El hundimiento del ARA Alférez Sobral: el desprecio del gobierno de Milei por la memoria de Malvinas

Compartí esta nota en tus redes

En un acto silenciado, sin ceremonia ni reconocimiento oficial, el buque ARA Alférez Sobral —ícono de la resistencia argentina en la Guerra de Malvinas— fue llevado al fondo del mar. Una metáfora inquietante de cómo el gobierno de Javier Milei entierra, junto con el acero, la historia y el honor nacional.

Sin banderas, sin discursos, sin homenaje. El ARA Alférez Sobral, testigo de una de las gestas más dolorosas y valientes de nuestra historia reciente, fue hundido frente a la costa bonaerense como si se tratara de un desecho más. El gobierno de Javier Milei no sólo demuestra su desprecio por la soberanía, sino que profana con su indiferencia el sacrificio de los héroes que defendieron la patria.

En medio del habitual estruendo de anuncios libertarios, discursos grandilocuentes y ajustes que castigan a los más débiles, pasó casi desapercibido un acto que debería haber conmovido a la nación. El aviso ARA Alférez Sobral, aquel histórico buque de la Armada Argentina que resistió el feroz ataque británico durante la Guerra de Malvinas, realizó su última travesía: un viaje sin retorno rumbo al fondo del mar.

No hubo cámaras. No hubo ministros. No hubo palabras. Solo el silencio de los remolcadores y el ruido metálico del naufragio. El buque partió desde el puerto de Mar del Plata para ser hundido frente a las costas de Necochea y Claromecó como parte de un ejercicio de la Armada. Un acto operativo, dicen. Pero en ese hundimiento sin gloria se ahogó también un símbolo. Y, con él, una vez más, el respeto por la memoria colectiva.

El ARA Alférez Sobral no es un simple barco viejo. Es historia viva. Es carne, es sangre, es herida. La noche del 3 de mayo de 1982, fue atacado sin piedad por helicópteros británicos Sea Lynx y misiles Sea Skua en medio de una misión de búsqueda y rescate. Estaba desarmado, navegaba con luces encendidas, y aún así fue objeto de una agresión despiadada. Murieron ocho tripulantes. Hubo quince heridos. Y sin embargo, el barco no se hundió.

Su comandante, el entonces Capitán de Corbeta Sergio Gómez Roca, logró mantenerlo a flote, con el puente de mando destruido, con la estructura devastada, con sus hombres mutilados. Recién dos días después pudo regresar al continente por sus propios medios. Eso no fue una simple maniobra náutica. Fue un acto de tenacidad, de patriotismo y de honor que merecería el bronce y la memoria eterna.

Pero en el país que hoy gobierna Javier Milei, donde se apela a destruir lo estatal, lo histórico y lo simbólico bajo el eslogan mercantilista de “libertad” —esa palabra usada como excusa para pisotear derechos, cultura y soberanía— no hay lugar para gestas colectivas. El olvido es política de Estado. La desmalvinización no es un error: es una estrategia.

En cualquier otra nación, el ARA Alférez Sobral estaría anclado en un museo naval, convertido en monumento flotante, con placas que cuenten su historia a las generaciones futuras. Sería visitado por estudiantes, veteranos, turistas. Pero no. En Argentina, hoy es chatarra sumergida. Literalmente sepultado.

La excusa oficial es que será utilizado como blanco para prácticas de tiro. Eso, dicen, permite “entrenar” a las Fuerzas Armadas. Una explicación técnica que intenta revestir de racionalidad lo que en el fondo es una negligencia deliberada, un desdén premeditado. Porque no es cualquier blanco. Es un símbolo.

La memoria no se destruye con balas, pero sí se hiere con desprecio. No hay ejercicio militar que justifique la ausencia de una despedida oficial, de un acto que honre a quienes dieron la vida por la patria. ¿Dónde estuvo el Ministro de Defensa? ¿Dónde la plana mayor de la Armada? ¿Dónde las palabras para los familiares de los caídos?

La última travesía del Sobral no fue un acto de logística naval. Fue un acto político. Y como tal, revela una vez más la matriz ideológica de este gobierno: la demolición sistemática del tejido simbólico de la Argentina. Lo que molesta no es solo el barco hundido, sino lo que representa. Porque el Alférez Sobral es el recordatorio incómodo de una soberanía que el oficialismo prefiere entregar antes que defender.

El cinismo libertario se ampara en el presente perpetuo. No hay pasado que valga. No hay historia que importe. Todo se reduce a la eficiencia económica, a la “utilidad”, al costo-beneficio. Y en ese esquema brutal, la memoria de Malvinas estorba. No produce dólares. No encaja en Excel. No cotiza en el mercado.

Quizá por eso nadie dijo nada. Ni un comunicado. Ni una mención en cadena nacional. Solo el portal especializado Pescare y la página oficial de la Armada dejaron constancia del hecho. Ni siquiera se molestaron en invitar a los sobrevivientes del ataque, a los familiares de los muertos, a los marinos que sirvieron en esa embarcación.

La historia se repite, pero esta vez sin drama: se convierte en farsa. El mismo Estado que debería custodiar la memoria, la entierra sin ceremonia. El mismo gobierno que se llena la boca con la palabra “patria”, la desecha como si fuera lastre.

Y lo más perturbador es el silencio. El silencio institucional, el silencio mediático, el silencio social. Como si hundir el ARA Alférez Sobral no importara. Como si no fuera el mismo buque que resistió un ataque colonial en pleno siglo XX. Como si no fuera una lección de coraje, lealtad y sacrificio que debería ser conocida por cada niño argentino.

La última travesía del Sobral, así sin aplausos ni banderas, no fue solo un viaje hacia el lecho marino. Fue un viaje hacia el olvido. Pero también una advertencia: cuando un país desprecia su historia, no solo pierde el rumbo. También pierde el alma.

Fuente:
https://pescare.com.ar/ultima-travesia-del-ara-alferez-sobral-un-guerrero-despedido-en-silencio/
https://www.argentina.gob.ar/armada/ataque-al-aviso-ara-alferez-sobral

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *