El Presidente convirtió un discurso económico en un acto de intimidación política. Ratificó que no habrá aumentos para jubilados ni personas con discapacidad y lanzó advertencias que exponen la insensibilidad social de su gobierno.
La cadena nacional fue mucho más que un balance económico: fue un ultimátum. Javier Milei no solo defendió su ajuste como una cruzada personal, sino que amenazó al Congreso y dejó claro que, para su plan, los más vulnerables no están en la ecuación.
Ocurrió en horario central, con todos los canales transmitiendo. El Presidente, solo frente a cámara, se plantó como un jefe de guerra: “Si quieren volver atrás, me van a tener que sacar con los pies para adelante”. No era una metáfora inocente. Era una advertencia directa al Congreso.
Ese tono no es nuevo, pero esta vez llegó al límite. Milei no solo defendió el déficit cero como dogma, sino que convirtió cualquier intento de aumentar jubilaciones, salarios docentes o pensiones por discapacidad en un acto “criminal” contra la economía.
Dijo que esos proyectos son “engaño demagógico”. Habló de “quiebra nacional” y de un Congreso que quiere destruir lo que él llama “la piedra angular” de su gestión. Pero lo que evitó mencionar es que detrás de cada peso que se niega hay una persona que sigue viviendo con ingresos que no alcanzan para sobrevivir.
No hubo una palabra sobre cómo vive un jubilado que apenas llega a fin de mes. Ni sobre las familias que dependen de una pensión por discapacidad y tienen que elegir entre pagar remedios o comer. Para Milei, la sensibilidad social es un gasto que no figura en su Excel.
En cambio, sí hubo amenazas veladas y medidas punitivas. Anunció que prohibirá al Tesoro financiar gasto con emisión y que enviará una ley para penalizar a legisladores que voten presupuestos deficitarios. La política, para él, no se debate: se acata.
Este no fue un discurso institucional. Fue un acto de disciplinamiento. El Ejecutivo diciéndole al Legislativo: “O siguen mi plan o serán culpables del desastre”. Esa no es la música de una república viva, sino la de una democracia que empieza a sofocarse.
Milei repitió que hay solo dos caminos: el suyo o el del abismo. Esa falsa dicotomía es el arma perfecta para blindar su poder y criminalizar el disenso. El ajuste se convierte así en una religión y todo el que la cuestione, en un enemigo.
La cadena nacional del 8 de agosto quedará como una señal peligrosa. No solo por el rechazo explícito a aliviar la situación de los más vulnerables, sino por el modo en que un presidente se permite amenazar, en vivo, a otro poder del Estado.
La República no muere de golpe. Muere así: con discursos que normalizan la intimidación, con gobiernos que convierten la política en obediencia ciega y con decisiones que ponen el equilibrio fiscal por encima de la dignidad humana.
Milei eligió su trinchera. La pregunta es si la sociedad está dispuesta a pagar el precio de esa batalla.





















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