Martín Menem: Contrataciones con sobreprecios y gastos descontrolados en el Congreso

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El presidente de la Cámara Baja adjudicó compras con sobreprecios que superan ampliamente los valores del mercado, beneficiando a empresas sospechosamente vinculadas y multiplicando los gastos del Congreso. La prédica anticasta se desvanece ante una estructura que parece reciclar los vicios más oscuros del poder.

Martín Menem, presidente de la Cámara de Diputados y emblema del mileísmo puro, parece haber comprendido rápidamente los mecanismos clásicos de poder: mientras el presidente Javier Milei pontifica desde los foros internacionales contra la “casta” y promueve un ajuste feroz sobre jubilados, universidades y sectores populares, su primo segundo juega a otra cosa. En el corazón del Congreso, Menem administra con discrecionalidad el presupuesto legislativo y no duda en utilizarlo como un instrumento de privilegios, favoritismos y, por qué no decirlo, corrupción sistemática.

Los hechos son concretos. Documentos oficiales a los que accedió el portal ADNweb revelan compras escandalosas con sobreprecios de hasta el 125%. No se trata de errores contables ni de inflación acumulada. Se trata de maniobras deliberadas que favorecen a proveedores amigos y que distorsionan el discurso de austeridad que el oficialismo repite hasta el hartazgo. En lo que va del año, Menem autorizó compras por cifras que superan los valores reales del mercado, generando un agujero fiscal dentro de la misma Cámara que promueve el ajuste.

Uno de los casos más llamativos es la contratación de una empresa para proveer dispensers de agua y bidones. Mientras el precio de mercado por un dispenser ronda los 70.000 pesos, la licitación impulsada por Menem cerró en 125.000 pesos por unidad. Lo mismo ocurre con los bidones: en la calle, cada uno cuesta cerca de 2.000 pesos, pero la Cámara de Diputados, bajo esta gestión, los pagó a 5.400 pesos. Así, el mensaje es claro: cuando se trata de sacarle recursos al pueblo, la motosierra avanza sin piedad; pero cuando el gasto engorda los negocios de empresas afines, la billetera está abierta de par en par.

No es una excepción. Otro contrato con la empresa GAF SA, encargada del mantenimiento de los ascensores en el Congreso, dejó ver una continuidad preocupante con los tiempos más oscuros de la política prebendaria. Dicha firma fue beneficiada por más de 94 millones de pesos sin que se informe adecuadamente el procedimiento competitivo correspondiente. ¿Dónde quedó la licitación pública? ¿Dónde la transparencia de la que tanto habla el presidente Milei? ¿Y dónde la rendición de cuentas que debería ser obligatoria en un gobierno que se autoproclama como el más puro y libertario de la historia?

La gravedad del asunto se profundiza cuando uno descubre que muchas de estas adjudicaciones se concretaron sin pasar por el Boletín Oficial. Las compras, millonarias en su mayoría, fueron rubricadas de forma directa o a través de mecanismos oscuros. Todo en nombre de la eficiencia. Todo bajo la sombra de una administración que denuncia al Estado pero lo exprime desde adentro, como cualquier burócrata profesional.

El caso de la compra de automóviles es otro botón de muestra. Se adquirieron vehículos de alta gama para el uso de autoridades legislativas a precios escandalosos. La pregunta que nadie en La Libertad Avanza quiere responder es simple: ¿por qué se necesitan autos nuevos, costosos y con blindaje parcial, en un momento donde se recorta el presupuesto educativo y se suspenden becas? ¿Dónde quedó aquello de que el Estado debe gastar solo lo indispensable? Evidentemente, lo indispensable es aquello que sirve para mejorar la vida de los que gobiernan, no de los gobernados.

Martín Menem, lejos de ser un outsider o un renovador institucional, parece repetir los vicios de la vieja política que su espacio dice combatir. Maneja la Cámara con una lógica verticalista, concentrando el poder administrativo y desplazando a funcionarios de carrera para rodearse de militantes libertarios sin experiencia. Los contratos escandalosos son apenas la punta del iceberg de un modelo de gestión que combina arrogancia, opacidad y desprecio por la inteligencia ciudadana.

El problema no es solo económico, es ético. Cada peso que se gasta de más en un contrato inflado es un peso que se le niega a un comedor popular, a una universidad pública, a una beca Progresar. Cada maniobra de favoritismo empresarial en el Congreso es una afrenta directa a las promesas de campaña. La casta, lejos de haber sido derrotada, se ha mimetizado con los nuevos rostros del poder. Y en algunos casos, como el de Martín Menem, ha encontrado su versión más sofisticada y menos escrupulosa.

Los sobreprecios no son simples deslices administrativos. Son una forma de robarle al Estado sin que nadie lo note. Y cuando el que lo hace es un alto funcionario del oficialismo, el mensaje que se transmite es demoledor: la motosierra es solo para los pobres. La fiesta, para los amigos.

En un país donde el ajuste se convierte en dogma, y donde cada día se destruyen derechos en nombre de un supuesto orden, lo mínimo que debería exigirse es coherencia. Pero el mileísmo no solo es cruel. Es hipócrita. Se presenta como una revolución moral, mientras encubre prácticas que huelen a los peores tiempos del menemismo. Tal vez porque, en el fondo, nunca dejaron de ser lo mismo.

El caso de Martín Menem no es aislado. Es estructural. Es el resultado de un proyecto que desmantela el Estado para beneficio de pocos, mientras vende humo al resto de la sociedad. Y lo más trágico es que lo hace con una sonrisa libertaria, una cuenta de Twitter activa y un discurso que ya no engaña a nadie. O al menos, a nadie que esté dispuesto a ver más allá del eslogan.

Fuente:
https://www.adnweb.com.ar/politica/los-sobreprecios-de-martin-menem_a688968e2d73cab43e457c405

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