Trump y los concursos de modelos adolescentes: el oscuro historial del actual presidente norteamericano

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Una investigación de The Guardian expone cómo Donald Trump fue anfitrión de un certamen de adolescentes organizado por Elite Model Management, un evento donde la belleza precoz se convirtió en mercancía para hombres poderosos, bajo la máscara del éxito.

Entre luces, promesas y cámaras, miles de adolescentes fueron lanzadas a un mundo sin reglas claras, donde los límites del consentimiento se difuminaban y las figuras de autoridad parecían siempre del lado del abuso. En el centro de esa maquinaria, un nombre se repite con inquietante frecuencia: Donald Trump.

Durante décadas, la industria del modelaje cultivó una imagen glamorosa, vinculada al arte, la moda y la fama. Pero detrás de ese brillo, se ocultaban dinámicas de poder profundamente asimétricas, especialmente cuando las protagonistas eran adolescentes. La investigación publicada por The Guardian en 2020 desentierra uno de los episodios más turbios de esa historia: los certámenes de modelos adolescentes organizados por la agencia Elite Model Management y el rol que desempeñó Donald Trump como anfitrión de uno de ellos en 1991.

Donald Trump con los concursantes del concurso Look of the Year de 1991, año en el que fue juez.

Donald Trump con los concursantes del concurso Look of the Year de 1991, año en el que fue juez.

El evento, conocido como «Look of the Year», reunía a chicas de entre 14 y 17 años provenientes de distintos rincones del mundo. El sueño era claro: convertirse en la próxima supermodelo global. La realidad, sin embargo, era mucho más sórdida. El certamen, según testigos y ex participantes citadas en el artículo, era una pasarela no solo de belleza, sino de vulnerabilidad frente a hombres adultos con poder, influencia y, a menudo, intenciones inapropiadas.

Una exmodelo, concursante de aquella edición, recuerda cómo se sentía expuesta, hipersexualizada y confundida. Algunas relatan que eran invitadas a fiestas donde se esperaba de ellas algo más que presencia. Se encontraban en habitaciones privadas, rodeadas por ejecutivos, fotógrafos, empresarios. Las adolescentes, muchas lejos de sus hogares, eran tratadas como trofeos. Lo que parecía una competencia de talentos era, en realidad, una vitrina para el deseo masculino y la explotación encubierta.

La aparición de Donald Trump como anfitrión no fue casual. En ese momento, era ya una figura mediática y un magnate con un historial de comentarios abiertamente sexistas. La nota de The Guardian no lo acusa de delitos concretos en ese contexto, pero sí lo ubica en una escena cargada de desequilibrio de poder y permisividad ante conductas inapropiadas. Su cercanía con el director de Elite, John Casablancas —un hombre con numerosas denuncias por relaciones con adolescentes—, sugiere una familiaridad con el sistema, no un mero papel decorativo.

Shawna Lee (segunda desde la derecha) con otros concursantes en el concurso Look del año 1992

El concurso de 1991, donde Trump fue figura destacada, se desarrolló en Nueva York. Según el artículo, varias de las modelos recuerdan haber sido alentadas a asistir a reuniones y cenas con empresarios adultos, muchas veces sin supervisión. «Éramos jóvenes, no sabíamos decir que no», relata una de ellas. La agencia proporcionaba un entorno donde el consentimiento era difuso y las relaciones de poder eran insalvables.

No es un hecho aislado. Casablancas, el fundador de Elite, fue durante años objeto de críticas por sus relaciones con menores. El mismo sistema que supuestamente empoderaba a jóvenes promesas del modelaje, también las dejaba expuestas a redes de abuso emocional, psicológico y sexual. En algunos casos, se trataba de relaciones «consensuadas», pero la diferencia de edad y poder hacía imposible hablar de consentimiento libre.

El caso resuena particularmente hoy, en una época donde los movimientos feministas, el #MeToo y las denuncias públicas han visibilizado lo que antes se callaba. En los años 90, las adolescentes que sentían incomodidad o habían vivido abusos simplemente no hablaban. Las agencias minimizaban los hechos. La prensa celebraba las galas. Y los hombres poderosos seguían siéndolo.

El artículo de The Guardian logra tejer, con testimonios y documentación, un retrato crudo de una época donde la explotación estaba normalizada y donde las adolescentes eran carne de cañón para la codicia y la vanidad de otros. Que Trump aparezca en ese contexto no debe ser leído como una acusación directa, sino como una señal de hasta qué punto las figuras más prominentes del poder económico y mediático estaban insertas en ese sistema.

La nota también plantea interrogantes que siguen abiertos: ¿qué responsabilidad tienen quienes se beneficiaron de ese sistema, aunque no hayan cometido delitos? ¿Puede hablarse de «pasado» si muchas de estas dinámicas persisten hoy bajo nuevas formas? ¿Qué tipo de reparación merecen aquellas jóvenes que fueron cosificadas, silenciadas o traumatizadas?

Aun sin denuncias penales actuales, la investigación invita a repensar el legado de figuras como Trump en relación con las mujeres, el poder y el consentimiento. ¿Puede un hombre que fue parte de ese entorno, que hizo comentarios sobre el atractivo físico de adolescentes en entrevistas públicas, ser indiferente al daño estructural que esto provocó?

El periodismo de investigación, como el que ejerció The Guardian, cumple aquí un rol fundamental. No se trata de escándalo ni morbo. Se trata de arrojar luz sobre lo que durante demasiado tiempo estuvo en penumbras. Las historias de estas jóvenes, ahora adultas, no solo revelan un sistema tóxico: también son un llamado urgente a construir reglas más claras, entornos seguros y una industria —y una sociedad— menos indulgente con el poder abusivo.

El modelaje, la fama, el lujo, no deben ser sinónimos de riesgo ni de trauma. Esta historia, que parecía enterrada en los años 90, vuelve para recordarnos que los cuerpos adolescentes no pueden seguir siendo el campo de juego de adultos impunes. Que nadie, por poderoso que sea, debería estar por encima del derecho a crecer sin miedo.

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