La confirmación del encuentro entre el Lula y CFK reaviva tensiones diplomáticas y expone el aislamiento internacional del gobierno de Milei

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Mientras Javier Milei insiste en su retórica antiizquierda y se jacta de “no tener vínculos con comunistas”, Lula da Silva da un paso contundente al decidir visitar a Cristina Fernández de Kirchner, bajo prisión domiciliaria. El gesto es mucho más que un acto de cortesía: es un golpe político que revela grietas diplomáticas, solidaridades persistentes y deja a Milei mirando desde afuera, con su propia soledad autoinfligida.

No hace falta ser un experto en diplomacia para entender lo que significa que el presidente de Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva, venga a la Argentina y elija deliberadamente no reunirse con Javier Milei, mientras confirma que irá a visitar a Cristina Fernández de Kirchner, actualmente detenida en prisión domiciliaria. Es un misil político directo al corazón de la Cancillería libertaria, una cachetada diplomática a un gobierno que desde el minuto cero se propuso dinamitar todos los puentes con los líderes progresistas de la región, con la bandera de la libertad y el mercado como único estandarte. Y es, además, una postal brutal de la soledad internacional que Javier Milei cosecha con cada exabrupto, con cada tweet incendiario y con cada discurso de barricada que vende bien en redes pero empieza a costar caro en la escena global.

El dato está confirmado por la propia Justicia argentina, que autorizó a Lula a visitar a Cristina en su domicilio. No se trata de un rumor ni de un amague de buena voluntad. Es real y es inminente. Y aunque desde Brasilia todavía juegan al misterio sobre la foto final, todo indica que Lula pisará suelo argentino con la mirada puesta en la expresidenta y no en la Casa Rosada. En cualquier país serio, esto sería un escándalo diplomático. En el nuestro, es apenas otro capítulo del show mileísta de gritos, amenazas de motosierra y reality permanente.

La visita tiene implicancias que atraviesan lo personal, lo institucional y lo geopolítico. Lula y Cristina comparten historia, afinidad política, un pasado común en la ola progresista que gobernó buena parte de América del Sur en las primeras décadas del siglo XXI. También comparten la furia de los procesos judiciales, que en ambos casos estuvieron salpicados por acusaciones de lawfare, persecución y maniobras de sectores judiciales y mediáticos para sacarlos del juego político. Para Lula, visitar a Cristina no es sólo un gesto de amistad: es un acto político cargado de simbolismo, casi un testimonio en carne viva de que el progresismo latinoamericano sigue vivo y dispuesto a plantar bandera frente al avance de la derecha más extrema.

Lo paradójico —o lo tragicómico, según se lo mire— es que Milei pretendía colocar a la Argentina en el centro de la escena global, vendiéndose como el nuevo líder del mundo libre, el abanderado del liberalismo puro y duro. Sin embargo, los hechos lo encuentran aislado, encerrado en un discurso monocorde y sin aliados reales en la región. Ni siquiera Jair Bolsonaro, su supuesto hermano ideológico, ostenta hoy un poder institucional que le sirva de salvavidas. Mientras tanto, Lula ejerce un liderazgo firme, se codea con líderes de peso y ahora decide intervenir en la política argentina con un gesto que, guste o no, incomoda y deja al gobierno libertario expuesto y sin reacción.

Por supuesto, en la Casa Rosada se apuran a relativizar el tema, filtran que Lula podría estar evaluando no concretar la visita o que es apenas un asunto personal. Pero nadie se come el cuento. La prensa brasileña, si bien se mantiene cauta, desliza que el encuentro está en agenda y que la autorización judicial ya está firmada. Y lo cierto es que si Lula finalmente se saca la foto con Cristina —dos expresidentes, uno en funciones, otra privada de su libertad—, será una imagen de repercusión global que Javier Milei no podrá empardar ni con cien likes de Elon Musk ni con discursos de tres horas en foros libertarios.

Es cierto que Lula todavía no confirma la fecha exacta. Incluso, hay especulaciones sobre si la agenda permitirá finalmente el encuentro. Pero la sola intención, el solo movimiento diplomático, es suficiente para leer el mensaje: Brasil no está dispuesto a cortar lazos con el peronismo, ni a convalidar el aislamiento ideológico que pregona Milei. Al contrario: Lula elige marcarle la cancha, demostrar que la región sigue teniendo vasos comunicantes y que, más allá de los cambios de gobierno, el progresismo mantiene vínculos sólidos. Y lo hace en el momento más incómodo para el Presidente argentino, que enfrenta una crisis política interna, con protestas en las calles, recortes brutales, universidades en pie de guerra y una caída estrepitosa de su imagen pública.

En este contexto, la visita a Cristina no es solo un problema para la diplomacia argentina. Es también una bomba política hacia adentro. Milei ha convertido a Cristina en el demonio perfecto para justificar todos sus males: el déficit fiscal, la inflación, la pobreza, la recesión, incluso la sequía o la falta de dólares. Todo es culpa de “los últimos 20 años”, de “la casta” y, sobre todo, de Cristina Fernández de Kirchner. Que Lula venga a abrazarla, a legitimar su figura y a plantarse como su aliado regional, es dinamita pura para el relato libertario. Y es imposible no leerlo así: Lula sabe que cada paso suyo es interpretado políticamente. No es un ingenuo ni un turista diplomático. Viene a respaldar a Cristina, y al mismo tiempo a dejar a Milei en orsay.

Resulta llamativo cómo, en lugar de aprovechar la visita de un presidente vecino para recomponer la relación bilateral, Milei elige ignorar el tema. O peor aún, insistir en su retórica de “no me junto con comunistas”. Es un lujo que un país como la Argentina, sumergido en crisis económica y necesitado de mercados y aliados, simplemente no puede darse. Brasil es nuestro principal socio comercial. Es, además, una puerta de entrada a organismos internacionales y a un mercado de más de 200 millones de personas. Y sin embargo, Milei decide cerrarse, encapsularse en un relato heroico pero cada vez más desconectado de la realidad. Como si gritar “¡viva la libertad, carajo!” alcanzara para tapar el creciente aislamiento y la caída del comercio exterior.

El gobierno brasileño, aunque cuidadoso, no deja de enviar señales. Lula participó de cumbres internacionales donde Milei fue ignorado o relegado, y ahora esta posible visita a Cristina es la confirmación de que Brasil se alinea más con el progresismo regional que con el nuevo experimento libertario argentino. Y es lógico: en la región se mira con desconfianza a un mandatario que amenaza con salir del Mercosur, dinamitar organismos de integración y romper acuerdos históricos. Y que, además, se permite insultar a presidentes vecinos, calificándolos de “socialistas empobrecedores” o “comunistas” desde la comodidad de un micrófono o un stream.

La figura de Cristina sigue generando pasiones y odios. Incluso tras su condena y su prisión domiciliaria, sigue ocupando el centro de la escena política, y ahora se coloca, gracias a Lula, en el foco de la discusión internacional. Lo que para Milei es un problema interno —“la casta que hundió el país”— para Lula es una pieza clave de la historia reciente de América Latina. Y el contraste entre ambos discursos es brutal. Mientras uno grita “zurdo de mierda” a quien no piense como él, el otro elige la diplomacia, la estrategia y, sobre todo, la política real.

Nada garantiza que Lula y Cristina terminen sacándose la foto. La diplomacia es un terreno resbaladizo, y Brasil todavía juega a no confirmar nada oficialmente. Pero si algo queda claro es que, con esta sola movida, Lula logró dos cosas: revivir políticamente a Cristina —aunque sea en términos de agenda mediática— y exponer a Milei como un actor cada vez más solo y cada vez más desconectado de los hilos de poder reales en la región. Para un gobierno que se jacta de defender la libertad, la soberanía y el pragmatismo, quedar aislado en su propia retórica libertaria es, cuanto menos, un triste espectáculo.

Y mientras Lula alista su viaje, la pregunta es inevitable: ¿seguirá Milei encerrado en su burbuja ideológica, o entenderá, aunque sea tarde, que la política exterior no se maneja a puro insulto y redes sociales? Por ahora, el silencio de la Cancillería es la mejor muestra de que no hay estrategia. Sólo hay una narrativa vacía que empieza a chocar con la realidad. Y Lula, con un solo gesto, acaba de ponerlo en evidencia.

Fuentes:

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