Milei veta el aumento a jubilados y amenaza con judicializar la ley mientras califica de “traidora” a Villarruel

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Javier Milei, desde la Bolsa de Comercio y ante un auditorio empresarial, cargó con furia contra el Congreso, calificó a sus miembros de “degenerados fiscales”, llamó “traidora” a su vicepresidenta y aseguró que vetará el aumento para jubilados aprobado en el Senado. En un giro dramático, amenazó con judicializar la ley y desestimó el impacto social de su decisión, reivindicando su ajuste fiscal como un dogma incuestionable. El futuro de millones de adultos mayores, nuevamente en la cuerda floja.

La escena fue casi teatral. Luces, micrófonos, la solemnidad de la Bolsa de Comercio de Buenos Aires y, en el centro, un Javier Milei dispuesto a incendiar todo a su paso. Como si se tratara de un monólogo cargado de furia, el presidente argentino se despachó contra gobernadores, senadores y hasta contra su propia vicepresidenta, Victoria Villarruel, a quien, sin nombrarla directamente, tachó de “traidora”. Todo mientras confirmaba lo que se venía rumoreando: vetará el aumento a los jubilados que el Senado convirtió en ley, y si hace falta, llevará el asunto a la Justicia.

En su discurso, Milei no escatimó en adjetivos: llamó al Congreso “madriguera inmunda”, poblada de “degenerados fiscales”. Esas palabras retumbaron entre empresarios y socios bursátiles que lo escuchaban atentos, acaso con la mezcla de fascinación y pavor con la que se observa un incendio. El mandatario no solo se enredó en insultos, sino que tejió un relato épico en el que él mismo se erige como el gladiador que libra la madre de todas las batallas contra “la casta”. Y en medio de ese relato, los jubilados quedaron otra vez a la intemperie.

La ley que Milei promete vetar establece un incremento real del 7,2% en los haberes jubilatorios y en pensiones, excluyendo regímenes especiales, y eleva el bono de 70.000 a 110.000 pesos, con actualización automática por inflación. A esto se suma la restitución, por dos años, de la moratoria previsional, que permite a quienes no alcanzaron los 30 años de aportes completar los períodos faltantes para acceder al haber mínimo. Para un país donde millones de adultos mayores sobreviven con haberes que rozan la línea de pobreza, esta ley es algo más que números: es la diferencia entre comer todos los días o no. Pero a Milei, a juzgar por su retórica, lo único que parece importarle es el superávit fiscal, su “chaleco de seguridad macroeconómico”.

La crudeza del presidente quedó en evidencia cuando relativizó el impacto que tendría su veto. “Aun si la Justicia tuviera un acto de celeridad, el daño sería mínimo. Sería solamente una mancha de dos meses, que el 11 de diciembre vamos a revertir”, afirmó, como si esos dos meses no implicaran el sufrimiento cotidiano de jubilados que no llegan a fin de mes. Es allí donde se revela el costado más descarnado de su lógica: Milei habla de la economía como un tablero de ajedrez, pero en el tablero hay personas reales que envejecen, se enferman y comen menos de lo que necesitan.

Y no es casual que eligiera la Bolsa de Comercio como escenario para este discurso cargado de pólvora. Frente a empresarios que celebran el ajuste porque ven en él la promesa de un mercado liberado y rentabilidades crecientes, Milei se permite despreciar cualquier política que implique gasto social. Es el evangelio libertario en su máxima expresión: el Estado es el enemigo, y los “degenerados fiscales” —léase, diputados y senadores que votaron a favor de los jubilados— deben ser destruidos políticamente para que el superávit se mantenga a salvo.

En otro momento de su intervención, el presidente enumeró sus supuestos logros: “No solo hemos tenido un programa de estabilización mucho más exitoso que la Convertibilidad, además hemos hecho 25 veces más de reformas estructurales, con 15% de la Cámara de Diputados, 7 senadores, una traidora pero con el mejor Jefe de Gabinete de la historia, Guillermo Francos”. La cifra es discutible y, como buena parte de su discurso, cargada de épica más que de precisión. Pero revela su obsesión por mostrar resultados aunque la realidad en la calle cuente otra historia: inflación que sigue devorando salarios, caída del consumo y una pobreza que, aunque Milei jura haber reducido drásticamente, persiste como un cáncer crónico en el cuerpo social argentino.

Para colmo, Milei no se conformó con embestir contra el Congreso. También descargó su furia sobre quienes critican su falta de sensibilidad social: “Usualmente se nos suele acusar a los liberales de no tener corazón, ser desalmados y crueles. Que venga a decirme cruel el imbécil que los ocultó, borrando las estadísticas, es bastante insultante”. Y remató con una afirmación digna de stand-up libertario: “Desde el fatídico 57%, hemos sacado de la pobreza a 11 millones de argentinos, les guste o no a las cucarachas”.

Sus palabras pueden tener gancho entre un segmento de la sociedad hastiado de la política tradicional, pero no dejan de ser un mensaje alarmante. La discusión sobre las jubilaciones se ha convertido en un campo de batalla simbólico donde Milei no está dispuesto a ceder. No porque no entienda que los jubilados la pasan mal —es imposible ignorarlo—, sino porque su narrativa exige un enemigo, y esta vez ese enemigo son los “gastos previsionales” que, en su visión, amenazan su santuario del superávit.

Lo más grave es que, mientras el presidente juega al ajedrez político y escupe fuego contra quienes lo contradicen, hay millones de argentinos que miran su heladera vacía y se preguntan si el próximo aumento de medicamentos o la próxima factura de luz será el golpe final que los condene a la miseria. Porque la economía, señor presidente, no es solo macro. Es micro. Es carne, hueso y estómagos vacíos. Y eso, por más superávit que exhiba la Bolsa de Comercio, no se soluciona con insultos ni con promesas de que “en octubre la libertad arrasa”.

La incertidumbre crece. Si el Congreso insiste en sostener la ley y Milei cumple su amenaza de judicializarla, se abre un campo minado de litigios, dilaciones y, sobre todo, angustia social. Mientras tanto, la grieta se profundiza. No solo entre oficialismo y oposición, sino en el propio seno del gobierno, donde una vicepresidenta “traidora” y senadores díscolos dejan a la vista que el poder de Milei, por más gritos y show mediático que despliegue, no es absoluto.

Así se escribe otro capítulo de la tragicomedia argentina, con jubilados de carne y hueso como rehenes de una guerra política que parece no tener fin. Y en el centro del escenario, un presidente que, entre vítores y abucheos, promete vetar hasta el último centavo que huela a gasto social. Porque para Javier Milei, todo se resume en dos palabras: superávit o muerte.

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