La aeronave británica del British Antarctic Survey cruzó el espacio aéreo argentino sin explicación oficial. El episodio reaviva las sospechas de cesión de soberanía y deja al descubierto la pasividad del gobierno frente al avance británico en el Atlántico Sur.
Durante más de diez horas, un avión británico de investigación antártica recorrió el cielo argentino sin que el gobierno nacional emitiera una sola palabra. El hecho, registrado en tiempo real a través de la plataforma Flightradar24 y denunciado en redes por el periodista Agustín Rombolá, expuso una nueva muestra del desinterés —o la complicidad— del Ejecutivo de Javier Milei en cuestiones de soberanía nacional.
El Ministerio de Defensa, encabezado por Luis Petri, y la Cancillería optaron por el silencio, consolidando la sensación de que la defensa del territorio dejó de ser prioridad estatal.
El episodio no es menor. El vuelo del De Havilland DHC-6 Twin Otter, matrícula VP-FAZ, perteneciente al British Antarctic Survey, despegó el 2 de noviembre desde Montevideo, cruzó el espacio aéreo argentino de norte a sur —sobre Buenos Aires, Río Negro y Santa Cruz— y aterrizó en Punta Arenas, Chile, con destino final en la base Rothera, en la península antártica. Un trayecto de 10 horas y 33 minutos sobre suelo nacional sin que nadie, en los niveles oficiales, pareciera advertirlo ni mucho menos autorizarlo públicamente.
Los especialistas consultados en redes recordaron que un avión de esas características no posee autonomía suficiente para completar semejante recorrido sin reabastecimiento técnico. De ser así, es probable que haya aterrizado en algún aeropuerto patagónico, como Trelew o Comodoro Rivadavia, utilizando infraestructura argentina para una operación británica. Ese detalle es el que enciende las alarmas: si hubo escala, implicó necesariamente la intervención —o al menos la omisión— de organismos nacionales como ANAC o el propio Ministerio de Defensa.
Sin embargo, el gobierno mantiene la boca cerrada. Ni una aclaración, ni una desmentida, ni un comunicado. Solo el eco digital del tuit de Rombolá, que acumuló más de 146 mil vistas y desató una tormenta de comentarios. “Declaman soberanía pero no la ejercen”, escribió el autor, sintetizando el sentimiento de frustración de miles de usuarios que ven cómo los gestos patrióticos del oficialismo quedan en pura retórica mientras los británicos vuelan impunes sobre el territorio.
La cuenta de Rombolá no es nueva en este tipo de denuncias: días antes había propuesto trasladar la capital a Río Grande para reforzar la presencia estatal en el Atlántico Sur. Su tono nacionalista, lejos de lo demagógico, se apoya en datos concretos y en un reclamo histórico: que la soberanía se ejerce con hechos, no con discursos. En este caso, los hechos muestran una pasividad inquietante.
El silencio del gobierno no solo alimenta la sospecha de “entreguismo”, sino que encaja en un patrón más amplio de normalización de la presencia británica en la región. Desde enero, se multiplicaron los incidentes: un Airbus A400M Atlas sobrevolando zonas cercanas a Malvinas, ejercicios conjuntos entre fuerzas británicas y estadounidenses, y ahora este Twin Otter cruzando la Patagonia como si se tratara de un espacio aéreo neutral. Cada vez que la prensa o las redes exponen un caso, la respuesta oficial es la misma: minimizar, relativizar o guardar silencio.
Luis Petri, ministro de Defensa, ya había sido cuestionado por ordenar reuniones reservadas con representantes británicos. En aquel momento, el ex-secretario de Malvinas, Guillermo Carmona, advirtió sobre un “peligroso retroceso diplomático” y la consolidación de una agenda que erosiona la posición argentina en el Atlántico Sur. Hoy, los hechos le dan la razón.
Mientras tanto, el Reino Unido continúa ampliando su red logística entre Montevideo, Santiago, Malvinas y la Antártida, con vuelos “científicos” que, bajo el manto de la cooperación, consolidan su dominio estratégico sobre el Atlántico Sur. Lo que antes era un límite tácito —no cruzar territorio argentino sin autorización— parece haberse vuelto costumbre.
El video viralizado por Rombolá no deja lugar a dudas: el avión británico cruzó la Patagonia. Lo que sí genera dudas es la respuesta —o mejor dicho, la falta de ella— del gobierno argentino. Que el presidente Javier Milei, quien se autoproclama defensor de la soberanía nacional, guarde silencio ante una violación tan flagrante, revela la distancia entre su discurso de “orden” y la realidad de su gestión.
La reacción ciudadana fue inmediata. Miles de usuarios exigieron explicaciones y recordaron que, mientras se recorta el presupuesto de Defensa, se privatizan activos estratégicos y se desfinancian las Fuerzas Armadas, el espacio aéreo argentino parece quedar a la deriva. Otros ironizaron con el “liberalismo de cielos abiertos”, apuntando que, bajo Milei, hasta los británicos disfrutan de libertad de tránsito.
En un contexto de desindustrialización, ajuste y debilitamiento institucional, los temas de soberanía suelen ser relegados al segundo plano. Sin embargo, el Atlántico Sur es mucho más que una cuestión simbólica: es una reserva de recursos naturales, un punto de proyección estratégica y, sobre todo, una herida histórica que atraviesa la identidad argentina.
No se trata de una exageración patriótica, sino de un problema real de política exterior. La falta de control sobre el espacio aéreo es la punta del iceberg de un gobierno que, en nombre del “libre mercado”, desmantela las capacidades estatales para defender el territorio. Y cuando el Estado abdica de su función soberana, lo que queda es un país vulnerable, expuesto y dependiente.
Algunos podrían argumentar que este tipo de vuelos son rutinarios y de carácter científico. Puede ser. Pero incluso si lo fueran, la transparencia y la comunicación oficial son obligaciones mínimas de cualquier gobierno serio. Cuando ni eso ocurre, el problema no es el avión, sino la permisividad política que lo deja pasar.
En los años posteriores a 1982, Argentina mantuvo una política de vigilancia y control que, con altibajos, preservó su posición diplomática en el Atlántico Sur. Bajo Milei, esa línea se desdibujó por completo. La defensa del territorio parece subordinada a un pragmatismo vacío, a una lógica de sumisión geopolítica disfrazada de modernidad.
Hoy, el cielo del sur vuelve a ser escenario de una disputa silenciosa. Un avión británico lo cruzó sin permiso y el gobierno argentino lo dejó pasar. No se trata solo de una cuestión técnica: es una radiografía del país que estamos dejando volar por los aires.





















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