Exportaciones mágicas: El canciller Quirno celebró un futuro de u$s100.000 millones mientras la economía real se desangra

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En el Foro Económico Argentino-Israelí, Pablo Quirno volvió a vender un país imaginario: habló de una Argentina “despegando”, atribuyó estabilidad a un modelo que pulverizó salarios y proyectó exportaciones colosales como si fueran inevitables. En paralelo, Israel avaló las reformas de Milei en medio de la crisis social más profunda en décadas.

La escena se repite como un libreto gastado: un funcionario del gobierno de Javier Milei promete un futuro brillante, asegura que la crisis “ya se evitó” y pinta un horizonte económico que no tiene el más mínimo anclaje con la realidad cotidiana de los argentinos. En esta ocasión fue el canciller Pablo Quirno quien, desde el Foro Económico Argentino-Israelí en el Palacio Libertad, afirmó que la Argentina sumará u$s100.000 millones adicionales en exportaciones en los próximos siete años, una cifra que suena más a mantra político que a proyección seria.

Quirno no solo celebró lo que considera “logros” del programa económico de Milei —ese mismo programa que hundió el salario mínimo un 31%, paralizó diez meses el Consejo del Salario y convirtió al mercado interno en un desierto—, sino que además se permitió una frase que en cualquier otro contexto resultaría ofensiva: que el Gobierno evitó “una crisis terminal”. Una afirmación desconectada de la calle, de los comercios vaciados, de la caída del empleo, de los tarifazos y de la pérdida brutal del poder adquisitivo.

El canciller se paró sobre proyecciones que entiende como inevitables, pero que dependen de supuestos casi místicos: un salto minero que multiplicaría por seis las exportaciones actuales, un boom energético permanente y un campo que “cuando deje de pagar retenciones” —un deseo repetido por los sectores más concentrados— alcanzaría niveles históricos. Como si la estructura productiva del país fuera un simulador que responde automáticamente a las intenciones del Ejecutivo.

Entre cifras cuidadosamente ordenadas, Quirno remarcó el superávit energético de u$s6.000 millones, que podría llegar a u$s8.000 millones, y proyectó un salto hasta los u$s25.000 millones en apenas tres años. También aseguró que las exportaciones mineras pasarán de u$s4.000 millones a u$s25.000 millones en un período de cinco a siete años. Una combinación de números grandilocuentes que parece más diseñada para entusiasmar a inversores que para describir un escenario posible.

La exposición, lejos de recordar la complejidad del contexto, buscó instalar una narrativa de “Argentina potencia” que no se ve reflejada en ningún indicador social. La estabilidad del programa de Milei no llega al bolsillo, ni al empleo, ni al consumo, ni al tejido productivo. Y sin embargo, los funcionarios insisten en la épica de la “credibilidad internacional”, como si los mercados fueran más reales que los ciudadanos que no llegan a fin de mes.

Quirno incluso sugirió que el Régimen de Incentivo a las Grandes Inversiones (RIGI) será el modelo universal a seguir, pese a las críticas sobre su sesgo hacia grandes corporaciones y la renuncia del Estado a cualquier capacidad regulatoria. Lo defendió como indispensable porque “excede el tiempo político”, una manera elegante de admitir que fijará un corsé estructural incluso para futuros gobiernos.

La visita del canciller israelí Gideon Sa’ar puso un complemento político a la escena económica. Sa’ar felicitó a Milei, aseguró que las reformas argentinas son “las más ambiciosas del mundo” y celebró el “despegue” de la Argentina, aun cuando las cifras oficiales muestran una caída histórica del salario real y un deterioro social sin precedentes. También agradeció públicamente el respaldo argentino al accionar de su país en la Franja de Gaza, describiendo estos tiempos como “años oscuros”, un gesto que blanquea abiertamente el alineamiento geopolítico del Gobierno.

Sa’ar anunció que Israel sumará un agregado comercial en Buenos Aires, una señal diplomática que el oficialismo buscará convertir en un nuevo triunfo simbólico, aunque su impacto real sea moderado. Para un gobierno que mide su gestión en gestos hacia el exterior más que en resultados internos, cada foto sirve como combustible político.

Quirno cerró su intervención insistiendo en que “la sociedad está apostando a este cambio”. Una frase que, en este contexto, suena más a consigna que a diagnóstico. Mientras el Gobierno se aferra a su relato de prosperidad futura, los números presentes siguen mostrando un país empobrecido, precarizado y cada vez más lejos de las promesas oficiales.

El discurso del canciller fue, en definitiva, una postal perfecta del mileísmo: optimismo desaforado, promesas a largo plazo, desconocimiento deliberado de la devastación social y un alineamiento internacional sin pudores. Todo envuelto en un lenguaje técnico que intenta disimular lo evidente: la economía real no despega, se derrumba.

Pero para el Gobierno, alcanzar u$s100.000 millones en exportaciones es casi un acto de fe. Y como toda fe, solo funciona mientras los creyentes no miren demasiado la realidad.

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