Juan Pablo Allan, ex senador y protagonista del escándalo de persecución sindical durante el gobierno de Vidal, ahora encabeza la lista de concejales de La Libertad Avanza en La Plata.
La historia que escandalizó a la democracia argentina sigue escribiendo capítulos de impunidad. Juan Pablo Allan, grabado mientras participaba de reuniones ilegales junto a espías, funcionarios y empresarios para armar causas judiciales contra sindicalistas, ahora es el primer candidato a concejal de Javier Milei en La Plata. La connivencia entre servicios de inteligencia, poder político y justicia, lejos de haber sido castigada, se recicla en la era libertaria.
Hay rostros que nunca desaparecen del todo. Algunos se ocultan, otros se reciclan. Pero en Argentina, los peores nombres del entramado político-judicial que forjó el macrismo para perseguir al movimiento sindical reaparecen una y otra vez, sin rubor, sin consecuencias, y con nuevas oportunidades. Uno de esos rostros es el de Juan Pablo Allan, ex senador provincial, bullrichista acérrimo, y ahora flamante primer candidato a concejal por La Libertad Avanza en La Plata.
Allan no es cualquier dirigente. Es uno de los protagonistas centrales del escándalo de la denominada “Gestapo macrista”: una trama siniestra de espionaje ilegal, armado de causas, manipulación judicial y odio visceral contra el sindicalismo. En el video revelado en 2021, grabado en la sede del Banco Provincia el 15 de junio de 2017, se ve a Allan compartiendo mesa con espías de la Agencia Federal de Inteligencia (AFI), empresarios de la construcción y funcionarios bonaerenses para orquestar la caída del entonces líder sindical Juan Pablo “Pata” Medina.
No era una charla informal. Era una conspiración institucionalizada. Allí, sin disimulo, el entonces ministro de Trabajo Marcelo Villegas expresó su fantasía de tener una “Gestapo” para acabar con los sindicatos. Nadie en la sala lo refutó. Todos asentían, incluido Allan. El objetivo era claro: judicializar la política gremial, meter presos a los referentes incómodos, silenciar las voces organizadas de los trabajadores. Un plan mafioso con estructura de Estado.
La escena fue tan brutal que la Comisión Bicameral de Inteligencia del Congreso, presidida en aquel entonces por Leopoldo Moreau, abrió una investigación urgente. La intervención de Cristina Caamaño en la AFI, bajo el gobierno de Alberto Fernández, destapó más conexiones oscuras. Desde los jerarcas de inteligencia como Gustavo Arribas y Silvia Majdalani, hasta los agentes rasos como los célebres integrantes del grupo “Súper Mario Bros”, todo indicaba que Cambiemos había montado un aparato de espionaje doméstico sin precedentes desde el retorno de la democracia.
Las tareas ilegales incluyeron la instalación de cámaras y micrófonos en lugares públicos y privados, el seguimiento de jueces —como el caso de Luis Carzoglio, castigado por negarse a detener a los Moyano—, y hasta la infiltración en hospitales como el Alejandro Posadas. Nada estaba fuera del radar. El Pata Medina fue apenas uno de los blancos. La inteligencia política, esa enfermedad heredada de las dictaduras, volvió a operar con total naturalidad bajo el paraguas macrista.
Y ahora, sin pudor alguno, uno de sus engranajes clave —Juan Pablo Allan— vuelve al ruedo electoral de la mano de Javier Milei. Porque si algo ha dejado claro el gobierno libertario es que no vino a desmantelar las estructuras de persecución heredadas, sino a reactivarlas. Con otro lenguaje, con nuevas excusas, pero con los mismos protagonistas.
Lo que ocurrió en esa reunión de 2017 no fue un episodio aislado, ni un error político, ni una travesura de funcionarios desbordados. Fue parte de un modelo de control social que desprecia la organización de los trabajadores y considera al sindicalismo un enemigo a eliminar. Esa visión, profundamente autoritaria, sigue viva en el corazón ideológico de La Libertad Avanza. Y la inclusión de Allan en sus listas es prueba contundente de ello.
¿Dónde quedó la indignación institucional por aquella “Gestapo criolla”? ¿Qué pasó con las promesas de democratizar los servicios de inteligencia y erradicar el lawfare? La respuesta es tan elocuente como desalentadora: nada. Lejos de responder por sus actos, los responsables están siendo premiados. Allan, procesado en la causa judicial que investiga el armado de expedientes truchos contra sindicalistas, camina hoy los barrios platenses como si nada hubiera pasado, con el aval del partido que dice venir a “combatir la casta”.
Pero su figura representa exactamente lo contrario: es el rostro de una casta política, judicial y empresarial que usa las instituciones para perseguir, disciplinar y destruir a quienes defienden derechos colectivos. Es un exponente del cinismo institucional, de la impunidad como norma y de la democracia reducida a una formalidad vacía.
En cualquier país serio, un personaje así estaría inhabilitado de por vida para ocupar cargos públicos. En la Argentina de Milei, en cambio, es catapultado como figura de renovación. Así se naturaliza lo intolerable. Así se degrada la memoria democrática.
No es casualidad que este reciclaje se dé en La Plata, epicentro de aquella conspiración. Y no es inocente que suceda en medio de un brutal ajuste económico, donde los sindicatos vuelven a ser estigmatizados, los trabajadores empobrecidos, y las calles militarizadas. El proyecto político de Milei necesita, como lo necesitó el macrismo, eliminar resistencias. Y nada molesta más al poder neoliberal que un gremio de pie.
Por eso, el regreso de Allan no debe leerse como un hecho aislado ni anecdótico. Es parte de una continuidad peligrosa. Una advertencia sobre los rumbos autoritarios que acechan bajo el disfraz de la “libertad”. Un recordatorio de que el verdadero poder no se rinde, simplemente cambia de piel.
La Argentina merece un debate político serio sobre el rol de sus servicios de inteligencia, la independencia judicial y la protección de los derechos colectivos. Pero mientras los operadores del espionaje ilegal ocupen bancas y cargos públicos, esa discusión será una farsa.
Lo que está en juego no es una interna partidaria, ni una elección municipal. Lo que se pone en disputa es la calidad de nuestra democracia. Y permitir que los arquitectos de la persecución retornen por la puerta grande es aceptar que el Estado puede usarse como garrote contra los que luchan.
Hoy, Allan sonríe desde un cartel de campaña. Pero en su historia reciente no hay mérito, ni gestión, ni ideas. Hay un prontuario político que debería avergonzar a cualquiera que crea en el Estado de derecho. Si esa es la “nueva política” que Milei ofrece, el futuro no es libertad: es revancha.
Fuente:
https://www.infogremiales.com.ar/el-candidato-de-milei-en-la-plata-era-parte-de-la-gestapo-macrista-armada-para-perseguir-sindicalistas/





















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