Con Bullrich las mujeres no tienen seguridad

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En la última semana se cometieron doce femicidios en Argentina. Doce vidas arrebatadas en apenas siete días, en un país donde la violencia machista no da tregua. Doce mujeres asesinadas en circunstancias que reflejan una estructura de poder que se repite, una impunidad que se naturaliza y un Estado que sigue ausente. En medio de esa tragedia, la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich, decidió pronunciar una frase que no solo escandalizó, sino que también desnuda una concepción política peligrosa: “El feminismo pisoteó a los hombres y por eso ahora les volvió la violencia en contra”. La funcionaria encargada de garantizar la seguridad de todas las personas —y en especial de las mujeres que todos los días denuncian amenazas, golpes y persecuciones— terminó responsabilizando al movimiento que más ha hecho por visibilizar y combatir el problema.

No es la primera vez que Bullrich utiliza un discurso cargado de desprecio hacia las luchas feministas. Pero esta vez sus palabras se dan en un contexto de emergencia nacional. Hablar de “violencia que volvió en contra” es justificar, con un cinismo abrumador, la reacción patriarcal que cada año deja más de 250 mujeres asesinadas. Es invertir las responsabilidades y culpar a las víctimas. Es decirle a las mujeres que, de alguna manera, se lo buscaron por haberse atrevido a reclamar igualdad. Es un mensaje político, ideológico y moralmente devastador, porque proviene del Estado, que debería garantizar protección, justicia y políticas de prevención, no amplificar el discurso del resentimiento y la revancha masculina.

Desde 2015, cuando irrumpió en las calles el grito de “Ni Una Menos”, las mujeres argentinas sostienen una lucha que salvó vidas, cambió leyes y transformó la conciencia colectiva. Sin embargo, el gobierno actual parece decidido a borrar esos avances con un relato que deslegitima la perspectiva de género, vacía los programas de asistencia y recorta fondos a los organismos especializados. En paralelo, las víctimas siguen cayendo una a una. Las cifras son elocuentes: una mujer es asesinada cada 29 horas. La mayoría de los agresores son sus parejas o exparejas. En más del 60% de los casos, hubo denuncias previas. Y el patrón se repite: la justicia no actúa, la policía no protege, los refugios no alcanzan, y los medios solo reaccionan cuando ya hay un cuerpo.



En este escenario, las declaraciones de Bullrich no son un exabrupto ni una torpeza aislada. Son la expresión coherente de una visión política que desprecia los derechos conquistados, que ridiculiza las luchas colectivas y que busca reinstalar un orden donde las mujeres vuelvan a ocupar el lugar del silencio. Su frase no es solo ofensiva: es un mensaje institucional que avala el discurso del agresor. Le dice al hombre violento que su furia tiene una justificación. Le dice al femicida potencial que el Estado lo comprende, que no lo va a juzgar tanto, porque en el fondo, las culpables son ellas.

Mientras tanto, los familiares de las víctimas siguen reclamando lo más básico: justicia. Pero no la obtienen. Y cuando escuchan a la ministra hablar de “violencia que vuelve”, sienten que el Estado no solo los abandonó, sino que se burla de su dolor. Es difícil pensar en una demostración más cruel de indiferencia institucional. Una semana con doce femicidios no es una estadística: es una masacre en cámara lenta. Y frente a esa realidad, las palabras de Bullrich son gasolina sobre el fuego.

El gobierno de Javier Milei no tiene política de género. Lo que tiene es una estrategia de negación. Eliminó ministerios, redujo presupuestos, invisibilizó las áreas que antes atendían las denuncias y desmanteló redes de acompañamiento. Pero más grave aún: intenta imponer un relato cultural donde la igualdad es una amenaza y el feminismo, un enemigo interno. Bajo esa lógica, la violencia machista deja de ser un problema social y se transforma en una respuesta “natural” al supuesto abuso de las mujeres. Es un retorno brutal al sentido común de la dictadura: el orden, la obediencia, la mujer como objeto de tutela y la violencia como castigo legitimado.

Sin políticas públicas, sin educación con perspectiva de género, sin campañas de prevención, sin recursos para los refugios ni protocolos efectivos en las fuerzas de seguridad, el Estado deja a las mujeres libradas a su suerte. Y cuando quienes deberían protegerlas las responsabilizan por su propia muerte, lo que se derrumba no es solo la confianza, sino la idea misma de justicia. El Ministerio de Seguridad debería ser un refugio institucional contra la violencia, no un altavoz del machismo.

Con Bullrich al frente, las mujeres no tienen seguridad. No la tienen en la calle, donde los femicidios crecen. No la tienen en sus casas, donde sus agresores las acechan. No la tienen en las comisarías, donde muchas veces no les toman las denuncias. Y ahora tampoco la tienen en el Estado, porque la ministra que debería defenderlas las culpa. La violencia no volvió “en contra”: nunca se fue. Lo que volvió, de la mano de este gobierno, es la impunidad.


Fuentes consultadas:

“Hubo 12 femicidios en la última semana: las alarmantes cifras de la violencia hacia las mujeres y disidencias” — Página/12
https://www.pagina12.com.ar/866034-hubo-12-femicidios-en-la-ultima-semana-las-alrmantes-cifras-

“Patricia Bullrich culpó al feminismo de la violencia de género: ‘Si pisoteás al hombre, se te viene en contra’” — MinutoUno
https://www.minutouno.com/politica/patricia-bullrich-culpo-al-feminismo-la-violencia-genero-si-pisoteas-al-hombre-se-te-viene-contra-n6202993

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