”. Mientras el CONICET enfrenta recortes, investigadores emigran y la salud pública se ajusta, el Congreso abre sus puertas a espectáculos que en cualquier otro país serían material para programas humorísticos, no para debates parlamentarios.

El bochorno ya está registrado y seguirá circulando. La pregunta es otra: ¿cuánto daño puede causar, desde las instituciones, el negacionismo que hoy se disfraza de “debate científico”? La respuesta está a la vista: el retroceso ya empezó.

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